Este domingo apareció vivo y encallado en la playa de La Aguada (La Paloma) un delfín franciscana (Pontoporia blainvillei).
Tras el hallazgo, veraneantes dieron aviso al capataz de playas de La Paloma, Pablo Sena, que se acercó al lugar.
La combinación de "franciscana" con "veraneantes en la playa" no trae precisamente tranquilidad para quienes se preocupan por esta especie amenazada. En 2016, en un episodio que adquirió notoriedad internacional, un grupo de turistas sacó de la orilla un ejemplar de este delfín en Santa Teresita (Buenos Aires) para sacarse fotos, con el previsible resultado de que el animal murió poco después.
Esta vez, sin embargo, los encargados de devolver el delfín al agua actuaron de una manera muy distinta. Según informa La Paloma Diario, Sena tuvo la colaboración de Sharon Pérez y el biólogo Martín Buschiazzo para envolver al animal en una toalla húmeda y trasladarlo al muelle del puerto, donde se lo reintrodujo al agua (como se ve en el siguiente video). El operativo parece haber sido exitoso, ya que al momento de publicar esta nota el delfín no había vuelto a salir a la orilla
La preocupación ante cada aparición de un ejemplar de franciscana es entendible si uno tiene en cuenta su estado de situación. La franciscana es un delfín endémico de la región, que enfrenta serios problemas de conservación en el Atlántico Sudoccidental. Es el cetáceo con el pico más largo en relación al tamaño de su cuerpo en Uruguay y su nombre común viene del color gris amarronado de su piel, que recuerda las túnicas de los monjes franciscanos. Su hocico (o pico) largo y angosto tiene además una gran cantidad de dientes pequeños: son 50 en cada fila dentaria.
Se trata de la única especie de delfines de río que incurre en aguas oceánicas. Que aparezca vivo en las orillas de la playa no es inédito (ya se han realizado otros rescates), pero se los suele ver con más frecuencia atrapados en las redes de pescadores por captura incidental, la amenaza más grave que enfrentan.
El trabajo La franciscana Pontoporia blainvillei en la costa uruguaya: estudios regionales y perspectivas para su conservación, realizado por Carolina Abud, Caterina Dimitriadis, Paula Laporta y Marila Lázaro (de la Facultad de Ciencias) agrega que en Uruguay los primeros registros de esta interacción datan de finales de la década del 60 y principios de la del 70 en la pesquería de Punta del Diablo, donde se estimó por entonces la captura anual en 2000 y 1500 individuos respectivamente.
Agregan que debido a la continua mortalidad incidental en gran parte de su distribución, la franciscana "parece ser la especie de pequeños cetáceos más amenazada en el Atlántico Sudoccidental". En 20 años de estudio se detectaron 3617 ejemplares capturados en redes de pesca artesanales sólo en Uruguay.
Hablando de protocolos
El reciente hallazgo y rescate registrados en La Paloma revelan también otra clase de problema que afecta no solo a la franciscana sino a los cetáceos en general: la ausencia de un protocolo oficial para abordar estas situaciones en Uruguay.
Las biólogas Paula Laporta (del Centro Universitario Regional del Este CURE-Udelar y la organización para la conservación de mamíferos acuáticos en América del Sur Yaqu Pacha Uruguay) y Meica Valdivia (del Museo Nacional de Historia Natural), ambas especializadas en cetáceos, valoraron en charla con Montevideo Portal la "acción, trabajo y resolución" que tuvieron las personas que reaccionaron al ver a la franciscana en la costa varada, una conducta que calificaron como muy positiva.
Pese a ello, ambas destacaron la necesidad de informar acerca de las formas más recomendables de manejar y transportar a los animales, de acuerdo a los protocolos internacionales (en vistas de que Uruguay carece de uno oficial).
"Lo que se recomienda es colocar al animal sobre una lona y que se transporte como una camilla. Los delfines y en especial la franciscana sufren mucho estrés en este tipo de casos y manejarlos con cuidado influye mucho en una liberación exitosa. Además la piel es muy frágil y se puede ocasionar daños importantes cuando se manipulan. En definitiva, no alcanza con la buena intención", expresó Paula Laporta.
La especialista destacó que es necesario que haya un protocolo de acción oficial para abordar estas situaciones. "De hecho, en Uruguay no existen las capacidades humanas ni de infraestructura para rehabilitar un cetáceo vivo. Ha habido varias franciscanas vivas que se intentaron transportar y rehabilitar sin éxito. Es necesaria capacitación internacional y mucha infraestructura para hacer un buen trabajo", remarcó.
Aclaró que ya hubo varios intentos de coordinación entre organizaciones que trabajan en el tema, así cómo conversaciones informales con la DINARA, y todos los actores están de acuerdo en que "es necesario un protocolo de acción antes situaciones de varamientos de animales muertos, pero más aún con animales vivos y con cetáceos en particular que son más difíciles y delicados de rehabilitar".
Para Meica Valdivia, lo importante "es el hecho de que no existe una estructura (grupo, organismo, institución o todo eso junto) que sea el responsable de coordinar la actuación ante un cetáceo varado vivo y aplique un protocolo, aunque obviamente lo haga en colaboración con otras partes o instituciones".
La bióloga señaló que se necesita un protocolo que haya sido "desarrollado cuidadosamente considerando todas las posibilidades y desafíos que hay en nuestro país y nuestras costas". Para eso, "es muy importante el entrenamiento de personas para realizar estas tareas y también que haya infraestructura para que no se improvise en el momento".
En otros países esto se planifica a tal nivel que incluso se prevé la participación de una persona que solo se encarga de mantener alejada a la gente para que el animal no se estrese, "que es algo que sucede muy fácilmente y se tiene que cuidar mucho, ya que impacta en el éxito del rescate también". Esta persona, naturalmente, también debe informar de la mejor manera a la gente sobre lo que está sucediendo porque es natural que "se quiera saber y entender", dijo Valdivia.
Hay otros motivos más egoístas para mantener distancia del animal, más allá de ahorrarle el estrés de la situación. Es una forma de cuidarse de las zoonosis (enfermedad infecciosa causada por un patógeno que salta de animales a humanos o en sentido inverso). Si después de un año de pandemia de coronavirus no aprendimos los riesgos de las zoonosis y las ventajas de los protocolos, no es solo la franciscana la especie que tiene el futuro comprometido.