La reciente encuesta de Interconsult sobre el perfil de los votantes indecisos parece reafirmar la paridad entre Mujica y Lacalle en segunda vuelta. La misma que existe ya entre quienes decidieron votar al candidato frentista y quienes votarían al nacionalista en primera o segunda vuelta.

¿Cómo es posible que un gobierno con los resultados económicos logrados en un quinquenio de bonanza sin precedentes no tenga cerrada su victoria? ¿Cómo es posible que no pueda conseguir votos extrapartidarios para una segunda vuelta? ¿Es el candidato, el IRPF, la inseguridad o algún asunto menos evidente? Existen razones ideológicas que explican las dificultades del oficialismo para convencer a los votantes de los partidos opositores (los votantes nacionalistas y colorados se definen a sí mismos en idénticas coordenadas) pero no son las únicas y, quizás, tampoco las principales.

El oficialismo logró convencer a buena parte del electorado que el pasado respondía a una única matriz "blanquicolorada", cuando no "rosada", responsable de todos los males que aquejaron, y aún aquejan al país. La prédica fue efectiva porque calzó con el profundo descontento generado por la crisis del 2002, y con el hartazgo de buena parte del electorado con los viejos vicios de los partidos tradicionales en el manejo de la hacienda pública. El 2004 parecía llamado a marcar un "cambio de época" y allí estaba el Frente Amplio para capitalizar el descontento, lo que permitió una transición y una estabilidad institucional sin traumas.

Cinco años después de la histórica elección del 2004, todo indica que el Frente Amplio deberá comparecer en una segunda vuelta electoral. Según Interconsult, la llave del triunfo está en el 8 por ciento de indecisos. Un grupo básicamente apolítico, femenino, adulto y de residentes en el interior. Pero la mala noticia para el oficialismo es que el 80 por ciento de estos supervotantes percibe que estamos igual o peor que hace cuatro años y el 74 por ciento cree que el gobierno hizo poco o nada en materia de seguridad. Por cierto, buena parte de estos indecisos no tiene una opinión negativa de Mujica ni puede asegurarse que la tengan positiva de su rival, pero el problema no está allí.

La prédica del "pasado blanquicolorado" o "rosado", se ha convertido en un bumerán para el Frente Amplio. Por lo pronto, la calificación encierra al menos dos sofismas. El primero es que si los partidos tradicionales son responsables de todas las calamidades del pasado, también lo son de todas las políticas que hicieron del Uruguay una tierra de promisión. El segundo es que ignorar los períodos de odios y rivalidades irreconciliables y las diferencias que aún separan a blancos de colorados, es por lo menos un falseamiento de la historia. Pero además, este discurso terminó generando en los aludidos un fuerte sentimiento antifrentista. Ya no aquel del 71, de contenido anticomunista, tosco y reaccionario, sino uno que tiene su matriz en el desprecio y la tabla rasa.