El acuerdo entre Colombia y Estados Unidos para que la superpotencia instale sus soldados y pertrechos en base militares colombianas está sacudiendo al continente. No es que Sudamérica necesite nuevos terremotos sino que la iniciativa viene a remover viejos fantasmas y a agitar la sábana de algunos nuevos, si es que hay algo verdaderamente nuevo en el actual conventillo continental.
La excusa ahora es la lucha contra el narcotráfico, lo que resulta más patético que novedoso. Quizás Estados Unidos quiera insistir en una guerra que está perdiendo por demolición. Como un jugador compulsivo, cree que esta vez la ruleta va a girar en el sentido de su apuesta, y terminar con tantos años de derroche y frustraciones. Cualquiera sea el rubro que se elija para evaluar esta singular guerra, la conclusión es desoladora. Sus efectos han sido y son devastadores para los pueblos del continente en términos humanos, económicos, políticos, sociales, institucionales y ambientales.
En rigor de verdad, cuando Estados Unidos financia, alecciona, instala tropas o invade países invocando la lucha contra el narcotráfico, lo que está haciendo es intentar que un problema doméstico se resuelva fuera de su territorio. Y esto porque millones de sus ciudadanos creen oportuno gastar su riqueza en sustancias psicotrópicas de curso ilegal, producidas con el esfuerzo y la tierra de los sudamericanos. Como diría mi abuela, "ese cuento que se lo hagan a otro". Es cierto que mi abuela era particularmente reacia a las incursiones militares estadounidenses una vez caído el Tercer Reich, pero en este caso, la excusa es tan fútil que la hubiera hecho despotricar frente a la pantalla del televisor, una de sus actividades preferidas, sobre todo cuando veía desfilar tropas estadounidenses con posterioridad a 1945.
Digámoslo sin más vueltas: la única razón por la cual Colombia tendrá un inusitado despliegue de "humbies" y marines se llama Hugo Chávez, un presidente que confunde gobernar con animar tablados y que acostumbra berrear como niño malcriado cuando no puede salirse con la suya. La propaganda chavista quiere hacernos creer que el imperialismo está preocupado por las ínfulas liberadoras de su líder, pero minga. El "comandante llanero", que se muestra indignado por la injerencia militar de Estados Unidos en el continente, un año atrás invitaba a los rusos, dueños del segundo arsenal nuclear del planeta, a instalar sus bases y soldados en las tierras de Simón Bolívar.
Tenemos entonces una narcoguerrilla (combatientes marxistas de las FARC asociados con los antiguos barones de la droga), dos presidentes dispuestos a recibir tropas extranjeras, una carrera armamentista que involucra a varios países (sólo Venezuela y Colombia gastan diez mil millones de dólares por año en defensa) y un clima de tensión que nos pone dos por tres al borde de un ataque de nervios, en medio de un continente surcado por la miseria, la delincuencia y el caciquismo.
La presencia de tropas estadounidenses no va a resolver ninguno de estos males. En la mejor de las hipótesis, podrá volver más peligroso el negocio de la droga pero no eliminarlo. Mientras sus compatriotas estén dispuestos a pagar el sobreprecio, los sudamericanos seguiremos siendo la carne de cañón de los autócratas delirantes y las torpes estrategias de Washington.
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