Me voy a explicar, aunque creo que es una sensación que tenemos muchos, muchos izquierdistas. Es cierto, electoralmente somos la única fuerza política que luego de la caída de la dictadura tenemos la posibilidad de renovar por tercera vez un gobierno nacional y por sexta vez la Intendencia de Montevideo, el segundo cargo político más importante del país. Y eso habla de dos cosas, de nuestra capacidad de gobierno en su conjunto y de la acción política del FA.

¿Entonces por qué estamos peor? ¿No será una falsa sensación térmica? ¿No estaremos abusando del espíritu crítico?

Veamos el mundo, aún con profundas y bien fundadas raíces nacionales, con capacidad de construir en forma ideal y programática un Proyecto Nacional, ser de izquierda, también en Uruguay es tener una particular sensibilidad por lo que sucede en el mundo, por sus tendencias, sus tensiones y por la capacidad de respuesta y de propuesta que tienen las ideas progresistas y de alternativa. Y en este sentido estamos muy mal.

La pobreza política, ideológica y cultural en la mayoría del planeta en materia de construcción de parte de la izquierda es notoria. No se trata de comparar con el pasado, sobre todo el pasado relativamente cercano del choque entre dos mundos en todos los terrenos, lo que simplificaba todo, vivíamos en un mundo con respuestas totales y totalizadoras que se nos derrumbaron estrepitosamente encima. Hablo desde el surgimiento mismo del concepto de "izquierda" en la Revolución Francesa.

Vivimos en un mundo cada día más injusto, con la mayor crisis del sistema capitalista, o si quieren ser más modernos de la "economía de mercado" desde 1929, que afecta a los centros del poder en EE.UU. Europa y Japón, con países otrora centrales lanzados a la periferia del fin del estado del bienestar y con enormes sectores populares precipitados en la desocupación, en la pobreza, en la inseguridad sobre su futuro.

Vivimos en un planeta con enormes corrientes migratorias desde el sur hacia el norte, a pesar de la crisis, porque entre vivir mal o no vivir, no hay elección, y esa muchedumbres que se mueven son la columna mercurial de tragedias como el hambre, la desertificación, la desnutrición infantil, la falta de acceso a elementos básicos, como la comida, la salud, la vivienda, el agua, la educación y de las guerras.

Un mundo con un nivel de tensiones regionales, volcanes bélicos activos o latentes en decenas de países de Oriente medio, de África, de Asia e incluso en Europa.

La izquierda en sus diversos formatos está en crisis, no tiene capacidad de respuesta, de elaboración común ante los problemas globales, no hay una circulación de estudios, de ideas a la altura de los nuevos problemas, de las nuevas interrogantes globales. Nunca desde que existe la izquierda hubo una diferencia tan abrumadora entre las preguntas y la capacidad y la producción de respuestas, de aproximación a nuevas respuestas por parte de la izquierda. No hay ni siquiera foros adecuados, mientras sobran los foros de la derecha.

Y eso sucede en el mundo, y sucede también en el Uruguay, como reflejo y por nuestros propios problemas y debilidades.

Estamos buscando, algunos con más intensidad y profundidad, con más o menor relación con sus responsabilidades políticas o de gobierno, en la política, en la economía, en la relación con la ciencia y la tecnología, con las corrientes demográficas, en las formas de propiedad, en la relación entre el mercado, el estado y la sociedad civil, en las nuevas tendencias de la pedagogía y de la educación y en un tema clave, en la cultura.

¿Esta pobreza ideal y cultural e ideal es solo el reflejo de una tendencia mundial? No, no lo creo en absoluto. Nosotros hemos aportado nuestras propias carencias y pobrezas. Logramos grandes éxitos políticos, podríamos calificarlos de históricos, que pusieron al desnudo nuestras flaquezas y debilidades. Se da la paradoja que mejoramos al Uruguay y nos empeoramos a nosotros. No es tampoco una casualidad.

Estamos peor en la capacidad colectiva de elaboración teórica e ideal. Tanto desde el punto de vista político, en la necesaria redefinición de la acumulación de fuerzas en este nuevo momento, del bloque político, económico y social y en la creación y puesta en circulación de ideas realmente renovadoras en la mayoría de los frentes de nuestra acción, aunque tenemos que reconocer que la acción de gobernar nos permitió obtener muy buenos resultados, que no pueden aislarse de la elaboración teórico-política.

Sobre algunas materias estamos muy lejos de nuestros propios antecedentes, como por ejemplo en materia de protagonismo de la sociedad civil, de actividad en las organizaciones sociales y su relación con la política, en la educación y la pedagogía. Para mencionar algunos temas centrales.

En materia de gestión local, departamental es otro ejemplo abrumador. Algunos podemos consolarnos con lo episódico, con contar anécdotas de los últimos años y de administraciones de izquierda, pero ¿dónde están los impulsos innovadores en materia de gestión local, el análisis autocrítico profundo sobre las tendencias insatisfechas de nuestras ciudades y áreas, en la capital, en la zona metropolitana y en los departamentos donde ganamos y perdimos las elecciones?

