"Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, Sino que primero has de evocar en los hombres el anhelo de mar libre y ancho". Antoine de Saint-Exupéry
Nos hemos llamado Navegantes, porque la definición básica de la izquierda son los grandes viajes y relatos. Los que vaticinaron el fin de la historia, auguraban en primer lugar el fin de las navegaciones, debíamos dejar que el mercado nos meciera y flotar a su deriva.
Si los seres humanos hubiéramos flotado sobre la esclavitud, sobre el feudalismo, sobre el capitalismo sin ningún sentido crítico, en realidad nunca hubiéramos salido de las cavernas. Las hubiéramos decorado mejor.
Para hacer política en esta época, donde la gente la mira de reojo y con desconfianza, y no por culpa de la gente, sino de nosotros los políticos y también de una cultura dominante que transmite un solo y obsesivo mensaje: la política es solo el poder y sus privilegios, hay que salir a cielo abierto, a la intemperie y no seguir decorando cómodamente y sin aventura ni épica los sillones del poder. Sean del color que sean.
Los sillones por sí mismo son siempre reaccionarios y lo peor es que pueden transformar a las fuerzas revolucionarias en simple guardianes de sus propios sillones, amordazando sus energías, sus pasiones y su irreverencia.
Queríamos salir a la intemperie, no guarecernos en techitos y, bajo algún arbolito, y no hay mayor intemperie que la de los navegantes, a cielo abierto. Esa fue desde siempre la mayor aventura de los seres humanos, descubrir nuevos horizontes y para ello hay que arriesgarse. Nos arriesgamos.
No hay nada de heroico en nuestro gesto político, los navegantes no hacen bulla, saben medir su realidad y el tamaño de sus velas. Heroicos fueron otros que en medio de las persecuciones, del terror, de los grandes peligros siguieron luchando por sus ideas y sus principios. Y nunca los traicionaron ni delataron. Esos forman parte de la gran historia del pueblo y de la izquierda uruguaya.
Por eso no aceptamos deformaciones de la historia, porque lo que hoy elegantemente se llama la post verdad, es también profundamente reaccionario y sobre todo falso e injusto, como todas las mentiras.
Somos navegantes porque obligatoriamente buscamos puertos y nunca llegaremos a nuestro destino, como lo ha hecho la humanidad desde siempre para poder progresar. Eso es el progresismo, no el sentido fatal del progreso, determinado e irremediable, sino la incansable navegación para construir ese progreso, que solo dependerá de nosotros mismos.
Navegar necesita buscar esos puertos con audacia, con visión de futuro, con sentido crítico, porque los errores se pagan muy caros, pero son devastadores cuando se persevera en esos errores.
Tenemos como símbolo una brújula, un pequeño instrumento que cambió el mundo, lo hizo más amplio y también más ajeno. Nuestra brújula marca el sur, porque somos del sur y no nos resignamos a ser los eternos postergados y los quejosos subdesarrollados. Queremos navegar impetuosos hacia la economía del conocimiento. No hay nación desarrollada que no forme parte de ese nuevo mundo, el conocimiento como el principal medio de producción y de cultura.
La navegación fue siempre una búsqueda incesante e insaciable de conocimiento, de nuevos horizontes, de libertad, de convivencia, de solidaridad. La nuestra tratará de ser una nave de fraternidad. Sabemos que la implacable lucha política no lo hace fácil.
Navegantes porque los puertos que buscamos no deben ser exclusivos, deben ser compartidos, por principios, por valores, por ideas y por relatos. Y el Uruguay necesita imperiosamente un nuevo relato para construir un nuevo Proyecto Nacional. El viejo proyecto blanco y colorado que cada día se parecen más y el del actual Frente Amplio han perdido toda vitalidad.
No todo estuvo ni está mal, no somos refundadores de la nación, somos simples navegantes que convocaremos a nuestros compatriotas más capaces y que no están necesariamente en nuestra nave a debatir, a aportar ideas, y a gobernar.
Navegar es siempre vencer tormentas, no hay calma chicha asegurada para hacer la plancha, hay que estar dispuestos a romper olas enormes y aparentemente invencibles, corporaciones, malas costumbres, ideas retrogradas. Cambiar, que es lo que este país debe seguir haciendo mucho mejor y más profundo, no puede ser el equilibrio con los que no quieren tocar sus privilegios, sus paralizaciones que han frenado las reformas imprescindibles del Estado, de la educación, de la seguridad. Navegar no es indoloro y requiere mucha imaginación.
Si algún día nos tocara ocupar sillones, cargos, haremos todo para que no se repitan, para que no sean eternos, para que los que no sirvan o erren se retiren como les sucede a los comunes mortales y nunca, nunca aceptaríamos navegar junto a corruptos. Para navegar en el poder no se trata solo de reforzar los aspectos ideológicos e ideales del republicanismo, de la verdadera izquierda, sino de darle a la justicia y a los órganos de control el máximo poder de control y de sanción.
No es cierto, el poder siempre corrompe, ese es el argumento de los corruptos para justificarse y lo quieren imponer en la sociedad. El poder permite, como ninguna otra cosa diferenciar a los servidores públicos de los burócratas empedernidos, a los navegantes de todos los colores de los que anclados en los sillones los usan para sí mismos o para alguna corona.
También hemos elegido este nombre, entre muchos otros porque nos obliga a explicarnos, a sintetizar nuestra identidad no solo a partir de la bronca, de la indignación, de la desilusión, sino desde la construcción. Para navegar hay que construir barcos y descubrir horizontes y fijarse metas. Y hay que remar duro.
Lo asumimos desde la partida, navegar implica el peligro de naufragar. No pedimos garantías, no provenimos de la cultura de las cosas fáciles y mullidas, somos uruguayos.
Esa expresión tan terminante y dura de "Vivere non necesse navigare necesse est" atribuida a Pompeyo y que todos asociamos a Marcha, ese formidable y entrañable semanario que marcó la historia del país y no solo del periodismo nacional, en la actualidad tiene un nuevo significado, en este mundo de un peligroso derivar hacia la barbarie, hacia la xenofobia, hacia la ideología de la anti política. ¿Sin navegar, que es la vida?
Y para volver al principio; como decía Saint -Exupéry: "La huida no ha llevado a nadie a ningún sitio". No queremos huir, ni lavarnos las manos.
Por Esteban Valenti
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