Por The New York Times | Kashmir Hill
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Ball estaba postulándose como demócrata para un escaño en la Cámara de Representantes de Virginia en aquel momento. Un blog conservador obtuvo unas fotos viejas de unos diez años atrás de una fiesta de Navidad posterior a la universidad, en las que Ball estaba disfrazada de “Santa traviesa” y su esposo en ese momento de Rodolfo el reno, con un consolador rojo como nariz. Suena absurdo, pero estas “atrevidas fotos fiesteras” fueron noticia en todo el mundo. Pensé que lo que Ball estaba experimentando era notable por su vigencia limitada: a medida que más y más personas utilizaran teléfonos con mejor tecnología y acudieran en masa a aplicaciones como Instagram y Twitter que los alentaran a documentar a fondo sus vidas y pensamientos, este tipo de juicios y condenas sobre el pasado de las personas seguramente desaparecerían porque el linchamiento se volvería hipócrita y peligroso.
Ball también creía eso. Perdió esas elecciones por el Congreso hace mucho tiempo, y en la actualidad es comentarista en medios de comunicación y autora de un libro sobre la nueva era política. En una entrevista reciente dijo que en un momento pensó que su supuesto escándalo sería un bache temporal antes de que la sociedad se adaptara y “que la gente se volvería más comprensiva” con las fotos o los comentarios problemáticos del pasado.
“Es todo lo contrario”, dijo. “Es más reaccionaria y condenatoria que nunca”.
¿Por qué no han resonado los repetidos llamados a remplazar los juicios digitales con empatía y compasión? O al menos, ¿por qué no ha surgido el temor a una destrucción mutua garantizada?
“Creo que es porque ha funcionado, por lo que los agentes y actores partidistas seguirán utilizando esta técnica”, dijo Ball. “Ellos atizaron esta indignación para lograr que Emily Wilder fuera despedida. Y luego tienen la osadía de quejarse de la ‘cultura de la cancelación’”. Esto no solo le está sucediendo a periodistas y políticos, cuyos trabajos motivan reflexiones públicas frecuentes, sino también a estudiantes de bachillerato y ejecutivos de empresas, porque ahora todos estamos en línea la mayor parte del tiempo.
Algunos ven el beneficio de este cambio. En una encuesta de Pew, realizada a más de 10.000 personas, más de la mitad aprobó exponer a las personas por su comportamiento en las redes sociales, y afirmaron que eso ayudaba a que la gente tuviera que asumir la responsabilidad de sus actos. “La gente mira más de cerca sus acciones y las obliga a examinar lo que están haciendo, por qué lo están haciendo y cuáles son las consecuencias de dichas acciones”, dijo una de las personas encuestadas.
Ball tiene la esperanza de que las cosas cambien. “La cultura reaccionaria es dañina, inútil y sencillamente devastadora para todos los involucrados”, dijo. “Gran parte de nuestra sociedad quiere que seamos una que crea en el perdón, la redención y la capacidad de las personas de aprender, crecer y mejorar”.
Ball se remitió a la reacción negativa contra el despido de Wilder; decenas de miembros del personal escribieron una carta abierta a AP para expresar su consternación.
“Cuanto menos exitoso sea, menos funcionará”, dijo. “La gente tendrá menos interés al final”.
Sin embargo, tras una pausa, Ball agregó: “Mucho de eso depende de cómo se manejen los departamentos de recursos humanos corporativos, lo que no es un gran lugar para depositar las esperanzas”.
Para la propia Ball, el descubrimiento de las fotos de su fiesta y el “escándalo” resultante le dieron, en última instancia, un impulso profesional. Los programas de noticias por cable la invitaron para hablar sobre el tema en vivo y luego, impresionados por su desempeño, la invitaron en otras oportunidades para conversar sobre otros acontecimientos políticos, lo que la llevó a su posición actual.
“Fui muy afortunada”, dijo. “La única razón por la que terminé con una carrera en los medios fue por este intento de cancelación”. .