Las distancias no sólo se miden en kilómetros, sino en años luz culturales, humanos, de sensibilidad y de indiferencia. Nosotros somos un país de blanquitos, con un toque afro, todos descendientes de los barcos, unos voluntariamente, otros traídos por la miseria y unos cuantos encadenados a los barcos negreros. Y sin indios a la vista. Lo que queda de ellos están en nuestra literatura y en algún museo. No es una culpa es la realidad.
Bolivia es un poco diferente. El 80% de la población es indígena o de origen indígena. En su siglo y medio de vida independiente tuvo un presidente que casi no hablaba español (Sánchez de Losada hablaba inglés) pero nunca tuvo un presidente indio. El primero es Evo Morales.
Nunca un presidente obtuvo las mayorías electorales que logró Morales en su primera elección y sobre todo en la ratificación (ganó el referéndum con el 68% de los votos). En general todos recordamos que los sucesivos presidentes electos en Bolivia caían en picada en los niveles de aprobación a los pocos meses de asumir. Y el país entraba en profundas crisis políticas e institucionales.
A nivel internacional y en nuestro país la gran prensa con la colaboración de “analistas” han difundido la imagen de un Evo Morales intransigente y que se niega al diálogo. Tomemos los últimos acontecimientos: el proceso claramente separatista impulsado por los cinco prefectos de la media luna, se precipitó en una verdadera masacre. Leopoldo Fernández, ex funcionario de los dictadores militares García Meza y Hugo Banzer, fue quien organizó la reciente masacre de Porvenir. Murieron al menos quince campesinos y hay numerosos desaparecidos. No se trató de un enfrentamiento entre manifestantes, sino que todos los muertos estuvieron de un solo lado, ejecutados por bandas de sicarios traídos del exterior que actuaron utilizando armas de guerra.
Los separatistas se lanzaron a la ocupación de aeropuertos, estaciones de ómnibus, edificios estatales nacionales y campos petroleros y gasíferos. Todos hemos visto por televisión a grupos desfilando en esos departamentos con la cruz esvástica.
El presidente Evo Morales recién ahora recurrió a las fuerzas armadas. Todas sus respuestas han sido políticas. En medio de una verdadera insurrección anticonstitucional les envió una nueva carta convocándo al diálogo a los cinco prefectos de Beni, Pando, Santa Cruz, Tarija y Chuquisaca. Los propios partidarios de Morales le recriminan su actitud de excesivo diálogo.
El objetivo inocultable de los insurrectos de ultra derecha es la balcanización de Bolivia, lo que incluiría no sólo una distribución totalmente injusta de los recursos naturales, sino una limpieza ética con emigraciones raciales forzadas y masivas de estas cinco provincias hacia el resto del territorio boliviano. Una Bolivia más pobre, más indígena y más poblada y un nuevo territorio de mayoría de población blanca y con importante recursos energéticos a disposición. Ese es el objetivo.
No se trata sólo de enfrentar al proyecto de reforma de la Constitución que propone Morales, sino de aprovechar estas circunstancias, convocando a la rebelión y a la última oportunidad de frenar un proceso en el que los indígenas y las enormes mayorías de pobres y marginados que coinciden en lo fundamental en la misma gente, asuman un papel determinante a nivel político, social y cultural.
Para la ultra derecha esta es considerada la última batalla, la definitiva. Sobre esta base es muy difícil establecer un diálogo y sobre todo llegar a acuerdos con el gobierno nacional. El reclamo de la redistribución de los resultados fiscales y empresariales de la producción de petróleo y gas si bien en los discursos públicos de los separatistas está destinado a promover el egoismo social y racial, en realidad apunta a un objetivo estratégico clave: sacarle a Morales un instrumento fundamental de su lucha contra la pobreza y para aplicar su programa de gobierno. Es decir socavar sus bases sociales y políticas.
Los uruguayos junto al resto de América Latina estamos asistiendo a un momento clave de nuestra historia. Y pretendo no malgastar grandes palabras. Si triunfa el separatismo y los grupos racistas, el continente habrá perdido una oportunidad única y muy difícil de repetir en la que inicia en forma pacífica y democrática la reparación histórica para pueblos sumidos durante siglos en la miseria y la exclusión.
Bolivia es históricamente el símbolo de nuestra América. Allí se concentraron las peores lacras de la colonización. El saqueo de sus minerales con mano de obra esclava y semi esclava proporcionada por las poblaciones indígenas, fue con la plata del cerro Potosí que se acumularon una parte importante de los capitales que sirvieron para industrializar Europa. Es en Bolivia donde la colonización dejó menos en términos de civilización, de infratestructuras y organización política e institucional. Dejó sobre todo la voracidad retomada por una oligarquía feroz que pasó de la plata al estaño y ahora quiere seguir con el petróleo y el gas. Con una gran diferencia, para las anteriores riquezas mineras se necesitaban ejércitos interminables de mineros super explotados, para los recursos energéticos se necesita poco personal y mucha tecnología.
Bolivia fue el país al que los otros países latinoamericanos hemos tratado peor. Con la guerra del Pacífico primero en la que perdió su acceso al mar y luego con la guerra del Chaco, disputada con Paraguay con directa intervención en ambos países de las grandes compañías petroleras. La norteamericana Standard Oil y la anglo holandesa Royal Dutch Shell se disputaban los yacimientos del Chaco. La guerra causó 57 mil muertos bolivianos y 43 mil paraguayos. Las petroleras pusieron su voracidad y ambos países los muertos y las decenas de miles de heridos y mutilados.
Un país en el que Díos posó su mirada al distribuir las riquezas y lo abandonó a su suerte en los últimos cinco siglos. Bolivia puede estar muy lejos desde muchos puntos de vista, pero en realidad está muy próxima a los desafíos y las acechanzas que tienen nuestros pueblos. El primero y el principal es el derecho a construir sus propios proyectos nacionales, a salir de la injusticia perpetua y de utilizar sus recursos para su propio desarrollo económico y social.
Por un instante imaginemos a la derecha y a muchos “analistas” de nuestro país si la izquierda se atreviera a desafiar a un gobernante con el 68% de apoyo electoral (no de encuestas) y recurriera a los métodos que utilizan los separatistas bolivianos. Los titulares y los informativos chorrearían horror y ferocidad. Ahora, simplemente registran y en el fondo esperan que Morales se caiga. El resto de los uruguayos deberíamos sublevarnos ante tanta infamia y tal desborde antidemocrático.
Karl Poper decía que la tolerancia tiene una paradoja: ser tolerante con un intolerante puede volverlo más intolerante aún. En Bolivia las naciones latinoamericanas y los pueblos tenemos la obligación de no vivir en esa paradoja. Y el gobierno de La Paz creo que terminará obligado a utilizar todo la fuerza de la ley y de la constitución. No creo que quede otro camino.