La decisión llega dos días después de que se publicara en El País una entrevista de Paula Barquet al policía Eduardo Vica Font, responsable de desbaratar a las tupabandas, en la que el entrevistado narraba hechos que demostrarían la estrecha relación entre las bandas y los "tupas".
Pocos días antes, otras dos periodistas (Patricia Madrid y Viviana Ruggiero) revelaron datos sobre los gastos de Raúl Sendic con la tarjeta corporativa de Ancap que comprometieron gravemente al vicepresidente de la República. Como consecuencia de ello, la oposición envió el tema a la Justicia penal y el Frente Amplio decidió investigar los hechos, Antes, claro, algunas de sus principales figuras deslizaron sospechas sobre la existencia de una hipotética campaña para desprestigiar a Raúl Sendic, si es que tal extremo fuera posible a esta altura de los acontecimientos.
Cuando cumplimos con nuestro deber, los periodistas hurgamos en asuntos vinculados al poder y esto nos expone a la crítica, el desprestigio y la represalia. Nadie debería quedarse callado ante tales reacciones de los poderosos ni tampoco extrañarse. En ocasiones, el periodista navega contra la corriente, sobre todo cuando publica información de figuras de gran popularidad.
La misma gente que celebra la difusión de datos que comprometen la reputación de sus adversarios, se vuelve hostil cuando las noticias dejan mal parados a sus líderes. Nada de esto es relevante a la hora de decidir qué investigar y qué no. Lo único relevante es que el asunto también lo sea, y no para quien investiga sino para la comunidad.
La revolución científico- tecnológica está cambiando al periodismo y a los medios de una forma dramática. Esto supone una reorganización de las empresas y una reformulación de las prácticas y los productos periodísticos en orden de atender las demandas de un público que desarrolla nuevos hábitos de consumo.
Nadie sabe en qué va a terminar todo, pero si vamos a seguir viviendo en democracia deberemos tener a los grupos de poder bajo control, quizás más de lo que los tuvimos hasta ahora. No habrá un futuro democrático sin un periodismo riguroso y vigoroso.
El periodista no baila al son de los aplausos (que siempre son bien recibidos) sino al de sus propias pulsaciones, esa mezcla de instinto y destrezas que lo hacen ser quien es. No se trata sólo del dilema de la hoja en blanco o del micrófono en silencio sino de un impulso por revelar aspectos ocultos de la realidad, de cuyo conocimiento depende la comprensión cabal de problemas que estima relevantes para la comunidad.
En los últimos días, hemos asistido a varios hechos en los que unos periodistas han puesto en aprietos a figuras vinculadas al poder, en cualquiera de sus manifestaciones institucionales. La reacción, tan decepcionante como previsible, fue el ataque al mensajero, la apelación a hipotéticos complots urdidos para defender intereses inconfesables, la diatriba más o menos descalificante.
Quien aspire a vivir en paz y le asuste ganarse algunos enemigos, debería considerar seriamente dedicarse a otra cosa.