Es probable que este gran país, que aprendió a convivir en paz y a resolver sus diferencias políticas en el marco de la Constitución y la ley, esté transitando hacia un destino de grandeza. El balotaje parece darle a cada quien su merecido y el guarismo final, contundente como fue, no alcance como para que alguien se sienta rey ni mendigo. Por cierto, los votos no dan la razón sino la legitimidad para gobernar en nombre de todos. Las democracias se vuelven más sólidas (la nuestra lo es) cuando las minorías sienten que, en la puja política e ideológica, la ley y el Estado son neutrales, o al menos todo lo neutrales que puedan ser.
Quizás el presidente electo tenga razón cuando se refiere a que debemos mirar la realidad, trazarnos metas ambiciosas y trabajar para alcanzarlas. Su evocación al aniversario del plebiscito de 1980, que sepultó un proyecto constitucional, tal vez tenga por trasfondo la apelación a construir un futuro basado en nuestros mejores valores institucionales.
En la cúspide de la retórica humilde, Vázquez invitó a que se le señale los errores que pueda cometer, y aseguró que quiere contar con todos los uruguayos, no para que lo sigan sino para que lo "guíen y acompañen". Aun sabiendo que nadie en el entorno de Vázquez se animará a señalarle errores, tomémoslo en su mejor versión y aceptemos como sincero su deseo de ser enmendado y conducido. Así y todo, si la puja entre Vázquez y Mujica termina inclinando la balanza a favor del actual mandatario, el país corre el riesgo de seguir el derrotero de los jinetes de la Polinesia que cruzaron por el Estrecho de Bering, parafraseando a Raúl Sendic.
Un adelanto de esa jefatura compartida lo tuvimos el domingo de noche. Mientras Vázquez esperaba que Lacalle Pou culminara su discurso para hablar como candidato triunfante, Mujica se apersonó en el local del comando frentista. El lugar y el momento eran impropios para un presidente de la República pero Mujica no repara en tales sutilezas ni estaba allí para felicitarlo. Estaba allí para recordarle que los dueños del poder son dos.
El futuro gobierno podrá trabajar en las transformaciones de fondo en educación, políticas sociales, investigación e infraestructura (un nodo que complica el desarrollo armónico del país) o administrar las diferencias de la "interna" y la corporación sindical. Del mismo modo, la segunda Administración Vázquez podrá encarar una reforma constitucional que modernice el sistema electoral (incorporando el voto electrónico, por ejemplo) y haga más libre el sufragio con la desaparición de la "lista sábana", o enfrascarse en la discusión sobre la creación de un Tribunal Constitucional, con la finalidad de recortarle facultades a la Suprema Corte de Justicia, único poder del Estado que el Frente Amplio no controla.
El primer camino requiere de una mirada que vaya más allá de los partidos. En el segundo, alcanza con repartir astutamente cargos e influencias. El primero conduce a un país con "más libertades, más derechos, mejor democracia y ciudadanía". El segundo al Estrecho de Bering. O a la Polinesia.