Por The New York Times | Henry Fountain y Jeremy White

El inmenso e imponente océano Austral es famoso por los vendavales aullantes y las olas diabólicas que han puesto a prueba a los marineros durante siglos. Sin embargo, su verdadera fuerza se encuentra debajo del oleaje.

La característica dominante del océano, que se extiende a más de 3 kilómetros de profundidad y hasta 1930 kilómetros de ancho, es la corriente Circumpolar Antártica, por mucho la corriente más grande del mundo.

Es el motor climático del planeta, y ha evitado que se caliente aún más, ya que extrae agua profunda de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico y la jala a la superficie. Allí, intercambia calor y dióxido de carbono con la atmósfera antes de ser despachada nuevamente para iniciar su eterno viaje de ida y vuelta.

Sin esta acción, que los científicos llaman surgencia, el mundo estaría aún más caliente.

“Desde ninguna perspectiva existe un lugar más importante que el océano Austral”, dijo Joellen L. Russell, oceanógrafa de la Universidad de Arizona. “No hay nada igual en el planeta Tierra”.

Durante siglos, este océano fue en gran parte desconocido.

Pero desde hace poco, una nueva generación de sondas autónomas flotantes que pueden, por años, recolectar temperatura, densidad y otros datos —se sumergen en las profundidades del agua e incluso exploran debajo del hielo marino antártico, antes de emerger a la superficie y mandar una señal para ser recolectadas— ha permitido a los científicos aprender mucho más.

Estos descubrieron que el calentamiento global está afectando a la corriente Antártica de formas complejas, y estos cambios podrían complicar la capacidad de combatir el cambio climático en el futuro.

Según Russell y otros, a medida que el mundo se calienta, los vientos incesantes que impulsan la surgencia son cada vez más fuertes. Eso podría generar el efecto de liberar más dióxido de carbono a la atmósfera, al traer a la superficie más agua profunda que ha retenido este carbono durante siglos.

Además, el océano Austral se está calentando y eso tiene otro efecto climático importante. Parte de esta agua de las surgencias, que ya es relativamente cálida, fluye debajo de las plataformas de hielo en la costa Antártica que ayudan a evitar que las vastas y gruesas capas de hielo lleguen al mar más rápido.

Si bien la magnitud potencial de todos estos efectos sigue sin estar clara, los oceanógrafos y científicos del clima dicen que es cada vez más urgente comprender esta interacción de fuerzas poderosas y la manera en que la actividad humana las está transformando.

“Quedan muchas preguntas por responder”, dijo Lynne Talley, oceanógrafa de la Institución de Oceanografía Scripps en La Jolla, California.

Tierras de caza

Gran parte del limitado conocimiento científico que tiene la humanidad sobre el océano Austral estuvo vinculado durante mucho tiempo a una industria que consiguió la forma de hacer dinero allí: la caza de ballenas.

A partir de finales del siglo XIX, los barcos balleneros iniciaron una movilización a gran escala hacia el sur, a la región antártica, a medida que las poblaciones de ballenas en las aguas más amigables de los océanos Atlántico y Pacífico comenzaron a disminuir debido a la caza excesiva.

Pero con el tiempo, la caza excesiva también se convirtió en un problema en el océano Austral. El gobierno británico decidió que era necesario aprender más sobre el medioambiente y el comportamiento de las ballenas allí para intentar no reducir su población.

Esa es la razón por la que, a finales de la década de 1920, George Deacon, un joven egresado de la universidad de Londres, recibió una oferta de trabajo intrigante: tomar muestras de las aguas del océano Austral como parte de una expedición para ayudar a preservar la industria ballenera.

Deacon pasó la mayor parte de la siguiente década en barcos, analizando muestras de agua de diferentes profundidades. En ocasiones, podía llegar a ser un trabajo peligroso.

Pero Deacon superó estos obstáculos y al final examinó suficientes muestras del océano como para tener una comprensión amplia de su mecánica. Combinó sus ideas con las de otros en un libro de 1937 llamado “The Hydrology of the Southern Ocean” (La hidrología del océano Austral), que se convirtió en el libro de texto estándar que describe las aguas alrededor de la Antártida.

Sin embargo, alrededor de la década de 1950, las investigaciones crecieron. Y para finales de los años setenta, los satélites en órbita polar también comenzaron a recopilar datos.

Sensores y satélites

Sin embargo, la verdadera revolución en la ciencia del océano Austral comenzó a mediados de la década de 2000, con el uso de flotadores a la deriva que pueden ajustar su flotabilidad, como los peces, para moverse hacia arriba y hacia abajo en el agua mientras toman lecturas.

Los flotadores, que forman parte de un proyecto mundial llamado Argo, han ayudado a transformar la comprensión de los oceanógrafos del océano Austral.

