Contenido creado por Gerardo Carrasco
Navegaciones

¿Quien hubiera ganado las elecciones en el 2009?

¿Quien hubiera ganado las elecciones en el 2009?

Cada tanto alguien quiere rescribir la historia, contarla a su manera y hay algo que los hombres y las mujeres deberíamos haber aprendido: lo único que no se puede cambiar es el pasado. Por más locuacidad y empeño que se ponga.

03.09.2013

Lectura: 6'

2013-09-03T09:01:00-03:00
Compartir en

Volvieron a la carga, casi los mismos actores, a relatar y registrar opiniones sobre compañeros de ruta, de tareas, de la humana y diabólica labor de conducir a otros seres humanos, de gobernar. Opiniones lanzadas desde lo alto del poder, desde la dificultad y la oportunidad de responder sin resbalar en el tobogán de los adversarios y de la deslealtad institucional. Y uno traga tremendos sapos, culebras y hasta cocodrilos.

¿Volveremos a tragar?

¿El poder, los cargos, la responsabilidad propia y la poca responsabilidad adversaria nos debería imponer a todos la mesura?

Voy a tratar de no referirme a un aspecto concreto, una anécdota más de esta larga y despareja historia de anécdotas. Despareja para otros, porque a mi me cuesta mucho callarme. Debe ser la edad, el desparpajo, las prioridades nuevas, la mirada desde otro lado del poder, lo cierto es que voy a hacer el esfuerzo de todas maneras.

Algunos memoriosos recordaran que en el año 2009, se sentenció que si alguien perdía una las elecciones se iría del país a algún organismo internacional. Han transcurrido tres largos, interminables años y nada de eso sucedió, al contrario, el agredido está más que nunca al pie del cañón de este gobierno, cumpliendo con su responsabilidad. Una gran responsabilidad que va mucho más allá de las formalidades, que tiene y tuvo mucho que ver con la marcha de todo el tren. Algunos pensarán bien, otros muy bien, otros mal y también habrá de los peores pensamientos. Pero lo que se ha hecho en este país en los últimos 8 años tiene una parte importante de su signo, de su paciencia, de su esfuerzo. Puede que también de sus silencios, a veces demasiado generosos.

Yo no tengo porque sumarme a esos silencios. Hace años que abandoné el centralismo democrático, que tenía todo de centralismo, consciente y asumido y poco de democrático, también bien asumido y aceptado. Hoy asumo otras cosas.

Van tres años de compartir algo que se conquistó en conjunto y alguien decidió hacer ya el balance, incluso explicarnos el motivo de algunas decisiones del año 2009, ante peligrosos horizontes de derrota. Que generoso, cuanto sentido de la fraternidad, cuanta filosofía profunda hay detrás de esa mirada.

Se podría contestar por las rimas y ya que estamos especulando, decir que si esa misma justa electoral se realizara hoy y por el mismo premio mayor, la diferencia de votos sería abismal, pero para el otro lado. Y esta afirmación no es solo especulación sobre desplazamientos de votos blancos, sino algo un poco más sólido. No es lo mismo estar primero en la valoración como gobernante y afirmarse en la novena posición. Firme.

Pero traguemos saliva, hablemos de generalidades, miremos y dejemos pasar que a veces la política se ha ganado muy bien la fama de ser cruel. Tan cruel que hace olvidar muchos años de codo con codo y de otras peripecias.

Siempre nos ayudan los inquilinos de los otros apartamentos, los que quieren ocupar la portería, esos con su estridencia, su voracidad sin límites y su permanente esfuerzo por cambiar el pasado siempre nos dan una mano. Hay veces que me pregunto que sucedería si un día nos vinieran a faltar. Por favor, que nunca nos falten, por convicción democrática y por necesidad. Como decía Borges, a veces tengo dudas de que nos une sobre todo el espanto.

El asunto es que filosofando sobre todo, las heridas personales quedan, los juicios livianos o pesados sobre otros compañeros de ruta van dejando sus marcas, los míos también, lo que pasa que yo los asumo, otros se hacen los bendecidos, los que tienen la potestad suprema de iluminarnos con sus juicios. No confundamos, afuera del edificio nacional pueden dar enormes resultados, los dan, pero dentro y sobre todo en nuestro apartamento solo dejan marcas, profundas, que pican, que arden.

¿Qué tan grave sería callarse un poco, pensar un poco más antes de blandir la muy afilada? En la otra oportunidad casi nos cuesta mucho más que una especulada derrota y si todos, en primer lugar el aludido despectivamente, no hubieran actuado con esa generosidad que es tan fácil de escribir y de decir y tan difícil de practicar, sobre todo cuando cuesta, cuando es sobre nuestra piel, si no se hubiera actuado así, todo hubiera sido peor y diferente. Ese pasado tampoco puede cambiarse, aunque nadie lo registre y algunos traten de olvidarlo.

Y aquí estamos nuevamente en medio de una tormentita de palabras y sentencias. Discrepar y debatir ideas y conceptos debe ser una de las actividades más nobles, más necesarias y que más nos separan de los animales, los vegetales y los minerales.

Las ideas no necesitan aderezo ni condimento. Se ven, se huelen, se sienten, se aprecian. Ya que insistimos tanto con la honestidad intelectual, que a veces parece tan diferente a la otra, a la más básica y elemental de las honestidades, debemos asumir que las ideas ajenas, diferentes pero que apuntan al mismo objetivo, al mismo sueño siempre deberían ser bienvenidas, discutidas, analizadas. El poder nos ha cambiado tanto que hay siempre otras prioridades, siempre hay algo más importante que tiene nombre y apellido que supera y se sobrepone a las ideas.

Y hay ideas, afirmaciones y búsquedas sobre diversos temas en esta nueva anécdota que son interesantes, sobre la vivienda, sobre construcciones, sobre el funcionamiento del Estado y sus lentitudes, sobre diversos aspectos que aportan, que interesaría analizarlos. ¿Por qué entreverar todo con opiniones sobre otros compañeros desde lo alto de un cargo, o desde la altura que sea?

¿Quién tiene derecho a opinar sobre todos y cree que está libre de que otros compañeros seamos tan implacables como el opinador?

¿No tuvimos chispas y cortocircuitos por el mismo motivo, el mismo estilo no hace tanto tiempo? ¿Por qué insistir?

Cuando se habla de forma constante contra la sociedad del consumo, hay que asumir ese concepto en toda su profundidad, incluyendo el consumo enfermizo de la presencia en los medios, de la notoriedad (nacional e internacional), de la comunicación como una mercancía, como un consumo a veces enfermizo y que hay que alimentarlo.

Es cierto, si las declaraciones no pican luego no rebotan. Pero eso es también consumismo, sin que tenga un precio aparente, tiene el costo de los rasguños, de las heridas, de la perdida de fraternidad. ¿Cuánto vale eso, cuanto cuesta eso en el mercado?

Faltan muchos meses de marcha, de asechanzas, de aciertos y errores compartidos, no le agreguemos pólvora.