Todas las cosas llegan, las buenas y de las otras. Así sucederá con estas elecciones, al final, los uruguayos elegiremos presidente y vicepresidente. Fue una carrera casi interminable. Y todavía tendremos las elecciones municipales de mayo...
Ahora que falta tan poco podemos interrogarnos y preocuparnos por el día después, por los cinco años posteriores, por el futuro, que es la mayor promesa de toda campaña electoral. ¿Qué nos espera? ¿Qué queremos que nos espere?
Hay cosas bien claras, incluso antes de votar. El país no retrocederá, no volverá atrás, hay cosas profundas que han cambiado en el alma de los uruguayos. Ya no nos conformamos con las explicaciones, con las justificaciones, con los lamentos, con ese insoportable complejo de enanos. Queremos más, mucho más. Ya eso no tiene retroceso.
Salimos de la crisis y de un solo salto elevamos nuestras aspiraciones y nuestras exigencias en todos los planos. No voy hacer un largo relato de todas las cosas que han cambiado y de los resultados obtenidos. Ya se han repetido hasta el cansancio. Eso y las críticas de eso. Me voy a poner delirante, voy a retroceder a nuestros ancestros, esos que hace 100 años comenzaron a imaginar y a construir un país muy atrevido, capaz de grandes obras materiales y espirituales, esos que nos dejaron una hermosa y pesada herencia que recién ahora estamos recuperando.
Una herencia de avances sociales, de leyes de vanguardia, de obras sociales y edilicias que todavía nos asombran. Basta recorrer la historia, la capital y nuestras ciudades. Miremos el futuro desde esa nostalgia positiva.
Yo pretendo que pasemos de la etapa general de la lucha contra la pobreza y la miseria, a la más selectiva y profunda, para derrotar la marginación entre los niños y los jóvenes. Esa sería en los próximos cinco años una revolución. Necesitamos derrotar a la pobreza debajo de las estadísticas. Eso son planes sociales, educación, salud, trabajo y reforma del Estado. No hay Proyecto Nacional posible con los actuales niveles de pobreza y miseria entre los menores. Ni siquiera hace falta explicarlo. Simplemente no es sustentable, no tiene futuro.
Yo pretendo que el crecimiento del país nos coloque en cinco años en un PBI superior a los 40 mil millones de dólares y que además esté mucho mejor distribuido. La CEPAL acaba de informar que Uruguay es el país con la distribución menos injusta de la riqueza de toda América Latina. No nos alcanza, los países de primera tienen una relación entre los más ricos y los más pobres que es mucho más próxima. No se trata de un país de iguales - es imposible y antihistórico - pero sí con muchas más oportunidades para todos. Y eso es aumento de los ingresos familiares, por lo tanto del número de los asalariados, de sus sueldos y de las jubilaciones, del apoyo e impulso a las profesiones y a las pequeñas y medias empresas y productores y es inversión social desde el Estado. Ese es otro corazón del Proyecto Nacional.
Un crecimiento en sectores claves y con perspectivas sostenibles y amigables con el medio ambiente. Los agronegocios, la logística, las nuevas tecnologías, la biotecnología, el turismo, la energía y con un fuerte acento en la innovación tecnológica y en la calificación del personal. Eso es inversión, creación de puestos de trabajo más calificados y mejor pagos, eso es educación y formación, y es reforma de Estado y planificación estratégica.
Yo me imagino más democracia, que tiene mucho que ver con la calidad del funcionamiento institucional, el control y la transparencia de todo el Estado, pero por sobre todas las cosas con una relación diferente de los ciudadanos con la gestión del gobierno nacional y los gobiernos locales. Eso es también más democracia y libertad en la información, en la comunicación y es sobre todo más cultura. Un aspecto esencial de la cultura de una sociedad: el conocimiento profundo de nuestros derechos y de su ejercicio. Formas de convivencia más democráticas.
Y eso es también más seguridad. Vivir más libres y con una batalla frontal y total de parte del Estado y la sociedad contra los delincuentes, contra el delito como peligro para la sociedad, contra la violencia en todos los ámbitos y con particular atención a la lucha contra la pasta base y contra el delito organizado. No nos conformemos nunca. Esas son políticas integrales, es utilizar las mejores experiencias en el mundo, es inversión, tecnología y planificación estratégica. Es un cambio radical en la política carcelaria para adultos y menores. Seguridad sin barbarizarnos, sin perder cultura y humanidad, pero con una gran firmeza.
Y hay algo que cruza todo, es la calidad. El país de los próximos cinco años, el de los uruguayos delirantes, lo imagino apuntando a la calidad y la excelencia a todos los niveles. Porque eso es un país de primera. Calidad en la educación - que nos falta mucho -, calidad en la formación profesional y la relación territorial con la educación a todos los niveles, es seguir saltando sobre la brecha digital con toda la sociedad, es producción material y de servicios de calidad, cultura de calidad y son ideas de calidad. No queremos ser una fábrica de técnicos especializados, sino un país con muchas almas, que integra su formación con las ciencias sociales, con las humanidades, con nuestra tradición artística. No todos podemos ser todo, pero entre todos debemos ser todo eso que le da riqueza y sueños a una nación.
Me imagino un país donde las mujeres tienen los mismos derechos, las mismas oportunidades y los mismos salarios que los hombres. Esa es otra revolución urgente, no sólo para hacer justicia con las mujeres sino para hacer crecer a todos los uruguayos. Un país que necesita obligatoriamente que nazcan más niños, que siga disminuyendo la mortalidad infantil y que no penalice y abandone a las embarazadas en el momento más complejo y difícil y las someta a un código anticuado, injusto y fracasado. Por eso me imagino un país con una moderna ley de salud reproductiva.
¿Y quiénes pueden hacer todo esto? ¿Sólo el gobierno? ¿El Estado? No, cada uno tiene sus intransferibles responsabilidades, y que nadie diluya las suyas, pero necesitamos un gran impulso nacional, con protagonismo diferente de todos los partidos, de las organizaciones sociales, de la sociedad civil organizada, de los comunicadores, de los intelectuales y de la academia. Un Proyecto Nacional, asume esa condición, no sólo por la audacia y el sentido estratégico de sus objetivos, por reforzar la propia identidad de un país y marcarle un rumbo, sino porque refuerza y promueve la "comunidad espiritual" como actor y como protagonista.