El ex presidente logró extender su ya larga lista de excentricidades, convirtiéndose en el primer presidente de que se tenga memoria que no le concedió a su sucesor ni un segundo de silencio. Ni siquiera tratándose de una figura de su propio partido.
En los últimos años, Mujica se transformó en un personaje digno de ser retratado en un documental de Kusturica, pero se termina comportando como su propia caricatura, al exhibir algunas aristas demasiado afectadas y "pour la galerie". La diferencia es que el primero era auténtico y este, que se deja ovacionar mientras su sucesor estrena la banda, se sube a un ómnibus para viajar al Interior y cambia el discurso político por el monólogo de Stand Up, parece devorado por el personaje, incapaz ya de guardar distancia, altura y respeto.
En ese plano, Mujica se convierte en un problema para el país porque deja vacante el lugar que debería ocupar como flamante ex presidente, para mostrarse como un personaje socarrón, mañero, con un discurso propio de un guarango de esquina. Es probable que sus diatribas hayan logrado el efecto electoral contrario al que buscaba (si es que pensó en las consecuencias de sus dichos antes de hablar) pero eso no mitiga el daño que causa a la cultura cívica semejante confusión de roles.
Para el "Partido de la Concertación", el drama no es que Mujica le falte el respeto. El drama es que tiene razón. Agravios de lado, la configuración del partido que coaliga a blancos y colorados nunca terminó de cuajar. El esfuerzo de sus dirigentes por ofrecer una alternativa montevideana no puede ocultar lo que es: una estrategia electoral para desplazar al Frente Amplio de la Intendencia. Mujica da en el blanco porque no cuestiona el derecho a aliarse para conquistar el poder sino que lo hagan de una manera artificial. Finalmente, el ciudadano sospecha de que aquello no pasa de un invento de mera ingeniería electoral y le responde con frialdad.
Entre las posibles causas puede señalarse la bajísima votación colorada en octubre pasado, que generó desbalance entre los socios y dificultades para designar un candidato sólido, y la decisión de Lacalle Pou de apartar de la candidatura nacionalista a Jorge Gandini, reconocido fogonero de la capital. Si bien nada de esto estaba en el escenario cuando blancos y colorados tomaron la histórica decisión de crear un partido, deberían explicar qué hicieron hasta ahora para consolidarlo. En ese contexto interno de campañas inconexas, candidatos inexperientes y carencia de organicidad y mística, cualquier candidato frentista es mejor, tal como dijo Mujica. Al menos cualquiera es capaz de asegurar la continuidad en el manejo del poder y el botín de la Intendencia, que de eso (y únicamente de eso) es de lo que parecen tratarse en el oficialismo las elecciones departamentales de mayo.