Por The New York Times | Alex Williams
NUEVA YORK — Como a mucha gente, me cuesta trabajo entender el metaverso desde que Mark Zuckerberg emprendió la acción de colonizarlo cuando, hace poco, cambió la marca de su compañía de Facebook a Meta.
Tras varios días de leer descripciones verborreicas de este tecnorreino misterioso como “una encarnación de internet, donde en lugar de solo ver contenido, estás dentro de él” como el propio Zuckerberg lo mencionó, decidí recurrir a alguien que lo vive todos los días: mi hijo de 8 años, Anton, gracias a su obsesión con la plataforma de videojuegos Roblox.
Anton y la mayoría de sus amigos de tercer grado en Brooklyn son orgullosos miembros de la gigantesca comunidad de 43 millones de usuarios activos diarios de Roblox, una población que se ha multiplicado con rapidez durante la pandemia. (La base de usuarios diarios de Roblox creció un 82 por ciento tan solo en los primeros nueve meses de 2020).
Es tal la influencia de Roblox que cuando él y sus amigos sufrieron una interrupción en el servicio durante tres días el fin de semana de Halloween, fue como su propia versión de la crisis de los misiles en Cuba.
Confundidos y ansiosos, intercambiaron rumores de un ataque furtivo por un colectivo de hackers misterioso. “Pero no pongas su nombre en línea”, me advirtió Anton. “Ya sabes qué pasa cuando los hackers se enojan”. (Roblox posteriormente aclaró que el sistema solo estaba saturado).
Cualquiera que juegue Roblox, o cualquier otro juego en línea de gran popularidad como “Minecraft” o “Fortnite”, ya se siente en casa al cambiar el mundo plano de los sitios web y las redes sociales por algo más inmersivo. El que todos aceptemos las realidades aumentada y virtual, supuestamente, guiará a nuestros avatares computarizados, que casi son nosotros, a través de un interminable conjunto de lugares de ensueño digitales al parecer creados por Pixar (o Zuckerberg) para trabajar, comprar, viajar, pasar tiempo con amigos y (me imagino) más adelante ligar.
Como ya me sentía por completo fuera de onda, hace poco le pedí a Anton que me llevara con él a su Nunca Jamás digital. Acomodado con mi iPhone en el sofá de nuestra sala, Anton logró destilar la esencia de este lugar, de manera tan competente como cualquier capitalista de riesgo conduciendo un Tesla por Sand Hill Road.
“Tienes la oportunidad de entrar en un mundo diferente”, dijo Anton, poco antes de que nos despojáramos de nuestros cuerpos análogos para desvanecernos como en la película “Tron” en píxeles. “Es decir, no lo haces. Pero se siente como si lo hicieras”.
Pero ¿dónde aterrizamos? Roblox contiene millones de juegos de rol de desarrolladores independientes.
Por supuesto, hay juegos que los niños no deben jugar, incluyendo “Jailbreak”, el muy popular juego de rol en el cual, para aquellos que eligen el camino criminal, el “rol” es escapar de prisión y el “juego” es orquestrar robos. Los padres también están muy preocupados por las muchas versiones en Roblox de “El juego del calamar”, con base en la serie hiperviolenta de Netflix.
No obstante, Anton se conectó a “Bloxburg”, un juego que simula la existencia cotidiana en el que su vida virtual parece... un poco mundana. Su no tan emocionante metrópolis virtual se ve como cualquier ciudad de Estados Unidos, como si hubiera sido renderizada en AutoCAD, y su vida ahí no es muy diferente a la de cualquier adulto en la vida real que tiene que marcar la hora de entrada a su trabajo.
Aun así, lucía muy emocionado de mover a su avatar que parecía un Lego (con unos músculos que pondrían verde de envidia a John Cena, gracias a, dijo, otro juego de Roblox, “Weight Lifting Simulator”) a un trabajo en un lugar llamado Pizza Planet.
