Por The New York Times | Becky Ferreira
Mucho antes de que los europeos colonizaran Norteamérica, los pueblos indígenas del valle donde más tarde surgiría la Ciudad de México podrían haber seguido un calendario solar natural tan preciso que tenía en cuenta los años bisiestos.
El “calendario del horizonte”, propuesto en un nuevo estudio, se basaba en hitos naturales de las escarpadas montañas orientales del valle y se mantenía sincronizado con el año astronómico gracias a un templo situado en la cima de un volcán sagrado. El sistema pudo haber sido utilizado por la cultura azteca, que floreció en la zona entre 1300 y 1500, aunque civilizaciones anteriores también se referían al horizonte para saber la hora.
El viaje de la Tierra alrededor del Sol no se divide en 365 días perfectamente discretos. Cada año hay un cuarto de día más. No tener en cuenta ese tiempo puede alterar el calendario de una civilización. El seguimiento de los días era una preocupación en el valle, conocido como la Cuenca de México, donde vivían hasta 3 millones de personas antes de la llegada de los europeos, lo que la convertía en una de las regiones más pobladas del planeta en aquella época. Con tantas bocas que alimentar, los cultivadores de maíz tenían que programar sus siembras con precisión.
Aunque los pueblos mesoamericanos carecían de brújulas, cuadrantes o astrolabios, su método para mantener su calendario agrícola pudo haber estado escondido a plena vista alrededor de la cuenca, explicó Exequiel Ezcurra, distinguido profesor de Ecología en la Universidad de California, Riverside, y autor del estudio, que fue publicado el lunes en The Proceedings of the National Academy of Sciences.
“No soy historiador, astrónomo ni arqueólogo”, comentó Ezcurra. “Soy biólogo, trabajo en Ciencias Ambientales, así que llegué a esta cuestión un poco al azar y con ojos completamente nuevos, creo, porque me interesa la evolución de los principales cultivos de Mesoamérica”.
Partiendo de esa perspectiva, Ezcurra y sus coautores presentan un modelo de calendario que hace coincidir la ubicación del sol en el horizonte con las festividades citadas en los códices mesoamericanos. Los observadores del cielo precolombinos que seguían estos amaneceres desde el mismo punto de la cuenca podían seguir la pista del sol con gran precisión, aseguró, porque las ligeras diferencias en su posición cada día serían observables a distancias tan grandes.
Los investigadores también caminaron hasta los restos de un templo en el monte Tláloc para ver la salida del sol sobre una antigua calzada, que creen que tal vez haya sido un marcador celeste del año nuevo mesoamericano que a posiblemente fue usado para hacer ajustes de año bisiesto.
“Esa larga calzada de piedra se alinea con el sol exactamente el 23 de febrero, o el 24 de febrero, con una pequeña variación de un año a otro, exactamente el momento en que comenzó el calendario azteca”, afirmó Ezcurra.
Ese resultado, agregó, es “emocionante” porque “significa que no solo estaban utilizando puntos de observación desde el fondo de la cuenca contra las montañas, sino que fueron capaces de construir un observatorio en la cima de la montaña que tenía las mismas alineaciones que estaban obteniendo desde el fondo”.
El estudio ofrece una visión tentadora del cronometraje basado en el terreno, pero no todos los investigadores están de acuerdo con sus conclusiones. Ivan Sprajc, especialista en arqueoastronomía mesoamericana de la Academia Eslovena de Ciencias y Artes, señaló que investigaciones anteriores indicaban que estas montañas orientales se utilizaban para identificar fechas concretas, por lo que, en su opinión, los hallazgos del equipo “no son en absoluto novedosos”.
Añadió que el conjunto de pruebas existentes sugería de manera clara que los aztecas, y sus predecesores, nunca desarrollaron un sistema de corrección que incorporara los años bisiestos.
“Mi opinión general sobre ese estudio es que no se basa en pruebas convincentes y simplemente ignora una gran cantidad de investigaciones sistemáticas previas sobre las alineaciones arquitectónicas mesoamericanas”, señaló Sprajc.
No todos los expertos fueron tan mordaces. Anthony Aveni, profesor emérito de Astronomía, Antropología y Estudios sobre los nativoamericanos en la Universidad Colgate de Hamilton, Nueva York, calificó el nuevo trabajo de “contribución sólida y bien documentada a la astronomía mesoamericana”.
“Las alineaciones hacia rasgos del horizonte oriental en el Valle de México, que también incluyen al Cerro Tláloc, están bien documentadas durante el periodo azteca, y aquí tenemos buena evidencia de que este tipo de prácticas estaban en efecto mucho antes”, confirmó Aveni, quien revisó el estudio para la revista que lo publicó.
Ezcurra, por su parte, dijo que esperaba el rechazo de los expertos, dada su experiencia poco convencional en este tema. Sin embargo, espera que el nuevo estudio aumente la concienciación sobre las maravillas naturales y el rico patrimonio de la Cuenca de México, donde los observadores del cielo han mirado al sol naciente durante siglos para orientarse en el espacio y el tiempo.
Las montañas de la cuenca “nos cuentan historias de la evolución cultural en el pasado que se han perdido”, concluyó Ezcurra. El sol naciente visto desde la calzada de piedra del observatorio solar del monte Tláloc, México, que se alinea con el sol naciente los días 23 y 24 de febrero, en coincidencia con una fecha del año nuevo mesoamericano. (Ben Meissner vía The New York Times) El observatorio solar del monte Tláloc, México. (Ben Meissner vía The New York Times)