La semana pasada publiqué mis “Navegaciones” sobre la situación en ASSE. Cuando uno siente frustraciones o sublevaciones frente a su propio gobierno, al que votó, apoyó y con el que está identificado, las dudas son muy grandes: ¿callarse, dejar que el tiempo transcurra u opinar? ¿Con cuáles límites?
Para responder esta preguntas me valgo de dos referencias, una de carácter histórico e ideológica y otra muy concreta y reciente.
Creo con más firmeza que antes y que nunca que, los gobiernos infalibles terminan siendo de derecha, profundamente conservadores y autosuficientes y se los devora el poder y sus vicios. No se trata de cubrir todo con esa lavada de manos general de que todos nos equivocamos y mucho más se equivocan los que hacen y deciden. No, es algo mucho más serio y profundo: el progreso, los cambios, el avance de la civilización desde la caverna hasta hoy se hizo sobre la base de un profundo sentido crítico. Cuando este sentido crítico se engripó y prevaleció la justificación de todo y sobre todo del poder, sufrimos grandes tragedias y paralizaciones y en el caso de la izquierda las peores derrotas históricas.
Lo que parecía un rumbo incontenible hacia la liberación del la explotación humana, un mapa que inexorablemente cambiaba de poder en todos los continentes pintado por gobiernos casi perfectos o muy próximos a la perfección, un día explotaron en cadena bajo sus propios pies y narices. Los gobiernos infalibles tienen un ADN destructivo y muy peligroso.
Eso no quiere decir bajo ningún concepto que hay que promover y fomentar la insatisfacción perpetua y creciente, la más absoluta falta de valoración de los cambios, de las buenas políticas, de los avances importantes. Aunque parezca una actitud crítica, esa es la variante opuesta de la infalibilidad, es en realidad la infalibilidad de la crítica, es otra forma reaccionaria de ver el mundo y el país. Por ese camino tampoco se va a ninguna parte.
La otra referencia mucho más concreta y tangible que utilizo es mi experiencia durante el anterior gobierno municipal de Montevideo. Valoro y reconozco al anterior intendente, me sentí plenamente identificado con el inicio de su gestión y con la misma convicción y pasión me fui desilusionando, viendo cosas que funcionaban mal o directamente no funcionaban. Y me callé. Primó en mi y en muchos el desahogo de pasillo o en los pequeños círculos, la justificación extrema y la esperanza de inminentes cambios. Y el resultado está a la vista: perdimos un cuarto de los votos de la elección anterior (del año 2000) y por primera vez retrocedimos electoralmente en forma importante. Me siento también yo responsable de ese retroceso porque me callé.
Hay que saber encontrar el equilibrio, saber defender, explicar y mostrar los resultados que obtiene un gobierno que apoyamos, pero con el mismo rigor y seriedad hay que ser capaces de analizar y criticar los errores, las carencias, los retrocesos o la falta de coherencia.
Lo mismo sucede con nuestra fuerza política. Parece increíble que el Frente Amplio se haya decidido a enviar un proyecto de ley nada menos que para interpretar la Ley de Caducidad sin haber sondeado, analizado, discutido cuáles podían ser las consecuencias y los apoyos dentro de sus propias filas. Es imperdonable.
Es un eslabón más de los que consideran que utilizando hasta el límite los reglamentos y las formalidades no se dan cuenta que están llevando lo sustancial, la política y la cohesión del propio FA más allá de los límites.
El tema de los derechos humanos desde la salida de la democracia fue siempre enfocado por la izquierda como un elemento de amplitud, para ensanchar las fuerzas que se comprometían y apoyaban y últimamente se haya impuesto exactamente lo contrario: nos vamos achicando cada día más y ahora además hacemos detonar las contradicciones dentro de la propia fuerza política. Tampoco sobre este tema, que tiene tantas connotaciones humanas pero también históricas y políticas debemos callarnos.
Los avances que conquistamos en la lucha por la verdad y la justicia también se conquistaron a través de la política.