Su turno laboral duró solo unos minutos, gracias a la escala de tiempo comprimida de Roblox, pero su avatar se mantuvo ocupado metiendo pizzas a un horno de dimensiones industriales en un restaurante de la era espacial que al parecer estaba lo suficientemente automatizado para que pudiera operar la cocina por sí mismo. (Espero que esto no sea un vistazo al futuro real de Anton en un lugar de trabajo dominado por los robots).
Estaba muy emocionado de ganar suficientes Blocksbux (una divisa virtual dentro del juego que puede ser comprada con la moneda del reino de Roblox, Robux) para amueblar su modesta casa de rancho amarilla con una rocola estilo “Días felices” plantada, curiosamente, en el patio trasero, junto a un costal de boxeo y una hamaca. Era claro que disfrutaba la vida de ahí. “Haces tus propias reglas”, mencionó. “Puedes andar en motocicleta, ser dueño de una casa, organizar una fiesta. A los 8 años, puedes conseguir un trabajo”.
“Bloxburg” tiene una vida nocturna, al parecer. En una visita, llegamos a una fiesta en una casa que parecía un hangar decorado como un ala del Museo de Arte Moderno de Nueva York pero con muebles salidos de un antiguo catálogo de Sears.
Los invitados, obvio, eran totalmente cuadrados, ya que ellos también eran avatares de Roblox con cuerpos formados con bloques. Nadie parecía conocer a ninguna otra persona ni interactuar. Sin embargo, con base en sus sonrisas congeladas, parece que disfrutaban trotar de un cuarto al otro con una forma de caminar anormal de un jugador defensivo de futbol americano para no hacer nada en particular. Nadie pareció darse cuenta cuando el avatar de Anton se colocó detrás de la batería y la tocó como Lars Ulrich.
Pero si quisiera ir a fiestas incómodas lo puedo hacer en la vida real. Quería un vistazo más grande de nuestro futuro supuestamente fantástico en el metaverso, así que iniciamos sesión en “Adopt me!”, un juego con gráficos de un mundo de golosinas, en donde los usuarios coleccionan y cuidan mascotas, algunas comunes y otras míticas, que salieron de huevos. “Me acaban de ofrecer un gatito suavecito”, comentó Anton instantes después de conectarse. “Así de ‘apto para niños’ es”.
Sin adentrarme mucho, el juego parecía ofrecer suficiente énfasis en el desarrollo de la infancia temprana y la atención médica asequible (te pagan por llevar a tu mascota al hospital, me contó Anton) para satisfacer a cualquier socialdemócrata progresista.
No obstante, a un nivel más profundo, el juego tenía estrategias y avaricia a un nivel como el de la serie “Succession”. Como en el metaverso de Zuckerberg, gran parte de lo bueno está a la venta, en este caso la moneda virtual dentro del juego, que Anton me explicó que puede ganarse al completar actividades en el juego o con dinero verdadero, que a veces se los dan los padres. (El año pasado, un niño de 6 años al que le encanta Roblox y que vive en Australia acumuló compras por 8000 dólares cobradas a la cuenta bancaria de sus padres). El objetivo real no es ganar o perder, sino codiciar y adquirir. El espíritu mercantil me pareció emocionante y agotador. Además, me hizo pensar en los comentarios negativos de los expertos de la semana pasada que han expresado horror porque el metaverso dará como resultado una tecnología que lo cubrirá todo de manera sofocante, aislando a los humanos uno del otro y de los placeres sensoriales de la vida real.
Tuve el miedo opuesto. El metaverso de Anton parecía jalar a su generación de un universo digital de ojos abiertos de Nintendo y “Moana: Un mar de aventuras” hacia una vida digital demasiado real donde están aprendiendo lecciones duras de las que yo estuve protegido hasta mis veintitantos años.
Anton ya aspira convertirse en un emprendedor de las dimensiones de Zuckerberg (o tal vez un Travis Barker nuevo). Como él lo expresó: “Un minuto te timan y al otro estás pasando el mejor momento de tu vida haciendo miles de millones de dólares”. Personas en la plataforma Roblox en la Conferencia de Desarrolladores de Roblox en San Francisco, el 14 de octubre de 2021. (Jason Henry/The New York Times)