El viernes de mañana llovían pingüinos mojados. El anexo del Palacio Legislativo estaba bastante vacío y solemne y en uno de los espacios se lanzó el 3er concurso "Tus ideas valen" para jóvenes de 15 a 29 años. Que sea la tercera edición ya es un buen milagro. Participaba una mezcla interesante. Algunos muchachos (1), los organizadores de Uruguay de las Ideas que no son muy mayores, autoridades de la enseñanza, de los ministerios y del parlamento, medios de prensa tradicionales y novedosos, auspiciantes públicos y privados y curiosos.
Se hablaba de innovación. Los uruguayos para hablar de ese tema pedimos permiso, tomamos aire, miramos hacia atrás y hacia los costados y luego avanzamos. Con cuidado, con extremo cuidado.
Innovar es sobre todo cambiar cosas viejas, superadas, no es empezar algo de nuevo, desde cero, es chocar contra costumbres, creencias, cosas sólidas como las máquinas y los prejuicios. No todo lo que se innova es mejor, pero sin la innovación permanente, sin el riesgo de equivocarse, de avanzar por terrenos aparentemente seguros y eternos, el mundo se hubiera detenido en su órbita desde siempre.
Este es el siglo de las mayores innovaciones y las más veloces. Todo cambia bajo nuestras narices. Si comparamos nuestra vida cotidiana con la de nuestros padres o con la nuestra hace muy pocos años, todo se ha movido. Y moverse y cambiar es suprimir cosas superadas y viejas, en algunos pocos casos combinarlas. A nosotros nos cuesta una barbaridad. No somos los únicos.
Sin superar lo viejo no habría innovación. En todos los planos. ¿Quiénes son los que están más capacitados para cambiar, para innovar? No hay que ser ningún genio, los que tienen menos deudas y ataduras con el pasado: los jóvenes. Por eso se presentaron tantos trabajos innovadores en los anteriores concursos, por eso hay jóvenes uruguayos que no le pidieron permiso al pasado para ganar el concurso de la NASA o el que convocó la enorme empresa de chips, INTEL. Miraron lo nuevo sin prejuicios.
Ese es el gran valor de este concurso "Tus ideas valen" impulsa a los jóvenes y a toda la sociedad uruguaya a mirar lo nuevo, a proponer cosas nuevas, a romper reglas y límites físicos y tecnológicos, pero sobre todo culturales que nos atenazan.
Los países del norte han creado un imán gigantesco que atrae el principal capital de nuestra época, han generado una enorme aspiradora de talentos, de ideas, de proyectos. Nosotros pagamos para educarlos, para formarlos y ellos al vil precio de la necesidad se los llevan, los filtran los seleccionan y admiten a los que ellos creen que más rédito le darán a sus economías o a su vida cultural. Es la emigración inversa a la que pobló nuestras naciones, no sólo en la dirección de la corriente sino en el tipo de los emigrantes. No expulsan a todos, sino a los que ellos no eligen.
Este concurso es una gota en el océano, un soplo en el vendaval, pero se siente, sirve, porque además de generar oportunidades concretas, de exponer las propuestas y convocarlas, une fuerzas y promueve el debate y la atención. Debería ser un debate más amplio y sobre todo innovador en toda la sociedad.
¿Hace falta más plata, más inversión, mejores sueldos? Sin duda. Y comienzan aparecer, pero no alcanza, no lo recursos sino los impulsos. La principal barrera contra la innovación está en las formas viejas de pensar, las formas arcaicas de concebir la economía, la producción, la agropecuaria, los servicios, el turismo, la educación, la cultura, el Estado. Está dentro nuestro.
El actor, el convidado de piedra del lanzamiento fueron los jóvenes y sobre todo las ideas jóvenes, joviales, juveniles, renovadoras e innovadoras. Pero también flotaba en el ambiente el "lado oscuro" de la fuerza, los miedos y los límites que nos comprimen, la falta de estímulos, de riesgos que estamos dispuestos a correr, nuestras propias y viejas fronteras.
¿Es sólo un problema de edad? No, hay gente atrevida, innovadora y jovial en cualquier edad. Pero en el Uruguay el problema son los instrumentos desde el Estado, desde el sector privado, en la educación y en el clima social que generamos para que los jóvenes se puedan ganar su espacio. No les regalemos nada, porque lo regalado no vale, pero no hagamos que innovar sea una herejía y ser joven un delito.
Afuera llovía a cántaros y los pingüinos se paseaban por los vidrios, pero adentro todos seguimos con atención las breves intervenciones con la tibieza de mirar el horizonte con un poco más de optimismo. Y creo que todos nos sentimos un poco más jóvenes. Aunque no podamos participar en el concurso.
(1) El año pasado en la premiación del concurso el promedio de edad era totalmente diferente, la abrumadora mayoría eran jóvenes de menos de 30 años.
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