Por The New York Times | Chang Che y Zixu Wang

Cuando Qu Tongzhou, una asistente de fotografía en Shanghái, emprendió un viaje muy anhelado al oeste de China en junio, descubrió que las ciudades que visitó eran poco amigables. Como consecuencia de las políticas de “cero COVID”, los lugareños desconfiaban de los viajeros, y algunos hoteles le negaron la entrada a Qu por temor a que pudiera ingresar el virus.

Fue entonces que Qu recurrió a Tantan y Jimu, dos populares aplicaciones chinas de citas con características similares a las de Tinder. Qu era consciente de los riesgos que implicaba conocer extraños, pero las aplicaciones terminaron siendo una fuente de nuevos amigos, incluidos un empresario de biotecnología en la ciudad de Lanzhou, un médico tibetano en la ciudad de Xining, y un funcionario público en Karamay, una ciudad del noroeste en Sinkiang. En cada parada, sus “matches” le proporcionaron alojamiento y la llevaron a bares y otros sitios de interés local.

“Si no hubiera usado estas aplicaciones, no habría conocido a muchas personas”, aseguró Qu, de 28 años. “Nadie me habría sacado a pasear por la ciudad”.

En los últimos dos años, China ha tomado medidas enérgicas contra gran parte de su industria tecnológica nacional. Ha prohibido las agencias de asesorías en línea con fines de lucro, restringido los videojuegos y aplicado multimillonarias multas antimonopolio a las plataformas de compras en línea más grandes. Algunos de los otrora alardeados titanes tecnológicos de China, como Jack Ma, fundador de la compañía de comercio electrónico Alibaba, se han apartado del ojo público.

Sin embargo, un rincón de la industria de tecnología de China ha florecido: las aplicaciones de citas.

La cantidad de aplicaciones de citas en China con más de 1000 descargas se disparó a 275 este año, en comparación con 81 en 2017, según data.ai, una compañía de análisis estadísticos. Las descargas de las aplicaciones, así como las compras dentro de las aplicaciones, han aumentado.

Los inversionistas también decantaron más de 5300 millones de dólares en empresas de citas y redes sociales en el país el año pasado, un incremento en comparación con los 300 millones de dólares invertidos en 2019, según PitchBook. Además, las empresas tecnológicas más grandes de China, como ByteDance y Tencent, están probando, adquiriendo e invirtiendo en nuevas aplicaciones que prometen generar conexiones entre desconocidos.

Estas aplicaciones están floreciendo —y Pekín pareciera estar dejándolas en paz— y no por meras razones románticas. Las aplicaciones brindan la promesa de empujar a las personas hacia el matrimonio en un momento en que las tasas de matrimonio y fertilidad de China están en mínimos históricos, pero también están ayudando a los usuarios a combatir la soledad en una realidad en la que los confinamientos por COVID-19 han causado estragos en las conexiones sociales.

Para muchas personas, las aplicaciones se han convertido en santuarios virtuales —un giro del siglo XXI para lo que los urbanistas llamaban el “tercer lugar”, una comunidad entre el trabajo y el hogar— para explorar pasatiempos, hablar de temas populares y conocer nuevos amigos.

“Es realmente difícil conocer gente en la vida real”, aseguró Raphael Zhao, un universitario recién graduado de 25 años en Pekín. Zhao descargó Tantan en abril tras estar confinado en el campus de su universidad por medidas cero COVID. “Como hay tantas personas inscritas en estas plataformas, te da la esperanza de que conocerás a alguien con quien vivir”.

Las autoridades chinas ya han tomado medidas contra las aplicaciones de citas en el pasado. En 2019, Tantan y otra aplicación de citas llamada Momo suspendieron algunas funciones dentro de sus plataformas luego de que los reguladores los regañaran por permitir la propagación de contenido pornográfico en sus aplicaciones.

Pero a diferencia de las asesorías en línea y el comercio de criptomonedas, áreas que los reguladores chinos han anulado sin ambigüedad alguna, los servicios de citas y de otros tipos centrados en encuentros sociales han permanecido relativamente ilesos ya que las aplicaciones han enmarcado sus objetivos de forma explícita como una contribución a la prosperidad de la sociedad china.

