Por The New York Times | Lydia Polgreen
En una amplia retrospectiva, en esencia parece inevitable que Twitter se convierta en una cloaca de abuso y desinformación, y que los poderosos —gobiernos, políticos, corporaciones, celebridades— encuentren las maneras de controlarla y manipularla para su beneficio.
Sin embargo, mientras observaba cómo la plataforma se convirtió en un caos durante las últimas semanas, pensé mucho en cómo se sentía estar en Twitter en mayo de 2009, cuando llegué a la India como corresponsal de The New York Times. Había abierto una cuenta unos seis meses antes, pero no fue hasta que llegué a Delhi que de verdad comprendí el potencial de la plataforma.
Twitter era una ventana embriagante hacia mi nueva y fascinante tarea. Grupos que llevaban años siendo reprimidos encontraron sus voces y las revoluciones impulsadas por las redes sociales comenzaron a aparecer. Los movimientos contra la corrupción ganaron fuerza y generaron un cambio verdadero. La indignación por una horrorosa violación tumultuaria en Delhi creó un movimiento para combatir una epidemia de violencia sexual.
“No nos dimos cuenta —porque lo dimos por sentado durante mucho tiempo— de que la mayoría de las personas habló con una gran libertad y una libertad completamente inconsciente”, comentó Nilanjana Roy, una escritora que fue parte de mi grupo inicial de amigos de Twitter en la India. “Podías criticar al gobierno, debatir ciertas prácticas religiosas. Ahora parece irreal”.
Muy pronto, en la plataforma también comenzaron a aparecer —y luego a dominarla— otros tipos de voces con poca representación. Cuando empezaron a alzar la voz las mujeres, los musulmanes y la gente de las castas más bajas, llegó la inevitable reacción negativa. Los simpatizantes del partido conservador de oposición, el Partido Popular Indio (BJP, por su sigla en inglés), y sus aliados religiosos de derecha sentían que la prensa tradicional los había ignorado durante mucho tiempo. En ese momento, tuvieron la oportunidad de expresar sus opiniones.
Y vaya que lo hicieron. Para 2014, cuando el BJP ganó por primera vez las elecciones nacionales, gracias no en poca medida al uso innovador de las redes sociales para aprovechar el descontento de la clase media con el statu quo, el Twitter indio ya estaba muy encaminado a convertirse en uno de los espacios más vitriólicos del mundo en línea, lleno de ataques ad hominem e incitaciones a la violencia. Además, tras haber utilizado las redes sociales con tal habilidad para obtener el poder, el nuevo gobierno se percató de que controlar las plataformas como Twitter sería crucial para reprimir el disentimiento.
En este caldo metió Elon Musk su cubierto.
Al comprar Twitter, Musk se ha disfrazado de guerrero de la libertad de expresión. Él había criticado mucho las decisiones de moderación de contenido de la empresa, de las cuales la más controvertida fue bloquear a Donald Trump de la plataforma después del ataque del 6 de enero de 2020 contra el Capitolio.
Vistas desde Estados Unidos, estas refriegas por el poder incomprensible de las plataformas tecnológicas parecen un campo de batalla crucial de la libertad de expresión. No obstante, la verdadera amenaza en buena parte del mundo no son las políticas de las empresas de redes sociales, sino los gobiernos.
En ningún otro lado esto es más claro que en la India, que, antes de que Musk adquiriera Twitter, había librado una batalla legal para proteger a sus usuarios de la censura gubernamental. La verdadera pregunta ahora es si el compromiso de Musk con la “libertad de expresión” se extiende más allá de los conservadores en Estados Unidos hacia los miles de millones de personas en el sur del mundo que dependen del internet para tener comunicaciones abiertas.
El mes pasado, Freedom House publicó su informe anual sobre la libertad en el internet. Allie Funk, una de las investigadoras que escribió el informe, me comentó que, aunque buena parte del interés se había centrado en países como China, los cuales restringen abiertamente el acceso a inmensas fracciones del internet, la verdadera guerra por el futuro de la libertad en el internet se estaba librando en los que ella denominó “Estados pendulares”, democracias grandes y frágiles como la de la India.
El lado ganador no se decidirá en Silicon Valley o Pekín, los dos polos sobre los que ha girado gran parte del debate sobre la libertad de expresión en el internet. Lo decidirán las acciones de los gobiernos en capitales como Abuya, Yakarta, Ankara, Brasilia y Nueva Delhi. En todo el mundo, los países están implementando estructuras que en el papel parecen diseñadas para combatir el abuso y la desinformación en línea, pero en esencia se utilizan para reprimir el disentimiento o facilitar el abuso dirigido a los enemigos de la gente en el poder.
