No se trata solamente de un año "redondo", el 20. Se cumplirán 35 años desde la salida de la dictadura, gobernaron los tres grandes partidos políticos uruguayos, y hay intenciones de romper ese esquema, tanto por el nuevo Partido de la Gente como por el espacio socialdemócrata del Partido Independiente. Y lo más importante: hay una gran cantidad de gente descorazonada, desilusionada, cansada con la política tradicional o la que ocupa ese indefinido espacio de los que hoy no sabemos qué votar, o votaríamos en blanco o anulado.
Es posible que, llegado el momento, con el voto obligatorio y con un fuerte empuje de optar por el mal menor, ese porcentaje entre un 25% y un 30% de los ciudadanos uruguayos indecisos, vuelva a las urnas. Pero muchos de ellos ya conocen el "otro camino", el del voto en blanco en el 2015 en Montevideo.
La situación internacional y regional, que tiene naturalmente influencia en nuestra propia economía, pero sobre todo en nuestra sociedad, estará sometida al "fenómeno Trump", es decir a una ducha helada y otra hirviente, en las relaciones internacionales, en el comercio, en las alianzas, en las tensiones raciales, nacionales y religiosas. Y América Latina, o mejor dicho América, estará en el centro del vendaval. Ya lo está.
El gran espejismo del 2020 en Uruguay es el recambio en el sillón presidencial. Dentro de tres años, el 1 de marzo será otro u otra el presidente de la República Oriental del Uruguay. Y aún para los más alejados de la política, ese hecho tiene una gran importancia.
Me refiero a una importancia en nuestras vidas concretas, como sujetos sociales, productivos, intelectuales, profesionales, políticos o de cualquier tipo, activos o jubilados. Y este cambio adquiere cada día nuevos significados.
¿Quedaremos atrapados en la calesita de los mismos idénticos nombres y figuras, surgirá algo nuevo o se renovará el elenco político a los máximos niveles? ¿Se producirá la gran revolución nacional de que una mujer dispute la primera magistratura? ¿Lograremos que el proceso electoral, a través de serios debates, nos permita conocer a fondo el pensamiento, los programas, las capacidades de liderazgo de los candidatos, o todo será teledirigido por las agencias de publicidad? ¿Qué papel tendrán las nuevas tecnologías, las redes, y los nuevos instrumentos que están surgiendo y surgirán en la comunicación e interacción ciudadana, en la próxima renovación de autoridades?
Esta última pregunta no es menor. Tiene que ver con los cambios culturales y luego, muy luego, con los cambios tecnológicos que se están produciendo en el mundo y en Uruguay.
Si el que gana las elecciones no tiene mayoría parlamentaria propia ¿Asistiremos a alianzas más sólidas, más estables y sobre todo más programáticas que nos permitan construir auténticas políticas nacionales negociadas en las áreas clave?
Por ejemplo, en la reforma de la educación, en potenciar la seguridad, en utilizar plenamente el potencial del sistema nacional integrado de salud, en el conjunto de las políticas sociales, en la política internacional y regional, en la protección del medio ambiente y el uso del agua, en los grandes proyectos de inversión y de infraestructura que sin duda quedarán pendientes. Y en la reforma del Estado, esa madre abandonada a su suerte.
La reforma profunda del aparato del Estado no tiene que ver solo con el número desproporcionado de funcionarios públicos, con la capacidad de gestión de las empresas del Estado, además tiene que ver con la mentalidad dominante de los orientales y su suprema aspiración de ocupar un cargo público a algún nivel.
Lo peor que nos podría suceder es que en lugar de ser un año bisagra, fuera un año puerta cerrada, impenetrable, concluido, sin otra alternativa que la restauración conservadora o la continuidad inmutable. Hacen falta cosas nuevas, nuevos impulsos, y para ello no hay nada más revulsivo que repensar la política saliendo de los esquemas tradicionales.
Algunos piensan que lo nuevo son nuevos grupos, es decir sumar división a la división. Correcta, republicana, imprescindible para la democracia, pero que como todas las cosas, siempre es un problema de dosis. Un vaso de agua, incluso cuatro, quitan la sed, una piscina puede ahogar. Y estamos al borde de una piscina, grande, estática, con aguas no muy límpidas.
Las responsabilidades de los viejos y nuevos problemas que afrontamos no son iguales para todos, y otra de las alternativas es que el camino hacia la bisagra sea un gran concurso de vanidades y de culpas. Y que las hay las hay. Por tradición, estos tres años deberían ser un interminable concurso hasta noviembre del 2019, con fuego cruzado de acusaciones de todo tipo. Es parte de la democracia, no hay de que horrorizarse ni alarmarse. Cada uno busca su lugar bajo el sol del 1 de marzo del 2020.
Los que estamos seguros, inexorablemente seguros de que allí estaremos, gane quien gane, somos los ciudadanos y en general los pobladores de este país y, además todos los días crece el número de inmigrantes. Ese 1 de marzo la bisagra existirá. Estará cerrada o abierta y será reluciente y brillosa o herrumbrada y antigua. No depende del cambio climático, depende de nuestra inteligencia y sensibilidad.
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