Este dilema lo tenemos todos y en cada momento de la política. Opinar es arriesgar, aclarando que se puede hablar sin opinar sobre nada, sin decir nada o casi nada. Yo entiendo a la política como una actividad en la que se asumen posiciones claramente. Me acostumbré a que hacer política es jugarse. Aunque durante demasiado tiempo, tenía ciertos límites insuperables de carácter ideológico, que yo mismo acepté y promoví.

Ahora estamos en un tiempo diferente, de coincidencias políticas, de búsquedas ideológicas y de responsabilidades gubernamentales. Y no me voy a callar.

No es un acto de soberbia, es un acto de responsabilidad. Callarse las opiniones por el supuesto de defender de esa manera ciertas ideas, ciertas posiciones de poder aunque se vean errores, canalladas, y posiciones que considero equivocadas, no me parece ni justo ni correcto. Menos dentro de la izquierda.

Me sería mucho más cómodo, callarme, acomodarme, llamarme a la prudencia. Les puedo asegurar que tendría un placentero flotar. Y me sentiría un microbio.

Si sé y conozco ciertas situaciones, si tengo opiniones sobre ciertos temas, si veo ciertos peligros, voy a opinar sobre esas situaciones aunque algunos me quieran silenciar. A mí y en mí a muchos otros que piensan cosas diferentes y polémicas. Es inaceptable.

Ahora el nuevo gran argumento es que opinar es de "publicistas" y no de políticos. Estos muchachos recién llegados al Frente Amplio dan lecciones con demasiada facilidad.

Las cosas hay que decirlas en los ámbitos que corresponden, algunas seguramente hay que decirlas al oído, entre compañeros, pero cuando los temas se colocan de una u otra manera en el centro del debate público, considero que es necesario hablar. Y en general, aunque a algunos les parezca lo contrario, soy bastante mesurado. Hay compañeros que por razones institucionales y políticas piensan igual o consideran las cosas más graves de lo que yo lo hago. Muchas veces, y no pueden hablar. Y hacen muy bien.

No me callo cuando se trata de polemizar con argumentos contra la derecha, no por reflejo condicionado sino porque considero que es la batalla de las ideas donde se define la calidad política de una sociedad democrática. Y la derecha hace tiempo que libra una dura batalla política e ideológica sobre muchos frentes.

No me voy a callar porque haya canallas como el portal LR21 - que no sé a quien responde - pero que a sabiendas y con alevosía pusieron en mi boca palabras y conceptos que claramente eran de otro participante de La Tertulia. Uypress demostró con la versión escrita del programa el tamaño de la tergiversación. No creo que sean burradas, son otras cosas.

Yo no tengo espíritu kamikaze, no me gusta inmolarme, lo que me gusta menos es callarme ante los peligros y los desafíos. Los temas políticos trato siempre de analizarlos desde la política o desde la ideología y la cultura y muchas veces hay que ser directo. Además, por participar de ciertos debates públicos, en tertulias radiales, y opinar en medios de prensa tengo mis obligaciones y mis posibilidades.

Por callarnos demasiado tiempo hemos dejado que se construyeran relatos y discursos sin réplicas ni discusiones, relatos que se han instalado en una parte de la sociedad y de la izquierda como verdades sacrosantas y no lo son. No voy a pasar del relato del régimen perfecto e intocable del otro lado del muro a las ideas y los personajes sagrados del otro lado del mito. Por justicia, por honor a la verdad y porque la experiencia política me ha demostrado que esos silencios son muy peligrosos.

Todos nos necesitamos en la izquierda, todos somos iguales en cuanto a derechos y obligaciones, por eso mismo no hay iguales más iguales y mejores iguales que otros. Hay posiciones políticas, hay definiciones, hay estrategias o falta de ellas y hay resultados.

En la izquierda uruguaya partimos de una gran revolución cultural para la izquierda latinoamericana y en cierta medida mundial: hacer de las diferencias filosóficas, ideológicas e históricas una gran fuerza política. Eso fue el Frente Amplio. Y la otra parte de la revolución cultural fue aceptar que nadie tenía la verdad sellada y el pasaje al paraíso garantizado ni que los demás eran compañeros confundidos a la espera de la claridad.

Fue esa revolución interna la que nos permitió asimilar la otra gran revolución, la democrática, la de incorporar definitivamente a nuestra identidad de izquierda las enormes posibilidades y las limitaciones de la democracia. No como un cuerpo muerto sino como instituciones, pactos constitucionales, leyes y una cultura nacional democrática. En medio de tantos dolores y sufrimientos de la dictadura sellamos esa lección y hoy vivimos en ella. Democracia en la sociedad y democracia en la fuerza política. Democracia cuando ganamos y cuando perdemos.

El poder nos ha cambiado para bien y para mal. Para bien, porque nos obligó a construir, a hacer, a exigirnos, a aproximarnos a la realidad para cambiarla y no criticarla y comentarla. Nos obligó a ejercer el poder y tratar con gran esfuerzo de mantener los sueños, los ideales, el sentido épico de un proyecto de izquierda. No siempre logramos ese delicado y complejo equilibrio. Para mal, porque el poder tiene sus tentaciones, sus lisonjas, porque hipertrofia el apetito y muchas veces confunde el puesto, el cargo con el proyecto, con los objetivos. Porque tiene la tendencia a ideologizar o politizar las voracidades y porque siempre está al acecho. El poder no duerme y no deja dormir.

Este es un gobierno - el segundo que conquistamos entre todos - con el aporte de todos y que es nuestro. Lo asumimos, lo defendemos, lo analizamos y lo criticamos porque es nuestro. Y lo hacemos desde adentro. Incluso en los momentos en que estamos más preocupados.

En lo fundamental tenemos muy buenos resultados, sumado al de Tabaré Vázquez, los mejores resultados de un gobierno desde que se tenga memoria en el Uruguay. Cantan las cifras, cantan las encuestas, cantan los bolsillos y las almas. Y no estamos conformes, ni todo es igual, rosado y parejo. Los dos gobiernos no fueron iguales, no podían ser iguales y no tenemos por qué aceptar que la igualdad y la comparación se de siempre y cuando convenga. Aprendamos de la realidad.

No se trata sólo de reivindicar el método crítico permanente para mejorar y seguir avanzando y para que el poder no nos cope, sino que vemos huecos en nuestra gestión, tenemos dificultades en áreas importantes que tienen que ver con la vida de la gente, de los uruguayos, de nosotros. No voy hacer la lista de siempre.

Luego de las elecciones internas queremos discutir de ideas, de ideología, de la batalla cultural, pero queremos discutir de gestión y acción del gobierno. Discutir de resultados y de objetivos posibles. No queremos seguir discutiendo sobre el humo de los cargos.

Aunque hay que saber que las ideas no se construyen en el aire. Detrás de los resultados, persiguiendo los objetivos, cosechando éxitos o fracasos hay seres humanos de carne y hueso que hay que apoyar, alentar, criticar y sobre todo respetar. Las causas de la humanidad que se olvidan de los seres humanos con nombre y apellido, terminan en tragedia.

Un traidor no puede con mil valientes, podrá en la cortita, pero al final y sobre todo en el resultado que importa, vale siempre la frase de Borges, "nadie se arrepiente de haber sido valiente" Y en la izquierda uruguaya, mejor dicho entre los uruguayos, la gran mayoría de la gente, de todos los pelos es valiente y no la corren con atropelladas y filtraciones, vengan de donde vengan.