Por The New York Times | Reid Blackman

EL DEBATE SOBRE LOS DILEMAS QUE SUPONE EL SISTEMA DE MENSAJES DE TEXTOS.

Hace dos semanas, el cofundador de Twitter Jack Dorsey defendió con vehemencia en una publicación de blog la postura de que ni Twitter ni el gobierno ni ninguna otra empresa deberían ejercer control sobre lo que los participantes publican. “Es fundamental que la gente tenga herramientas para oponerse a esto y que, en última instancia, esas herramientas estén en manos de la gente”, dijo.

Dorsey promueve una de las nociones más fuertes y de moda en Silicon Valley: que una tecnología libre de control corporativo y gubernamental beneficia a la sociedad. Para tal fin, anunció que invertiría 1 millón de dólares al año en Signal, una aplicación de mensajes de texto.

Al igual que los mensajes en tu iPhone, Facebook Messenger y WhatsApp, Signal usa cifrado de extremo a extremo, lo cual hace que sea imposible para la empresa leer el contenido de los mensajes de los usuarios. Pero a diferencia de las otras dos empresas, Signal no recaba metadatos sobre sus usuarios. La empresa no conoce la identidad de los usuarios ni tampoco de qué usuarios hablan entre sí o de quien forma parte de un mensaje grupal. Además, también permite a los usuarios establecer horarios para que los mensajes del remitente y el destinatario se borren de manera automática de sus respectivas cuentas.

La empresa —una sociedad de responsabilidad limitada regida por una organización sin fines de lucro— se fundó con la creencia de que hay que combatir lo que denomina “vigilancia corporativa estatal” de nuestras actividades en línea en defensa de un valor irrenunciable: la privacidad individual. Desconfiados del gobierno y de las grandes empresas y al parecer convencidos de que estos actores son irredimibles, los expertos en tecnología buscan soluciones.

Este nivel de privacidad puede ser benéfico en varios frentes. Por ejemplo, los periodistas utilizan Signal para comunicarse con fuentes confidenciales. Pero no es casualidad que los delincuentes también hayan utilizado esta tecnología para evadir al gobierno. Cuando el FBI detuvo a varios miembros del grupo de los Oath Keepers por irrumpir con violencia en el Capitolio el 6 de enero de 2021, una de sus principales fuentes de prueba fueron los mensajes en Signal ( se desconoce cómo el FBI tuvo acceso a los mensajes en este caso; los legisladores y la tecnología llevan tiempo jugando al gato y el ratón).

Según Signal, el universo ético es sencillo: la privacidad de los individuos debe respetarse por encima de todo, pase lo que pase. Si terroristas, pederastas u otros delincuentes utilizan la aplicación, o una similar, para coordinar actividades o compartir imágenes de abusos sexuales a menores a puertas cerradas e impenetrables, pues qué pena, pero la privacidad es lo más importante.

Siempre hay que preocuparse cuando una persona o una organización pone un valor por encima de todos. El tejido moral de nuestro mundo es complejo. Tiene matices. La sensibilidad ante los matices morales es difícil, pero el apoyo inquebrantable a un principio para que esté por encima de todos es moralmente peligroso.

La manera en la que Signal usa la palabra “vigilancia” refleja su concepción de la moralidad. Para la empresa, la vigilancia lo abarca todo, desde un servidor que contiene datos cifrados que nadie ve hasta un agente de la ley que lee datos tras obtener una orden judicial, pasando por la intervención al azar de Alemania del Este de los teléfonos de los ciudadanos. No se puede reflexionar con detenimiento sobre el valor de la privacidad (incluida su importancia relativa con respecto a otros valores en contextos concretos) con una perspectiva tan amplia.

Además, la propuesta de la empresa de que si alguien tiene acceso a los datos, muchas personas no autorizadas también tendrán acceso a ellos es falsa. Esta respuesta refleja una falta de fe en el buen gobierno, que es esencial para el buen funcionamiento de cualquier organización o comunidad que pretenda mantener a sus miembros y a la sociedad en general a salvo de los malos actores. Hay algunas personas que tienen acceso a los códigos de lanzamiento nuclear, pero a excepción de las películas de “Misión Imposible”, en realidad no nos preocupa que la situación se salga de control a tal grado que personas no autorizadas tengan acceso a esos códigos.

En este caso hablo de Signal, pero hay un problema mayor: pequeños grupos de expertos en tecnología están desarrollando y desplegando aplicaciones de sus tecnologías por razones explícitamente ideológicas, con esas ideologías integradas en las tecnologías. Utilizar esas tecnologías es utilizar una herramienta que viene con una inclinación ética o política.

Signal quiere dejar en entredicho a empresas como Meta que convierten a los usuarios de sus plataformas de medios sociales en el producto mediante la venta de los datos de los usuarios. Pero Signal incorpora en sí misma una concepción bastante extrema de la privacidad y escalar su tecnología es escalar su ideología. Puede que los usuarios de Signal no sean el producto, pero son los defensores conscientes o inconscientes de los puntos de vista morales de las casi 40 personas que la operan.

Todo esto tiene algo de engañoso (aunque no creo que los propietarios de Signal tengan la intención de engañarnos). Suele pasar que los defensores de algo están conscientes de su función. Llegan a un cierto nivel de deliberación y llegan a la conclusión de que un conjunto de creencias es para ellos.

Pero los usuarios de aplicaciones como Signal no tienen por qué tener esas creencias. Pueden limitarse a pensar (erróneamente) que es una manera de enviar mensajes a amigos que están usando esa misma aplicación. La influencia de Signal no nos afecta necesariamente a nivel de creencias. Nos afecta a nivel de acción: lo que hacemos, cómo funcionamos, día tras día. Al utilizar esta tecnología, cumplimos los compromisos éticos y políticos de sus creadores.

Tal vez sus creadores están en lo correcto al decir que no se puede confiar en las grandes empresas tecnológicas ni en los gobiernos y que no tienen remedio. Sin embargo, no podemos dar por hecho que estas soluciones tecnológicas y las personas que las crean y despliegan son mejores. Si una de las quejas sobre las grandes empresas tecnológicas y el gran gobierno es que no son suficientemente responsables de sus fechorías, ¿no podemos hacer la misma crítica a los que desarrollan estas tecnologías?

Es cierto que los de Signal no son servidores públicos ni trabajan para empresas de la lista Fortune 500. Son un pequeño grupo de personas que se dedican a la tecnología. Son un pequeño grupo de personas que manejan estas poderosas herramientas y no tienen que rendir cuentas de la misma manera que, por ejemplo, un gobierno elegido democráticamente. Si las fuerzas del orden deben intervenir nuestros teléfonos con la condición de que se obtenga una orden judicial, como mínimo, eso debería ser digno de debate público. Signal ha decidido unilateralmente por todos nosotros.

Así que no estoy convencido de que realmente estemos consiguiendo más libertad “para el pueblo por el pueblo” a través de nuestros amos de la tecnología. En lugar de eso, tenemos un traspaso de poder basado en la tecnología a individuos y organizaciones ideológicas cuya falta de aprecio por los matices morales y el buen gobierno nos pone a todos en peligro. Este artículo apareció originalmente en The New York Times. La aplicación Signal y el peligro de la privacidad a toda costa (Ali Asaei para The New York Times)