“Algunas leyes son presentadas con buena fe para resolver la desinformación y el acoso”, comentó Funk. “Pero otros gobiernos están aprobando leyes tan solo para aumentar su poder sobre el discurso en línea y obligar a las empresas a ser una extensión de la vigilancia del Estado”. Por ejemplo: exigir a las empresas que mantengan sus servidores en sus países en vez de en el extranjero, lo cual los puede volver más vulnerables a la vigilancia gubernamental.
Durante el verano, mientras Musk seguía intentando escabullirse de comprar Twitter, sus abogados presentaron una contrademanda en contra de la empresa que incluía un paquete de justificaciones para escapar del acuerdo. Una de las aseveraciones casi pasó desapercibida en Estados Unidos, pero me llamó la atención: sus abogados arguyeron que Twitter se había involucrado en “un litigio riesgoso en contra del gobierno indio” y ponía en peligro uno de los mercados más grandes.
En efecto, Twitter había demandado al gobierno indio en julio… y por buenas razones. En 2021, la India había creado un montón de reglas que le daban mucho más poder al gobierno para ordenarles a las plataformas tecnológicas que eliminaran contenido a voluntad y también para responsabilizar criminalmente a los empleados de las plataformas tecnológicas del discurso que apareciera en sus servicios. Justo el tipo de leyes al que se refería Funk.
El gobierno de la India le había exigido a Twitter que bloqueara tuits y cuentas de una variedad de periodistas, activistas y políticos. La empresa fue a los tribunales, bajo el argumento de que estas exigencias iban más allá de la ley y entraban en el terreno de la censura. En ese momento, el potencial nuevo dueño de Twitter estaba sembrando dudas en torno a si la empresa debía desafiar las exigencias del gobierno que amordazaban la libertad de expresión.
Tal vez Musk solo buscaba escapar de una compra que sabía que iba a ser desastrosa (y si sin duda lo ha sido, por lo menos hasta ahora). No obstante, parece que esto es lo que Musk cree en realidad. En abril, Musk tuiteó: “Por ‘libertad de expresión’, solo me refiero a la que coincida con la ley. Estoy en contra de la censura que va más allá de la ley. Si la gente quiere menos libertad de expresión, le pedirá al gobierno que apruebe leyes en ese sentido. Por lo tanto, ir más allá de la ley es contrario a la voluntad de la gente”.
O Musk es excepcionalmente ingenuo o es deliberadamente ignorante sobre la relación entre el poder del gobierno y la libertad de expresión, en especial en las democracias frágiles. Esto debería preocuparle a cualquiera que le importe el futuro de la libertad de expresión en el internet para miles de millones de personas. La combinación de un compromiso riguroso para cumplir leyes nacionales y una estrategia no intervencionista frente a la moderación de contenido es combustible y muy peligrosa.
El periodismo independiente está cada vez más amenazado en la India. Buena parte de la prensa tradicional ha quedado castrada a causa de una mezcla de intimidación y conflictos de interés, una obra de conglomerados inmensos y familias poderosas que controlan gran parte de los medios indios. Al igual que en Estados Unidos, habrá unas elecciones importantes en la India en 2024. Conservar una plaza pública libre y abierta para el debate será crucial para proteger la democracia de la India.
Históricamente, Twitter ha luchado contra la censura. Con Musk a cargo, la continuidad de esa postura parece estar casi en duda. El gobierno indio tiene motivos para esperar un trato amigable: la empresa Tesla de Musk ha intentado ingresar al mercado automotriz indio durante algún tiempo, pero en mayo llegó a un punto muerto en las negociaciones con el gobierno sobre aranceles y otros asuntos. El Economic Times de la India informó el mes pasado que otra de las empresas de Musk, SpaceX, iba a buscar el permiso del gobierno para ofrecer su servicio de internet satelital Starlink en ese país.
Mientras Twitter se sumerge en un caos cada vez más profundo bajo la administración errática de Musk, la gran pregunta que queda es si sobrevivirá. Espero que sí.
Las redes sociales han profundizado por completo la polarización y el extremismo inducido en todo el mundo. Sin embargo, lo hicieron al romper monopolios escleróticos y de fácil manipulación que existían sobre el discurso. Musk tiene razón en que el mundo necesita una plaza pública digital; por desgracia, parece tener poca idea de que crear una involucra equilibrar la libertad de expresión con el abuso, la desinformación y los excesos del gobierno. Twitter apenas había podido entender esa labor difícil e importante en los últimos años. Musk ha dejado pocas dudas de que, en vez de continuar esa labor, prefiere quemarlo todo.