El gobierno uruguayo ha dado señales de querer avanzar firmemente hacia el bloque de la Alianza del Pacífico que integran Chile, Perú, Colombia y México. Esta decisión es particularmente compartible y positiva, puesto que esta alianza que se viene consolidando en la otra orilla del continente se prefigura como muy seria y profunda.
Todo lo que el Mercosur alguna vez parecía ser, ahora se viene concretando en este nuevo bloque regional del Pacífico. Por otra parte, por si faltara algún ingrediente relevante, el nuevo centro de gravedad del mundo se viene trasladando vertiginosamente hacia el Pacífico.
Mientras el Mercosur, más allá de consignas cada vez más vacías y poco creíbles, se ha convertido en un espacio sin destino, sin agenda y sin resultados, ganado definitivamente por los incumplimientos de todo tipo; la Alianza del Pacífico se configura como el nuevo bloque regional promisorio y con un enorme potencial de desarrollo.
Mientras el Mercosur se ha convertido en un club de presidentes ideológicamente amigos, la Alianza para el Pacífico avanza con independencia de la orientación ideológica de los gobiernos de cada uno de sus miembros; como debe ser si se busca un avance real en materia de integración.
La presencia del Vicepresidente uruguayo en la última reunión de este nuevo bloque y, particularmente, las declaraciones positivas y firmes que realizó al finalizar su presencia en ese evento, demuestran la importancia que nuestro gobierno otorga a la posibilidad de una participación plena en el mencionado bloque.
Sin embargo, pocas horas después se informó que el gobierno de Brasil cuestiona esta idea uruguaya de incorporación al bloque del Pacífico y exige que el proceso se realice por parte de todo el Mercosur. Basta echar una mirada rápida a lo que está pasando en el Mercosur y con cada uno de sus socios, en particular Argentina y Venezuela, para confirmar que lo que en realidad Brasil está planteando es su negativa a que Uruguay de un paso definitivo de integración al Pacífico.
Es impensable que el Mercosur todo inicie un proceso de acuerdos con la Alianza del Pacífico. En primer lugar porque si la Alianza del Pacífico va en serio, no puede perder el tiempo en una negociación sin destino con un bloque que está gravemente enfermo de inacción y falta de voluntad efectiva de integración.
En segundo lugar porque si existiera disposición de los socios del Pacífico, varios de los gobiernos del Mercosur se opondrían por no estar en condiciones de formar parte de un verdadero proceso de integración regional, debido a las orientaciones de política económica y comercial que actualmente impulsan.
El problema es que Uruguay no tiene nada para ganar en el Mercosur y, por el contrario, todo para crecer en una integración a la Alianza del Pacífico. A su vez, nuevamente Brasil, que es lo único realmente valioso que nos vincula a esta parte del continente, pone obstáculos a nuestro desarrollo integracionista propio.
Igual que hace un lustro, cuando trancó la idea uruguaya de avanzar en un TLC con Estados Unidos, ahora vuelve a mover su enorme influencia para trancar nuestro avance hacia el Pacífico.
Es obvio que detrás de esta negativa se encuentra la histórica rivalidad regional con México. Es inocultable que Brasil construyó la UNASUR como una pieza geopolítica de asociación con los demás países de América del Sur para evitar el crecimiento de la influencia mexicana en la región. Es inocultable que existe desde larga data una fuerte competencia entre ambos países por ganar influencia en nuestra región.
El problema es que mientras Brasil no ha sido capaz, ni suficientemente generoso, para construir espacios de integración efectivamente exitosos y positivos para los países más chicos del bloque, mientras Brasil ha quedado enredado en las dificultades argentinas y se preocupa de controlar eventuales dislates en el país caribeño promoviendo espacios de integración fracasados y frustrantes; México ha apostado con inteligencia a un entendimiento con otros países de la región, construyendo acuerdos que se perciben como mucho más sólidos y ambiciosos.
Uruguay ya "perdió el famoso tren" del TLC, no podemos ahora dejar pasar este nuevo tren que, como aquel, después que pasó ya no hay remedio.
Es cierto que Brasil posee una fuerte capacidad de presión sobre Uruguay en la medida que ha ofrecido importantes avances bilaterales. Pero este es el momento decisivo de probar que un acercamiento a Brasil no puede confundirse con la dependencia total de nuestro margen de maniobra. Esa no puede ser la interpretación de "viajar en el estribo de Brasil", si así fuera sería un gravísimo error histórico.
Para Uruguay debe ser posible apostar a acuerdos más profundos con Brasil y, simultáneamente, avanzar en la integración con los países del Pacífico.
Superar esa disyuntiva y convertirla en sumatoria y complementariedad es el desafío ineludible e insoslayable de nuestro proyecto de inserción de nuestro país en el mundo.
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