Los oceanógrafos ahora tienen mucho mayor conocimiento sobre el complejo ciclo de las corrientes oceánicas mundiales, de las cuales la surgencia antártica es solo una parte. Las aguas que rodean la Antártida están completando un viaje épico desde los océanos Atlántico, Pacífico e Índico. Fluyen hacia el sur y circulan lentamente hacia arriba, como si estuvieran subiendo una escalera de caracol del tamaño de un océano.

Los científicos comprenden mejor ahora cuán estrecho es el vínculo del océano Austral, a pesar de su lejanía, con el resto del mundo. El flujo circular de agua alrededor de la Antártida es, en efecto, un motor climático que gira a escala continental.

Con este nuevo conocimiento, los investigadores ahora están cada vez más alarmados sobre cómo el océano y la corriente podrían cambiar a medida que la Tierra continúe calentándose.

‘La podredumbre de las edades’

Uno de los procesos más importantes que ocurren en el océano Austral es el intercambio de dióxido de carbono entre el océano y la atmósfera. La forma cómo este proceso podría cambiar a medida que el mundo se caliente tiene enormes implicaciones para la lucha contra el cambio climático.

El calentamiento global es causado sobre todo por el dióxido de carbono que resulta de la quema de combustibles fósiles y que se deposita en la atmósfera. Los océanos absorben grandes cantidades de estas emisiones, al mismo tiempo que absorben calor de la atmósfera. Es decir, actúan como un amortiguador crítico del cambio climático y evitan que el mundo se convierta en un invernadero prácticamente inhabitable.

Según algunas estimaciones, los océanos han absorbido cerca del 25 por ciento del exceso de dióxido de carbono, y más del 90 por ciento del exceso de calor que ha resultado de la quema de combustibles fósiles y otras actividades humanas desde el siglo XIX. Pero el agua de océano profundo, producto de la surgencia alrededor de la Antártida, contiene aún más dióxido de carbono que no proviene de las emisiones actuales, sino de la disolución durante siglos de materia orgánica, incluidos organismos marinos en descomposición, diminutos e inmensos, que se hunden al morir.

“Ha estado acumulando la podredumbre de las edades”, dijo Russell.

Cuando esta agua ancestral llega a la superficie, parte de ese dióxido de carbono se libera o se “desgasifica”, como dicen los científicos.

Los investigadores tienen mucho tiempo pensando que el océano Austral absorbe más dióxido de carbono del que libera, lo que genera un efecto beneficioso para el clima. Pero si la surgencia hace emerger más agua de las profundidades, más de este dióxido de carbono podría desgasificarse, lo que eliminaría este equilibrio crítico.

La surgencia es impulsada por esos incesantes vientos del océano Austral, que empujan el agua superficial hacia el norte, y hacen emerger agua profunda en consecuencia. Los vientos están siendo afectados por el calentamiento, y han arreciado en las últimas décadas.

Un estudio reciente sugirió que el océano Austral todavía está absorbiendo más dióxido de carbono del que está liberando. Sin embargo, muchos investigadores piensan que es posible que el océano ya esté liberando más dióxido de carbono de lo que se pensaba. Y si los vientos siguen incrementándose a medida que el mundo se calienta, dicen los investigadores, la surgencia y la desgasificación podrían seguir aumentando.

Debajo del hielo

Sin embargo, el carbono no es la única preocupación. El agua que brota en el océano Austral también es relativamente cálida y se está calentando más, lo que se traduce en un gran problema para el planeta, ya que significaría el aumento del nivel del mar.

Parte de esa agua cálida llega a la plataforma continental de la Antártida, donde fluye debajo de las plataformas de hielo, las lenguas de hielo en los extremos de los glaciares. Estos glaciares actúan como contrafuertes, y ayudan a contener las enormes capas de hielo que cubren el continente y que se mueven con lentitud hacia el océano.

Pero los científicos descubrieron hace varias décadas que esta agua extraída de la surgencia está derritiendo las plataformas de hielo desde abajo. A medida que el hielo se vuelve más fino, los glaciares pierden parte de su capacidad de mantener las capas de hielo bajo control.

Hasta ahora, su derretimiento y debilitamiento solo ha contribuido en una cantidad relativamente pequeña al aumento del nivel del mar. Pero la preocupación es que si las plataformas se derriten demasiado podrían colapsar, lo que aceleraría el movimiento de los glaciares y, al final, de gran parte de la capa de hielo de la Antártida occidental hacia el océano.

En la actualidad, los científicos están a punto de obtener aún más datos. El programa Argo está a punto de desplegar a nivel mundial una nueva generación de flotadores más sofisticados capaces de medir mucho más que la temperatura y la salinidad básica.

A pesar de todo lo que se ha aprendido, Russell afirmó: “A diferencia de cualquier otro campo de exploración, aquí estamos por cruzar la frontera absoluta”. Por toda la Antártida, una corriente enorme y de importancia crítica rodea al mundo. En la actualidad, el calentamiento global la está afectando de formas complejas. Icebergs en las aguas del océano Austral, cerca de la Antártida. (Stash Wislocki vía The New York Times).