Zhang Lu, fundadora de Soul, una aplicación de citas respaldada por Tencent, ha dicho que “la soledad es el problema central que queremos resolver”. Blued, la aplicación de citas más popular para la comunidad LGBTQ, se promociona a sí misma como una aplicación para la salud pública y la concientización sobre el VIH. Su sitio web destaca su labor en la prevención del VIH, colaboraciones con los gobiernos locales y las reuniones de su fundador con funcionarios de alto rango como el primer ministro Li Keqiang. (El fundador de Blued renunció el mes pasado, alegando los fuertes desafíos de gestionar una aplicación LGBTQ en China, pero las descargas de la aplicación se han mantenido constantes).

“El Estado, en lugar de aplicar medidas enérgicas, ve las aplicaciones de citas como tecnologías que puede cooptar fácilmente”, afirmó Yun Zhou, profesora adjunta de Sociología y Estudios Chinos en la Universidad de Míchigan.

Cuando las citas en línea llegaron a China a principios de la década de 2000, el poder de entablar relaciones —que solía estar a un nivel desproporcionado en manos de casamenteras, padres y jefes de fábricas— recayó cada vez más en el individuo. Muchos estaban ansiosos por el cambio, y gravitaron hacia las funciones de WeChat, la popular aplicación de mensajería, que permitían chatear con extraños.

La tendencia se aceleró en la década de 2010 con la llegada de aplicaciones de citas como Momo y Tantan, las cuales emulaban a Tinder. Junto a Soul, se convirtieron en las tres aplicaciones de citas más populares de China, acumulando más de 150 millones de usuarios activos mensuales en total.

Soul y Momo se negaron a hacer comentarios. Tantan, propiedad de Momo, no respondió a una solicitud de comentarios.

Las aplicaciones en sí han cambiado. Durante mucho tiempo, Tantan y Momo habían emparejado a los usuarios en función de su apariencia física, lo que generó acusaciones de que las plataformas cultivaban una cultura de sexo casual. Más recientemente, estas aplicaciones han comenzado a utilizar los intereses, los pasatiempos y las personalidades de los usuarios como la base para generar nuevos encuentros sociales.

Douyin, que es propiedad de ByteDance y es la versión china de TikTok, y Little Red Book, una aplicación similar a Instagram, han creado funciones de “descubrimiento social” las cuales utilizan su conocimiento sobre las preferencias de las personas para emparejarlas. Soul se ha vuelto especialmente popular en los últimos años por sus perfiles de avatar y su práctica de vincular usuarios con base en pruebas de personalidad. El año pasado, la aplicación superó a Tantan y a Momo como la aplicación de citas más descargada en la tienda china de iOS. Muchos usuarios de estas aplicaciones de citas parecen estar menos interesados en el romance y más en conocer amigos. En una encuesta de octubre realizada por un instituto de investigación chino, el 89 por ciento de los encuestados afirmó que había utilizado una aplicación de citas con anterioridad, y la mayoría dijo que quería principalmente ampliar sus círculos sociales, no encontrar una pareja.

Vladimir Peters, un desarrollador radicado en Shanghái que está trabajando en su propia aplicación de citas, afirmó que muchos chinos más jóvenes desean que las aplicaciones brinden una experiencia más holística que combine entretenimiento y exploración de pasatiempos, no solo un “match” romántico.

“A la juventud china le gustan los trucos como frases para romper el hielo y otras cosas juguetonas que generan puntos de partida para la comunicación”, aseguró Peters. Qu Tongzhou, una asistente de fotografía que utilizó dos populares aplicaciones de citas chinas para hacer amigos durante un viaje al oeste de China, en Shanghái, el 18 de septiembre de 2022. (Qilai Shen/The New York Times). Qu Tongzhou, una asistente de fotografía que utilizó dos populares aplicaciones de citas chinas para hacer amigos durante un viaje al oeste de China, en Shanghái, el 18 de septiembre de 2022. (Qilai Shen/The New York Times).