El hecho fue doblemente significativo: a diez días de elegirse el próximo presidente de la República, el país se enfrascó en un desopilante debate sobre una versión murguera del himno nacional.

Si un viajero llegaba el jueves pasado y se enteraba de estos dos acontecimientos, no hubiera necesitado consultar los datos de las encuestadoras para saber que la verdadera disyuntiva que los uruguayos teníamos por delante no era quién iba a suceder a Tabaré Vázquez sino la pertinencia de modificar los símbolos patrios.

El eje tradición-ruptura, por lo visto, no responde a cuestiones partidarias, al menos no ante el dilema de elegir entre Mujica y Lacalle. La campaña que culminará el próximo domingo ha dado una nueva muestra de que el botín electoral está en el centro-centro. Si Mujica obtuvo la ventaja que los encuestadores dicen que tiene sobre Lacalle, es porque logró ser percibido, mejor que su rival, como el genuino representante de la sensibilidad y las aspiraciones del uruguayo medio. El mismo candidato frentista explicaba a quien lo quisiera oír que él se tenía fe para convencer a los votantes de centro, una mezcla de empresarios unipersonales, pequeños comerciantes y profesionales de ingresos medios.

A pesar de su pauperización, los uruguayos tienen todavía mucho que perder como para ir detrás de cualquier aventura política, al estilo de otras repúblicas latinoamericanas. En Uruguay, el cambio está en la moderación, en el centro, en la marcha camión. Chimpum, chipupum, chin pum, pum, pum, y así. No para todos, claro. Buena parte de nuestros compatriotas consideran que mezclar la vieja marcha camión de los murguistas con las estrofas del Himno Nacional, es un alarde rupturista e iconoclasta que debe ser impedido. Así se expresaron personalidades de todos los partidos y estamentos sociales.

El razonamiento es por lo menos curioso. Al parecer, la instrumentación y los arreglos orquestales de la operística napolitana decimonónica generan un recogimiento y un respeto que no pueden ser alterados, ni siquiera por la voz deslumbrante de Freddy Bessio. "Inspirado" en el gran concertado que cierra el prólogo de la ópera "Lucrecia Borgia" de Gaetano Donizetti, el himno patrio debió dejar perplejos e indiferentes a los orientales que lo escucharon por primera vez. Aunque quizás nuestros rudos antepasados fueran más audaces e irreverentes que sus descendientes del Siglo XXI, y acostumbrados como estaban a sobrevivir en un tiempo convulsionado e impredecible, se largaron a la aventura de emocionarse con lo "nuevo", en el entendido de que los valores patrióticos son cosa del espíritu, no de las partituras.

Y así, mientras los uruguayos reflexionamos si es conveniente dejar que el Himno Nacional sea interpretado con libertad, además de con respeto, o si lo patriótico es repetir eternamente la versión "alla napolitana", transcurre los últimos días de una campaña que terminará con un nuevo presidente de la República. Entre la restauración operística y la marcha camión. Todo un símbolo.