Por The New York Times | Veronique Greenwood
En un cruce peatonal en hora pico, te abres paso entre la multitud que viene en dirección contraria, tus ojos escanean los rostros que pasan frente a ti. Quizá creas que esta técnica para orientarte es algo que haces por tu cuenta. Sin embargo, los científicos que estudian los movimientos de las multitudes han descubierto que el simple acto de atravesar un grupo de gente es mucho más parecido a un baile que interpretamos con quienes nos rodean.
Así que tal vez no resulte tan sorprendente saber que una persona que está mirando su teléfono, absorta en un mundo privado mientras camina, de verdad entorpece la vibra, según un estudio publicado el miércoles en la revista Science Advances.
Los humanos usan una variedad de señales visuales para prever adónde se moverán los otros miembros de una multitud, dijo Hisashi Murakami, profesor del Instituto de Tecnología de Kioto y uno de los autores del nuevo artículo. Murakami se preguntó qué sucedería si la atención a esos detalles se viera interrumpida, por lo que él y sus colegas se propusieron filmar a dos grupos de estudiantes en un paso peatonal de unos 9 metros de largo en el campus de la Universidad de Tokio, como parte de una serie de experimentos al aire libre.
Los grupos caminaron a un ritmo normal desde direcciones opuestas. Cuando se encontraron, los estudiantes realizaron una maniobra intuitiva que les es familiar a aquellos que estudian el comportamiento multitudinario: formaron carriles. Cuando una persona al frente de un grupo encontraba una manera de esquivar al grupo que venía en dirección contraria, los otros la seguían, creando varios moños de peatones que se eludían entre sí. Esto sucedió de manera natural e instantánea.
Luego los investigadores les pidieron a tres estudiantes que hicieran algo en sus teléfonos mientras caminaban, como una suma sencilla en su calculadora, algo que no fuera demasiado difícil, pero que requiriera suficiente atención como para mantener su mirada hacia abajo en lugar de al frente.
Cuando esos estudiantes se colocaron en la parte posterior de su grupo, la distracción no afectó la manera en que los grupos caminaban entre sí, pero cuando los peatones distraídos se pusieron al frente del pelotón, hubo una desaceleración drástica en el paso normal del grupo. También les tomó más tiempo crear carriles para avanzar.
Las personas distraídas tampoco se movieron con fluidez. Daban grandes pasos laterales o esquivaban a los otros de una manera que los investigadores rara vez observaron cuando no había distracciones de por medio. Los transeúntes desatentos del experimento también provocaron que otros se comportaran del mismo modo; las personas que no estaban viendo sus celulares se movieron con más torpeza que cuando no había nadie mirando su teléfono. Al parecer, unas cuantas que no prestaban atención al 100 por ciento a la navegación podían cambiar el comportamiento de toda una multitud de más de 50 personas.
Los investigadores sugieren que ver nuestro teléfono puede tener ese efecto ya que no permite que otros vean la información en la que está concentrada nuestra mirada. Los lugares a los que dirigimos la mirada mientras caminamos indican adónde pensamos movernos a continuación. Sin esas señales, es más difícil que un viandante nos esquive con gracia. Además, solo eludir a otras personas mientras nos desplazamos con la mirada apartada, en lugar de avanzar con un rumbo fijo, nos hace aún más impredecibles.
Los investigadores recomiendan que, a medida que más y más personas usen teléfonos inteligentes y otros dispositivos que las hagan caminar distraídas, quizá sea necesario que los arquitectos y los planificadores urbanos que consideran el movimiento de las multitudes tomen en cuenta ese comportamiento alterado.
Murakami ahora planea monitorear los movimientos oculares de la gente mientras camina entre otras personas. Su esperanza es que estos estudios revelen cómo nuestras miradas nos ayudan a navegar entre las multitudes: qué mensajes transmitimos sobre los próximos pasos que daremos mientras realizamos este ritual diario, sin siquiera darnos cuenta.