Por The New York Times | Vanessa Friedman
En 2009, el Instituto Danés de la Moda llevó a cabo una de las primeras cumbres de moda sustentable en Copenhague, más o menos cuando se realizó la COP15 de las Naciones Unidas. Eso fue en la época en que todo el mundo pensaba que era divertido hacer bromas acerca de que el verde era el nuevo negro y la mayoría de la gente pensaba que “eco”, “vegano” y “orgánico” significaban más o menos lo mismo; una época en la que si alguna de las principales empresas de moda tenía directores de sustentabilidad, se encontraban en pequeñas habitaciones a muchos pisos y pasillos sinuosos de las oficinas de los directivos.
Cómo han cambiado las cosas.
Ahora casi todas las marcas de moda, desde el mercado de masas hasta el de lujo, juran que sitúan la sustentabilidad en el centro de sus planes estratégicos. En casi todos sus sitios web hay informes ambientales, sociales y de gobernanza, o ASG, del tamaño de un libro pequeño. Los directores ejecutivos piden a gritos hablar de cómo están haciendo que sus negocios evolucionen para combatir el cambio climático. Abundan las promesas de alcanzar la neutralidad de carbono.
En 2018, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el organismo de las Naciones Unidas para el cambio climático, dio a conocer la Carta de la Industria de la Moda para la Acción Climática, con sus objetivos basados en la ciencia para la industria de la moda, incluyendo alcanzar las cero emisiones netas de carbono para 2050. El año pasado, en la COP26 de Glasgow, Escocia, el grupo actualizó la carta para reflejar la necesidad de reducir las emisiones a la mitad para 2030; casi 150 marcas y organizaciones de apoyo la han firmado.
Su objetivo es similar, pero no está relacionado con el Pacto de la Moda, creado en 2019 por el presidente francés, Emmanuel Macron, y François-Henri Pinault, director general de Kering, que a su vez está algo relacionado con el CEO Carbon Neutral Challenge (Reto de Neutralidad de Carbono para Directores Ejecutivos) emitido el mismo año por Marco Bizzarri, director general de Gucci (propiedad de Kering).
También está Fashion Taskforce, presidido por el ex director general de YOOX Net-a-Porter, Federico Marchetti, y parte de la Iniciativa de Mercados Sustentables, creada por el príncipe Carlos. El mes pasado, el grupo publicó un “Manifiesto de la Moda Regenerativa” junto con planes para un programa en el Himalaya con el fin de crear una granja regenerativa de seda, algodón y cachemira.
Sin embargo, por cada avance que indica un compromiso serio por parte de la industria y el gobierno para, al menos, elaborar un plan de cambio sistémico (y un calendario), hay otro que hace que la sustentabilidad real, en lo que respecta a la moda, parezca tan lejana como siempre. El ecoblanqueo o lavado verde sigue siendo un problema siempre presente, a tal punto que la Unión Europea está a punto de hacer algo al respecto, con su Iniciativa de Justificación de las Declaraciones Verdes (Initiative on Substantiating Green Claims), que se publicará más adelante este mismo año y que básicamente exige a las empresas que sustenten las afirmaciones de que sus productos son “verdes” y “ecológicos” con una metodología reconocida de terceros.
Después de todo, la empresa de moda rápida por excelencia, Shein, fue valorada en 100.000 millones de dólares en su última ronda de financiamiento. Hasta Shein tiene un responsable de ASG, nombrado a finales del año pasado, aun cuando la empresa también tiene un modelo de negocio basado en el consumo excesivo.
Si te preguntas cómo puede funcionar esto, pues bienvenido al club. No tiene ningún sentido.
Pero tampoco lo tiene el término “moda sustentable”. Es un oxímoron. “Sustentable”, después de todo, implica que algo es “capaz de continuar durante un periodo”, según el Diccionario de Cambridge. En cambio, “moda” implica cambio con el tiempo. Conciliar ambos conceptos es imposible. No es de extrañar que la búsqueda de cero emisiones netas nos haga sentir como Don Quijote, luchando contra molinos de viento. (Y como dice William McDonough, autor de “Cradle to Cradle”, el libro fundacional de la economía circular, ¿desde cuándo “cero” es el resultado más deseable?) Y a esto nos enfrentamos antes de empezar a tratar de sortear los acrónimos y abreviaturas; aparte de lo anterior, están GOTS (Norma Textil Orgánica Global), CAC (Captura y Almacenamiento de Carbono), NFFO (Obligación de no Utilizar Combustibles Fósiles) y TPH (Hidrocarburos Totales de Petróleo), por nombrar algunos.
Necesitamos una mejor manera de plantear el debate.
Así que vamos a utilizar “moda responsable”: un término que se refiere a un mundo en el que todos los actores, desde el consumidor hasta el director general, el fabricante y el agricultor, asumen la responsabilidad de su parte en la cadena de suministro y el proceso creativo, y de las decisiones que toman.
Puede sonar semántico, pero es la diferencia entre un objetivo final que parece total y desalentadoramente inalcanzable y el proceso de al menos intentar conseguirlo: paso a paso, poco a poco, decisión por decisión.
Porque no hay una manera sencilla de resolver el papel de la moda en el cambio climático. Incluso la más obvia —no fabricar ni comprar nada nuevo, y no tirar nada viejo— tiene implicaciones negativas para el empleo, el saber hacer y la autodefinición. (Al fin y al cabo, las personas se han adornado para expresarse desde que se han identificado como “individuos”). La cuestión crucial para cada uno de nosotros, independientemente del lado de la ecuación en el que nos encontremos, es pensar en los efectos de las decisiones que tomamos y comprenderlos para poder tomar mejores decisiones en el futuro.
Además, tal vez debamos ver estos retos como oportunidades creativas en lugar de verlos como cargas, especialmente las marcas. A menudo las limitaciones dan lugar a nuevas formas de pensar y diseñar.
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