Algunos lectores fieles me preguntaron en estos días si no iba a escribir nada sobre el affaire Pluna. No sin cierto tono admonitorio, llegaron incluso a cuestionar mi apatía frente al tema casi como un acto de complicidad o sospechoso silencio. Mi pregunta en todos los casos fue la misma: ¿qué quiere que diga que usted no esté viendo? Excepto que todo el episodio parece sacado de una mala novela de intrigas políticas, que casi siempre terminan en un escándalo de enormes proporciones. Lo positivo del caso es que, al menos hasta ahora, nadie ha sugerido que exista un accionar doloso por parte de algún integrante del gobierno. Parecerá un consuelo de tontos pero en este tipo de negocios y maniobras de gran porte, la historia universal registra una larga saga de chanchullos más o menos conocidos.

Ahora bien, ¿alguien más que el dueño Buquebús se presentó a ofrecer algo por los aviones? ¿Alguién vio avales, dinero o cualquier cosa que demuestra la intención firme de otro de quedarse con el clavo de los Bombardier? ¿No? Pues entonces el país está atado de pies y manos a lo que este poderoso empresario esté dispuesto a pagar, que por lo visto, no era tanto como el gobierno necesitaba. Quizás lo más significativo de todo sea de lo que menos se habla. En las quiebras de las empresas comunes (las que se abren, prosperan y eventualmente se funden a expensas de los particulares) los primeros en cobrar son los trabajadores. Convertido en juez y parte, el Estado uruguayo prefirió ponerse a cubierto, postergando a los ex empleados de la aerolínea a cambio de un seguro de paro de privilegio y a la hipotética reincorporación en una aerolínea a crearse, si todo sale como la ley prevé, lo que parece cada vez más difícil.

La mayor parte de las preguntas sin responder apuntan al grado de conocimiento que tenía el gobierno sobre los recovecos comerciales de López Mena en esta emergencia y los rigores con los que se otorgó el aval a Cosmo.  Este ambiente de incertidumbre fue parcialmente aventado por la compra por parte de López Mena del boleto de reserva de la subasta de los aviones al representante de Cosmo (ex empleado y padrino de uno de sus nietos) para abrir una aerolínea.

Más que una oferta comercial, la iniciativa parece un salvavidas para el gobierno. Queda todavía por saber qué política de precios va a tener la nueva aerolínea en sus frecuencias más “rentables”, con una competidora subsidiada hasta el paroxismo por el gobierno argentino.  

El procedimiento ha sido tan rocambolesco que el senador comunista Eduardo Lorier, espantado ante la inminencia de un monopolio (que al parecer son malos sólo cuando son privados) puso el grito en el cielo. Lorier, que promueve una solución que incluya a la venezolana Conviasa,  aseguró que el accionar de López Mena está dejando una imagen de “país de cuarta” y  advirtió que, de concretarse el negocio con él, “habrá importantes dificultades políticas y sociales”.
No contento con esa bravuconada, dijo después que si López Mena no se bajaba del negocio, lo iban a bajar. Tratándose del  secretario general del Partido Comunista, no se sabe si estaremos ante una advertencia o una profecía autocumplida.