Me la contaron en detalle. Tengo la obligación de reconocer que no fui un participante directo. Pero conozco la precisión y el detallismo de la informante. La envidiarían en cualquier servicio de inteligencia. Registra y relata cada detalle con la precisión de un explorador.
Como lo hacen todos los años, se reunieron un grupo de maestros, algunos que todavía trabajan como tales, otros jubilados o que se dedican a otras actividades pero llevan el sello original de haber pasado juntos por el instituto normal antes de la dictadura. Ser maestro es una condición que nunca se pierde, es mucho más que una profesión o una vocación. Al menos en el Uruguay y en esas generaciones.
Comparten relatos, amistades, experiencias humanas, a veces no muy fáciles. Esa es la palabra clave: comparten. Pasan los años, la vida, las alegrías, las amarguras, los hijos, los nietos y siguen siendo amigos compartiendo la batalla por transitar por este valle de lágrimas y de sonrisas.
Y compartir es aportar experiencias diferentes, tránsitos diversos, miradas distintas. La noche de un sábado se volvieron a reunir y un tema dominó todos los relatos: la inseguridad, mejor dicho el delito. Prácticamente todas en el último año sufrieron robos, rapiñas o alguna forma de delito. La inmensa mayoría son progresistas, aunque en este tema, y en muchos otros nadie pregunta posiciones políticas, evoluciones o cambios.
Contaron de todo. La hija de una de ellas regresó con toda su familia de Panamá, vendió todo, su esposo renunció a un cargo importante y se decidieron a criar sus pequeños hijos en su país. Antes de llegar ya les habían "visitado" la casa, y en algunas semanas recibieron otras cuatro visitas. Los derrotaron, se van. Y la madre y abuela era la más derrotada porque fue desde siempre una luchadora incansable, una de esas hormigas infatigables de los cambios desde abajo y con los de a pie. Seguirá peleando, pero nadie le quita la sensación de derrota.
Otra familia relató en tercera persona al principio, hasta que tuvo que reconocer con pudor que le había tocado a ella. La robaron, presentó denuncia en una comisaría y como es obvio reclamó que le dieran un comprobante. El agente que los atendió cortó un trozo de papel donde estaban envueltos los bizcochos que comía, le puso un sello y un garabato y le entregó el comprobante "oficial". Lo mostraron en la reunión, no hay posibilidad de la mínima exageración.
A otro le robaron el auto y por su cuenta averiguó que estaba en uno de los barrios "difíciles", fue con esos datos a la comisaría. En ese barrio no entramos, le dijeron con total desparpajo. Ni siquiera hizo la denuncia. Se armó de coraje y se fue al barrio – cuyo nombre omito por respeto a la mayoría de la gente que vive allí y es honesta y trabajadora – habló con varias personas, en seguida le dijeron donde estaba el vehículo y trató directamente con el responsable, pactó una cifra, la pagó y le devolvieron el vehículo. Volvió a la comisaría y les demostró que él sí había podido entrar, pero que era necesario mover las nalgas.
Otros relataron que al hacer la denuncia de un robo en el barrio sur, le dijeron que por el día era seguro que los ladrones venían de un barrio próximo, se intercambian. Hizo una serie de contactos y también pagando una cifra pactada con “manos de seda” el responsable de planificación y marketing del delito en ese barrio, recuperó sus pertenencias. Es notorio que hay una cierta institucionalización de la delincuencia. Y eso es lo más peligroso.
Podría seguir contando detalles, anécdotas, hay varias más. ¿Para qué? O se trata de una casualidad desgraciada, una confluencia de gente descuidada que expone sus bienes a la codicia de los delincuentes – no creo que tratándose de maestros sus riquezas sean tan apetecibles – o el Uruguay está cambiando bajo nuestros ojos, peldaño a peldaño y sin que lo analicemos en serio y a fondo. No para recuperar cosas robadas, sino para algo mucho más importante, para que tratemos de recuperar un país que se nos escurre. Las estadísticas dicen que el delito esta decreciendo – les creo – pero también tengo que creerle a estas "casualidades".
Las posibilidades son muy claras: o casualmente allí en esa reunión justo cagó la paloma, o algo está pasando.
A mi personalmente me sucedió algo novedoso. Fui invitado a dos asados en dos barrios de la costa de Montevideo. Nada especial, cosas de familia y de amigos. Además de la parrilla y del medio tanque que cualquier uruguayo tiene en algún espacio libre de su casa, los dos tenían algo en común: alambres electrificados en sus cercas. Me sentí en Sudáfrica, donde por primera vez en mi vida había visto hace algunos años esos portentos tecnológicos para la protección de la propiedad y la separación de los seres humanos.
Unos coquetos cartelitos amarillos señalaban el peligro: cerca electrificada. Lo que los carteles no podían señalar es el peligro de que nos encerremos y nos acostumbremos al encierro. Ni el más creativo y delirante de los escritores uruguayos hubiera creído hace algunos años que en el Uruguay las casas además de rejas cada día más fornidas, le agregaríamos alambre electrificado a nuestras cercas. ¿Dónde llegaremos?
El Instituto Nacional de Estadísticas, el INE informa que la miseria se redujo en sólo dos años a la mitad y la pobreza en un cuarto. No es una mala performance, al contrario. Por otro lado más de 300 mil personas recibieron el apoyo del Plan de Emergencia. ¿Y entonces?
No se roba fundamentalmente por pobreza, se cruza la delgada línea roja y luego es muchísimo más difícil volver a cruzarla, es un cambio profundo. Se aprobó una ley para reducir el número de reclusos y humanizar las cárceles. Todos los vaticinadores de la oposición predijeron hecatombes. Sin embargo el número de reincidentes fue más bajo que los guarismos normales, pero el desastre es que en pocos meses tenemos otra vez las cárceles llenas, con otros presos. Es una ecuación perversa, hay cada día más presos y cada día más delitos.
La izquierda debería poner las barbas en remojo en serio y mirar a su alrededor. En Europa una mezcla de reverdecer ideológico de la derecha, con un discurso complejo y elaborado (ver Sarkozy) y una promesa de seguridad, de mano dura, de control sobre la emigración y de reivindicación de la nación, están produciendo un terremoto conservador. Aquí cerca, en Buenos Aires, el discurso de Mauricio Macri tiene entre sus distintivos la seguridad como elemento central.
¿La izquierda no debería interrogarse en serio sobre estos temas? ¿Nos tenemos que resignar a administrar las fuerzas del orden o a explicar las causas sociales del delito? Los pobres, los más débiles son las víctimas principales del delito, como objetivos del robo, la rapiña, la droga o como tropas de asalto del delito, que en definitiva es otra de las variantes de esta tragedia.
Tendría que haber una forma progresista de no resignarse a esta escalada del delito y la violencia. Lo que sí está claro es que será uno de los principales terrenos de disputa en todas las sociedades. Y esto no se resuelve solamente con debates, son necesarias estrategias concretas, leyes, una justicia y una policía preparadas y sobre todo políticas sociales integrales, encabezadas por la educación.
Pasados los momentos de crisis aguda, cuando las sociedades se hacen más exigentes, y observan más atentamente su calidad de vida, el tema de la seguridad ciudadana emerge como un volcán. Seamos duros con el delito y más duros con las causas del delito, pero seamos.