Para el premio Nobel de Literatura, la aprobación del matrimonio igualitario y la regulación de la marihuana constituyen dos "reformas liberales radicales" (promovidas por un "anciano y simpático estadista", que habla con sinceridad, vive modestamente y viaja en segunda) y son motivos suficientes como para que el mundo tome a Uruguay de ejemplo. El escritor completa el cuadro encomiástico con referencias al crecimiento económico, la justicia social y a cierto sentido progresista de la libertad que se extendería más allá de la cultura, la religión y la política.
Es poco probable que Vargas Llosa consiga con estos elogios que sus detractores de la izquierda depongan agravios y desplantes. Más probable resulta que sus antiguos aliados de los partidos históricos se sientan decepcionados por terciar en dos temas polémicos, a los que sus parlamentarios y voceros se opusieron tenazmente.
Para los primeros, el elogio de Vargas es un incordio porque reaviva un debate que creían terminado. Si Vargas es liberal (o peor aún, neoliberal) debería ser aborrecido al menos en sus ideas y todo cuanto de él emane ha de reflejar el rancio pensamiento de la derecha. En cambio, ahora deberán explicarle a una feligresía cada vez más avispada de qué viene esto de las "reformas liberales". Vargas expresa sin ambages lo que en el Frente Amplio no se puede decir públicamente: el gobierno uruguayo procesa reformas liberales en un marco de respeto a la libertad individual y de promoción de la estabilidad institucional porque no se conoce otro derrotero exitoso.
Para los segundos quizás el problema sea mayor. Por convicción o por cálculo, se han opuesto a estas reformas que cautivaron a la opinión pública progresista de todo el mundo.
Es cierto que Vargas Llosa se equivoca en asignarle una intensión liberal a Mujica con la regulación de la marihuana. El presidente uruguayo ha esgrimido en su defensa argumentos profilácticos más que libertarios, por no hablar de las limitaciones y la discriminación que la nueva legislación mantiene sobre la libertad de acceso a esta sustancia psicotrópica. Pero quienes se opusieron a estas "reformas liberales" no lo hicieron por falta de libertad sino por mantener convicciones diferentes.
Con excepciones (hubo rechazos parciales y argumentos atendibles sobre cuestiones de técnica legislativa) la mayor parte de la oposición no pudo ver el profundo sentido transformador que estas iniciativas encarnaban. A ellos, los encomios de Vargas Llosa les hacen agua porque expresan su costado progresista y de avanzada. Nada que resulte extraño al pensamiento y la acción del liberalismo, cuando no quedan prisioneros del cálculo electoral o el inmovilismo conservador.
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