¿Qué pasaría si los que entran a las salas de operaciones o a tu casa arriesgando lo que estudiaron para cambiarte el corazón, ponerte una lentilla, arrancarte un tumor, curarte una gripe o darte un inyectable, solo se lavaran las manos y cobraran por ello?

¿Qué pasaría ahora y siempre, si los que se paran delante de una clase de chiquilines con sus mochilas llenas de vidas, de sueños y de dudas, para enseñarles, para despertarlos al mundo del conocimiento, para que lean, escriban, multipliquen y sobre todo entiendan, los dejaran plantados o les enseñaran el verbo de la resignación?

¿Qué pasaría si los pizzeros y los panaderos que se embriagan con el olor de sus masas, de sus salsas, de sus hornos simplemente nos sirvieran su desidia y su hastío?

¿Qué pasaría si los que trepan a los andamios cerca del cielo y cuidan cada detalle, cada ladrillo, cada canilla, cada inodoro, cada azulejo se desmoronaran de sus habilidades y nos dejaran a la intemperie?

¿Qué pasaría si los que enhebran todo el día sus anzuelos y de noche salen a sembrarlos en el río o en el mar para devolvernos una caja de escamas plateadas, encallaran en las orillas de un papel membretado?
¿Qué pasaría si los canas de verdad, los que odian en serio a los delincuentes y se las juegan o tratan de hacerlo, fueran domesticados por los oficinistas con torrentes de tinta y de sellos?

¿Qué pasaría si los estudiantes de todas las edades no despertaran cada mañana con la curiosidad de saber algo nuevo, diferente, desafiante y calentaran sus bancos hasta desertar en masa?

¿Qué pasaría si los que utilizan estos pequeños signos inventados hace milenios para escribir ideas, protestas, poesías, ciencias se volvieran tan áridos que ni ellos se leyeran?

¿Qué pasaría si los que aman el oficio de informar, de transmitir las realidades desde su propia e irreproducible sensibilidad dejaran de incomodar a los cómodos y de acomodar a los incómodos y se vendieran en cualquier escaparate de la falsa objetividad?

¿Qué pasaría si los que con su cámara captan un instante fugaz o un movimiento con historia, con final o con angustias y felicidades, se doblegaran ante el mercado y el poder?

¿Qué pasaría si los que miran todos los días el cielo con tribulaciones, por sus pastos, sus espigas, sus frutales, sus vacas y sus ovejas, sus vides, sus olivos se replegaran hacia las grandes ciudades a vivir en la comodidad de sus ranchos de lata?

¿Qué pasaría si a los soldados de verdad, no importa de qué grado, le faltara el coraje para defender a la patria y sobre todo a los suyos, a todos los uruguayos y se volvieran cómplices de abominables crímenes y los cubrieran con un silencio cómplice?

¿Qué pasaría si esos pibes de tantas edades, sobre todo pobres, que patean una pelota en un campito o en una calle, soñando con el Centenario o con el Camp Nou se les paralizaran las piernas y los entusiasmos celestes y multicolores?

¿Qué pasaría si los bosques, los lagos, las montañas, los mares, las selvas, los ríos se cubrieran de un manto gris impenetrable y ardiente?

¿Qué pasaría si los políticos que deben disputar el poder, que piensan diferente, que tienen historias diferentes, fueran devorados por una fiebre de inmoralidad y de mediocridad y la reivindicaran como una verdad y en los mullidos sillones suplantaran la aventura de los ideales y de luchar siempre por la comodidad de las castas?

¿Qué pasaría si hubiera dos leyes, una para los comunes mortales y otra para el poder, donde poder embarrarse hasta el cuello, mentir, especular, lavar y seguir de largo hacia el paraíso de la impunidad?
¿Qué pasaría si en lugar del riesgo, de la aventura, del compromiso voluntario todo se redujera a disputar un carguito en una alta pirámide de carguitos remunerados en medio del chirriar de los engranajes del aparato?

¿Qué pasaría si los que creen en algún dios, o en un dios o en varios, los utilizaran como bandera para marchar a sus cruzadas de odio, de destrucción, de horror y los otros le contestaran de la misma manera?

¿Qué pasaría si en el mundo siguiera creciendo la avidez y el 0,001 % de los habitantes de la tierra tuviera la riqueza del resto del planeta -que no falta tanto- y dependiéramos de sus limosnas y sus egoísmos?

¿Qué pasaría si el lago de los cisnes fuera un charco de aves domesticadas y Odette aceptara vivir en el cautiverio de la mediocridad?

¿Qué pasaría si el amor, concreto tangible como el sexo más apasionado y ardiente, se aguara en una rutina sin sorpresas y sin pasión?

¿Qué pasaría si algunas palabras tan rimbombantes, tan sonoras con sus potentes "d" finales, como solidaridad, fraternidad, libertad, humanidad, amistad se envilecieran en nuestras vidas concretas y cotidianas?

¿Qué pasaría si en lugar de interrogarnos sobre estas cosas, cada uno de nosotros nos preguntáramos sobre las nuestras, las propias, las intransferibles, que seguramente serán mucho más ricas, más apetitosas, más peligrosas y más humanas o más egoístas y viéramos que la línea divisoria entre las diferentes situaciones no es tan ancha y que cruzarla depende solo de nosotros?

¿Qué pasaría si la luz, el sol que consumimos todos los días en todas las latitudes, fuera solo eso, una luminosidad difusa y no el despertar cotidiano a la lucha por una vida mejor, más digna y exigente?

¿Qué pasaría? Depende de nosotros, no hay ninguna fatalidad.