En un futuro quizá no tan lejano, los viajes interplanetarios tripulados podrían ser una realidad. Esto implicaría -al menos con la tecnología de hoy- que los tripulantes y pasajeros de las aeronaves pasarían meses o años en ambientes privados de gravedad.

Tales viajes prolongados plantean una multitud de quebraderos de cabeza logísticos y operacionales a sus organizadores. Y uno de ellos es la necesidad de contemplar la intimidad y la vida sexual durante las travesías.

 En ese contexto, la microgravedad se presenta como un problema, dado que el funcionamiento del cuerpo humano -y de todos los animales- está diseñado para trabajar con la gravedad de la Tierra, recuerda el articulista Javier Giménez en un artículo publicado en la web especializada en ciencia Xataka.

Nuestro sistema circulatorio, por ejemplo, está diseñado para redistribuir los fluidos en un medio de gravedad estándar. Sin esa ayuda gravitacional, la distribución de la sangre se vuelve más fácil, el corazón tiene menos líquido que bombear y la presión sanguínea disminuye. Algo que traducido resulta, efectivamente, que al menos en el plano teórico las erecciones se vuelven más difíciles de conseguir.

De hecho, tampoco se podría descartar una reducción en tamaño del pene, algo que resultaría curioso, ya que esa misma falta de gravedad suele hacer que los astronautas aumenten levemente de estatura durante los viajes.

Pero eso se debe al efecto de la gravedad cero en la columna vertebral. El pene, en cambio, es una estructura articulada sobre la base de tejidos y sangre: la disminución de la presión en la parte de abajo del cuerpo juega en su contra. El efecto no será muy grande, pero es algo que hay que tener en cuenta.

Pese a lo dicho, es necesario considerar que la muy escasa evidencia acerca del funcionamiento peneano en el espacio, parece ir en contra de esa teoría disfuncional.

En 2014, el exastronauta Mike Mullane concedió una entrevista a Men's Health y habló sobre el asunto. El astronauta dijo que "La distribución equitativa de la sangre por todo el cuerpo" hizo que en barias mañanas despertara con si miembro viril en condiciones de  "perforar kriptonita" (sic).

Tiempo atrás, la divulgadora estadounidense Mary Roach investigo el “tabú” de la “sexualidad espacial”, y preguntó a algunos astronautas como e las ingeniaban para lidiar con “aquello”. Un cosmonauta ruso, cuyo nombre no divulgó, le dio una respuesta simple y directa: “amano”.

Lejos de ser concluyentes, estos dos testimonios bastan al menos para establecer que la “erección espacial” es una posibilidad cierta y no una quimera.

Sin embargo, el flujo de sangre hacia las partes íntimas es sólo una parte del problema. Otro es el riesgo de que los niveles de testosterona se desplomen en el espacio, algo de lo que ya hay evidencia.

De momento no está claro por qué sucede eso, y los científicos especulan sobre una combinación de factores derivada, precisamente, del desajuste hormonal, físico, alimentario y de sueño al que los astronautas someten a sus cuerpos.

Tampoco se sabe qué pasaría en hipotéticos viajes espaciales prolongados, que son justamente aquellos en los que sería más necesario atender las necesidades sexuales de los implicados.