La tecnología de propulsión que existe actualmente hace prácticamente imposible un viaje tripulado a Marte. "La llegada de sondas no tripuladas ha sido posible porque se trata de naves más pequeñas y solo hacen el viaje de ida", dice el ingeniero aeronáutico Fernando Mujica, ex jefe de mantención de aviones de la FACh.
Una misión humana, en cambio, implicaría mover un vehículo mucho más grande porque requeriría de combustible suficiente para lograr alejarse de la atracción terrestre, ir y volver.
Según reporta El Mercurio, hasta ahora, las naves espaciales terrestres tripuladas lo más lejos que han llegado es a la Luna, que se encuentra a 384 mil kilómetros de distancia. Marte está a más de 225 millones de kilómetros.
Otro problema es el tiempo de viaje. Aun con todo el combustible líquido suficiente, la nave demoraría en llegar entre 8 y 9 meses. Pero después la tripulación debería permanecer hasta dos años allá para que al regreso la Tierra estuviera en la misma posición que cuando salió, porque los planetas no están alineados, sino que se mueven en órbitas. Si a esto se suma que la radiación espacial afecta a los humanos en forma acumulativa, el problema es complejo.
"Lo ideal sería contar con un motor que permitiera llegar allá en dos o tres meses, hacer una misión corta de dos semanas y volver antes de que la Tierra se aleje demasiado", comenta a El Mercurio el ingeniero y ex astronauta Franklin Chang-Díaz. Su empresa Ad Astra acaba de suscribir un contrato con la NASA para terminar el desarrollo de su motor de plasma Vasimr, el que permitiría ese objetivo.
"Nosotros utilizamos la electricidad para calentar un gas que se transforma en un plasma, el cuarto estado de la materia", explica Chang-Díaz.
La nave dispara un potente chorro de plasma, que mueve al vehículo. La energía proyectada no es de miles de grados como la que sale de las toberas de los cohetes espaciales, sino de millones de grados, por lo que requiere ser aislada mediante un campo magnético.
"Estamos preparando nuestra primera prueba con la NASA, en la que mantendremos el motor encendido durante 100 horas". Inmediatamente después, probarán la tecnología en el espacio, eventualmente en la Estación Internacional.
La electricidad la conseguirían con paneles solares superpoderosos de última generación.
"Estimamos que hacia 2018 podríamos tener un motor capaz de suplir el mercado de naves robóticas de carga, que viajen entre la Tierra y la Luna", asegura el ingeniero.
Pero eso servirá para vuelos cercanos. Para ir a Marte, Júpiter o más allá, en que el Sol ya no está tan cerca, será necesario producir la electricidad mediante un reactor nuclear, reconoce. Este debería instalarse en la nave en la órbita de la Tierra para evitar cualquier accidente.
No solo Chang-Díaz está trabajando en propulsión alternativa. La semana pasada, otro grupo de investigadores del Johnson Space Center, también de la NASA, desarrolló una exitosa primera prueba en el vacío de una tecnología llamada propulsión electromagnética. Se basa en el uso de electricidad para producir un campo magnético que luego es repelido, lo que produce el empuje para avanzar.
"Todas estas tecnologías aprovechan que en el espacio hay un vacío, por lo que en términos prácticos no hay fricción de aire, lo que permite avanzar con un pequeño impulso magnético o de plasma", dice Mauricio Henríquez, académico del área de investigación espacial de la Universidad Austral, sede Puerto Montt. "Como no hay fricción, este empuje es acumulativo, lo que permite una aceleración permanente".
Otra posibilidad prometedora, dice, son las velas solares. "Funcionan con las partículas de viento solar, que se mueven por todo el sistema solar. La NASA está desarrollando telas muy delgadas y resistentes que podrían expandirse hasta por kilómetros y que permitirían impulsar naves por el espacio a gran velocidad".