¿Cuántos compañeros, con qué nivel de preparación, investigación y audacia intelectual tenemos estudiando estos temas en serio, sin esperar alguna "trovata" genial que nos ilumine? Y es un terreno fundamental en la compleja relación entre sociedad, territorio, identidad, Proyecto Nacional y globalización.

A nivel programático hemos realizado una prolija labor, donde el equilibrio y la preservación de las diversidades y coincidencias es muy complejo. Y se hizo, y es un gran capital de la izquierda uruguaya y de sus tradiciones unitarias, pero...es muy difícil encontrar nuevas ideas, nuevos desafíos, nuevos impulsos que entusiasmen, que le den nueva vitalidad a toda nuestra propuesta.

Es cierto en comparación con la derecha salimos bien parados, por los resultados e incluso por el programa, pero ellos no necesitan construir en forma permanente un nuevo relato, un discurso provocador y renovador, ellos son por definición los administradores del sistema a nivel nacional y global. La derecha y el centro tanto a nivel nacional como mundial no necesitan un aporte de ideas renovadoras y de ruptura. Para nosotros es nuestra razón de ser.

No alcanza con cantarle a la utopía y adaptarse a la realidad, eso sirve para moralizar nuestra sensibilidad, para calmar nuestras ansias, pero está muy lejos de la identidad misma de la izquierda. Tampoco alcanza con algunas definiciones básicas sobre el despilfarro, el consumismo, el egoísmo social y la paz sobre la tierra. Las prefiero mil veces que la indiferencia y a la espera por el más allá, pero el pasaje por este valle de lágrimas de tantos miles de millones de seres humanos reclama otro nivel de civilización, que hay que construirlo en las ideas, en las realidades, en la actitud de la política frente a la marcha del mundo.

Estamos peor en la capacidad de movilización, de participación ciudadana del pueblo de izquierda. Los ejemplos abruman. Y valen para todos.

Estamos peor en la brecha que existe entre las necesidades políticas y sociales y nuestras estructuras, estancadas desde hace varias décadas, cuyo único progreso tangible fue la elección por voto secreto de la presidencia del FA. Ese ejemplo demuestra que se puede pero, que hace falta mucho, mucho más. Y las estructuras que privilegian los equilibrios de poder tienden a entrar en crisis muy profundas.

No tenemos una elaboración y una práctica que corresponda al funcionamiento de las estructuras políticas de un partido, de un frente que está en el poder y eso vale para todos los aspectos, prácticos, funcionales, pero también teóricos que recojan las buenas y las malas experiencias.

Tomemos un ejemplo bien reciente: ¿Qué hicimos todos para promover la inscripción de los jóvenes en las juntas electorales? Esperamos que lo hiciera la Corte Electoral... ¿Y el FA y los diferentes grupos? Y no es un tema de comunicación, era una excelente oportunidad de hacer pedagogía política y cívica.

Y aquí entramos en un aspecto mucho más de fondo. En el 2005 en el Uruguay en las encuestas de opinión pública se autodefinía de izquierda un tercio de la población y hoy apenas hemos aumentado ese porcentaje. ¿No nos preocupa? Y si le agregamos esa muletilla que utilizamos para explicar casi todos los retrasos y problemas: la batalla cultural. Hay que darle contenido concreto. ¿Mejoramos en la sociedad uruguaya el sentido de responsabilidad social, laboral, de solidaridad, de fraternidad y convivencia, de participación cívica?

Hay múltiples formas de evaluarlo y en ninguna de ellas salimos bien parados. Hay un solo indicador muy positivo, considerando nuestro pasado atormentado en esa materia, la política es hoy en el Uruguay la actividad más pacífica y menos violenta de todas. Mejor que el fútbol, que el basquetbol, que las fiestas de fin de semana y que las regatas...

¿Y en el debate cómo andamos? Flojo, muy flojo. No hay manera de hacer circular un intercambio de ideas dentro de la izquierda que no tenga una impronta de "twitter", una síntesis apretada y superficial referida más a una anécdota que a un esfuerzo colectivo por superarnos en el intercambio. Me incluyo.

El poder ante esta carencia ideal hace su lenta obra de horadar las piedras más sólidas, debilita nuestras reacciones, nuestras sensibilidades y sobre todo un elemento básico, la relación entre la izquierda y el conjunto de la sociedad más allá del poder. La cultura no puede ser para la izquierda un adorno de lujo, una estadística de espectáculos exitosos, de excelencia, sino que debe ser una actitud de apertura y sensibilidad diferente ante los humanos sufrimientos, los humanos progresos, los pecados y debilidades humanas. No será una exclusividad de la izquierda, pero es una obligación de la izquierda. Y vamos lento.