En Sudáfrica la integración racial, de africanos, blancos, indios y de otras nacionalidades es visible en todos lados, sobre todo en el poder, donde los africanos ocupan los lugares predominantes y en el mes de mayo de este año la ANC, el partido de Nelson Mandela, volverá a ganar las elecciones, posiblemente por un margen menor que en las anteriores elecciones multiraciales.
Es un país lleno de potencia económica, que también tiene una fuerte dependencia de los comodities mineros, el oro, los diamantes, el platino. Si el objetivo era solo terminar con el oprobioso régimen del apartheid, no hay ninguna duda que lo han logrado y que el aporte de Mandela a la formación de una nación fue fundamental.
Mandela esta en todos lados, en las ceremonias oficiales, en la iconografía estatal pero también en la vida de los ciudadanos, en los negocios, en el arte, en la cultura, en la vida cotidiana de una nación que conquisto una nueva dignidad en el concierto internacional y sobre todo regional. Sudáfrica es parte de los BRICS y es una nación potente. No es una nación justa con su gente.
Los blancos siguen ocupando la escala social superior de manera abrumadora y los africanos siguen sufriendo una postergación social notoria, evidente. Es un país que está muy lejos del sueño de una elemental igualdad de oportunidades y de justicia social. Si uno abandona la mirada turística o la simple comparación histórica con el pasado del régimen pretoriano de los blancos, y se interna apenas en la realidades social, esta muy pero muy lejos del sueño de Mandela, de Oliver Tambo, de los fundadores del ANC. La RSA es un país donde funciona perfecta y despiadadamente la economía de mercado, cuyo motor principal es la acumulación de riqueza y de poder, y donde un elemento insustituible es inexorablemente la codicia y donde la solidaridad y la sensibilidad social es un agregado generoso y selectivo y que corresponde en buena medida a decisiones individuales. El sistema funciona con su combustible fundamental, la acumulación ilimitada de riqueza, la codicia.
Estoy en Luanda desde hace dos días. Estoy sumergido en profundas contradicciones. En los últimos 10 años hubo más obras, mas cambios, mas construcciones que en los 30 años posteriores a la conquista de la independencia de Portugal. La ciudad está en construcción, edificios dignos de Dubai, un parque automotor desbordante en medio de los restos de la "outra" Luanda, desvencijada, descascarada, obviamente diez años no pasan en vano. Los "musseques", los barrios pobres se han extendido hasta rodear íntegramente las pistas del aeropuerto, y están erizados de antenas de televisión satelital.
La marginal, una larguísima y bellísima rambla que rodea toda la bahía de Luanda ha sido transformada en un parque lineal maravilloso, de buen gusto, bien iluminado y rodeado de palmeras importadas desde República Dominicana. Es la mayor transformación urbana, junto con los enormes edificios vidriados de hoteles, bancos, petroleras y shopping. Una plaza entera, la de Kinexixe, fue devorada por las nuevas construcciones. Hay inversiones multimillonarias de medio mundo, portuguesas, libanesas, sudafricanas, brasileras, chinas, francesas y de muchas otras naciones.
En el puerto está fondeado el portaviones Giuseppe Garibaldi transformado en un gigantesco muestrario de las empresas italianas. Nuevos tempos y necesidades y nuevos mercados...
La Perla de África, como fue llamada la hermosa y coqueta ciudad colonial de Luanda, se ha transformado en una Babel donde conviven grandes cambios y viejos y terribles problemas. Sobre todo el analfabetismo, la miseria, las carencias sanitarias y desigualdades crecientes. ¿Está peor que antes? En absoluto, hay de todo, está llena de proyectos, produce un millón y medio de barriles diarios de petróleo, tiene una institucionalidad que funciona discretamente, hay prensa independiente. Pero no es ni de cerca un proyecto de igualdad, de justicia social, de hermandad mínima, de oportunidades discretamente justas para sus 18 millones de habitantes.
¿Sera precisamente por esto que hay inversiones, construcciones, potencia económica? Da miedo solo de preguntarlo.
Voy a decir una banalidad, pero me sale del alma, posiblemente de mi alma un poco nostálgica, pero está muy lejos del sueño político de Agostinho Neto, que tiene un horrible monumento y un más horrible mausoleo, estilo socialismo tradicional Europeo y Asiático, trasladado a prepo a África.
Aquel modelo que tenía como referencia el socialismo real fracasó estrepitosamente en todo el mundo y en algunos lados sigue fracasando, pero qué terrible es que la consecuencia de ese fracaso sea la resignación a esto, a la administración del lucro mas desenfrenado, de la desigualdad como una maldición bíblica, a los viejos héroes de las guerras transformados en los grandes socios inversores de hoy.
Voy a hacer una confesión íntima, muy personal, pero obligada por un deber de honestidad conmigo mismo: posiblemente esta visión sea parte de mi codicia no satisfecha, de no formar parte de ninguna de las enormes posibilidades y realidades que explotaron en esta parte del mundo, o solo sea nostalgia de otros tiempos.
Los uruguayos que vinieron a este país al inicio de la independencia, los médicos, las maestras, los ingenieros, los mecánicos, los electricistas, los panaderos, los odontólogos, los técnicos que voluntariamente y por una paga mínima sufrieron todo tipo de privaciones y convivieron y compartieron los duros primeros años de la República Popular de Angola, su guerra contra los sudafricanos racistas, contra la UNITA, contra la herencia maldita dejada por un colonialismo primitivo y rapaz como del Portugal de Antonio de Oliveira Salazar y de Marcelo Caetano, contra el hambre, la pobreza extrema y todo con un sueño de justicia, de libertad, de real independencia. No creo que lo hayan hecho por este cambio, por esta nueva realidad. Es posible que también ellos sean nostálgicos. Pero entre la nostalgia, la búsqueda de una sociedad más justa, más igualitaria, y la codicia como el único motor de la sociedad, de la economía y de la historia, no tengo ninguna duda de qué es lo que yo elegiría.
La corrupción no es una enfermedad anormal a esa codicia, es parte de esa visión de la vida llevada hasta el extremo. Aunque haya medidores internacionales y escalas nacionales e internacionales.
Lo peor que nos ha pasado es resignarnos a seguir buscando, es conformarnos que lo que debemos hacer es administrar un poco mejor, con más decencia y un poco más o mucha más sensibilidad social, este sistema. Y aquí en estas tierras esas contradicciones terribles y lacerantes me asaltan en cada esquina, en cada recuerdo, en la memoria de mis amigos, de Agostinho Neto, de Oliver Tambo, de los padres del África independiente.