En democracia sin choque, cuyo objetivo es alcanzar el poder y aunque estas fricciones se desarrollen en el mejor ambiente de debate respetuoso y de coexistencias entre los partidos, de respeto a la Constitución y las leyes, la política no existiría. Por ello son tan necesarios y tan raros los políticos transversales, que son capaces de cruzar, relacionarse, ganar respeto y audiencia en varios partidos, en el poder y en la oposición. Es un proceso raro que no funciona en todas las latitudes.
No me refiero al diálogo y la relación que se establece en las cámaras del Parlamento, donde conviven casi a diario representantes de los diversos partidos, negocian, se hablan y se enfrentan pero construyen sus relaciones; me refiero a algo más complejo y necesario para la democracia, los políticos que realmente entrelazan amistades, compañerismo, capacidad de diálogo entre fuerzas gobernantes y de la oposición y hacen funcionar mucho mejor el sistema democrático, sin perder identidad ni espacio político propio, al contrario.
Hace algunos meses me referí a uno de esos políticos que se había ganado esa capacidad, esa alta consideración entre las diversas fuerzas políticas: Alejandro Atchugarry. Ahora quiero opinar sobre Alberto Perdomo, un diputado blanco de Canelones que murió el pasado jueves 11 de mayo.
Ya escribí una columna sobre Alberto, porque era mi amigo, entrañable, buena gente, combatiente político de infantería, de esos que pie a tierra ganaba sus votos ruta a ruta, pueblo a pueblo, gente a gente. También por eso se podía permitir esos "lujos" de ser transversal, de ser apreciado, muy apreciado, por ejemplo, por los dos intendentes del FA de Canelones Marcos Carámbula y Yamandú Orsi y por muchos de sus colegas del parlamento y de los que lo conocimos y éramos de todos los pelos. Su identidad y su fuerza no estaban en la rispidez de su discurso y sus posiciones, en un supuesto "perfil" ganado a gritos, sino en sus lazos con los ciudadanos.
En su capacidad transversal había otro componente humano: vivía la política con pasión y la integraba a su vida, que también vivió con gran pasión hasta el último instante, con su esposa Valeria con la que se había casado hace muy poco, con toda su familia y con sus amigos. Era un amigo a la vieja usanza, de esos a los que se les puede tener confianza, que no te dejarán nunca de a pie, de esos amigos de hierro. Y las sensibilidades humanas juegan mucho en la política.
Todos, propios y ajenos, blancos, del FA y de los otros partidos que lo conocimos supimos apreciar esas características que él vestía también en su labor política. Y le hacía muy bien a la política y a su propia imagen.
Tenía un fino sentido del humor que para ser auténtico debe incluir a sí mismo y a los suyos, para que los otros nos sintamos tocados por sus comentarios y sus radiografías, precisas y audaces.
Otro rasgo que le sirvió para ese sentido transversal fue su conocimiento de todos los vericuetos de las leyes y las normas electorales, era un arquitecto y un ingeniero de las elecciones uruguayas, en particular en su Canelones natal y querido. Si a Alberto le dabas dos listas electorales te construía el Imperio Romano, y no lo hacía en las nubes del delirio, sino en la tierra pegajosa y difícil de las realidades ciudadanas.
Me dio los resultados electorales de Canelones del 2014 varios meses antes y se equivocó por muy poco, tanto en los partidos nacionales como dentro de ellos las diversas fracciones. No era un adivino, era un infante infatigable y de gran olfato político.
En un tiempo donde cada vez es más probable que el que gane las elecciones en el 2019 no tenga mayoría parlamentaria propia y menos aún reglamentada, personajes como Alberto y su capacidad de circulación de ideas, de acuerdos, de relaciones humanas y políticas sería fundamental.
Hay otro rasgo que quiero subrayar: para ser transversal hay que tener convicciones muy firmes, ideas propias soldadas a su personalidad y a su identidad. Era wilsonista sin proclamarlo todos los días, guiado por esa frase de Wilson de que el Uruguay debe ser una comunidad espiritual para afrontar su propia realidad geopolítica e histórica. Cuando se vive la política pie a tierra también hay que ser sensible a los problemas de su gente, de sus canarios queridos.
Era una persona culta y sensible, abierta al mundo y sus horizontes políticos pero también humanos y esa es siempre una escuela muy valiosa.
Los políticos transversales no surgen porque un partido o un dirigente decide jugar ese papel, es mucho más complejo, deben combinarse características humanas, políticas y también intelectuales. Los suyos y sus adversarios o aliados le tenían un gran respeto y ese respeto cuesta realmente mucho ganarlo.
Alberto Perdomo se había ganado esa capacidad de diálogo siempre abierto por esa suma de factores y por su aporte concreto a la búsqueda de soluciones y de caminos para resolver problemas muy complejos en Canelones y en el país.
Yo siento la pérdida de mi amigo, tenía dos años más que mi hijo mayor, en los últimos 7 u 8 años lo conocí combatiendo por su salud siempre frágil con un optimismo y una valentía difíciles de describir, lo vi pelear su supervivencia política aplastado por deudas de su campaña electoral en el 2009. Y salió adelante, a empuje y a inteligencia y muchas veces bastante solo, o mejor dicho apoyado por su Valeria y los suyos más cercanos.
Canelones y el Uruguay perdieron uno de esos pocos políticos transversales que no entienden la política como una interminable y reiterada cantinela de ataques contra los adversarios, sino como un complejo tejido de valores, de identidad propia y de profundo respeto por los demás.
Murió joven y en un muy mal momento para el país. Lo sepultamos una tarde lluviosa y muy triste en el cementerio de Santa Lucía, cerca de la casa donde nació apenas 50 años antes.