Por The New York Times | Joshua Sokol
Cuando da lo mejor de sí, la palentología nos da un vistazo a billones de vidas que nadaron, corretearon, anduvieron y surcaron el planeta. Los científicos, la prensa y el público por igual suelen narrar, una y otra vez, estas historias de éxito, ensalzando a los investigadores intrépidos. Los especímenes más impresionantes se depositan en los museos. Pero quizá sea igual de importante cuando los científicos se equivocan, y de manera grave, y alguien más se encarga de rectificar la situación.
En 2020 durante los días previos al confinamiento por el COVID, por ejemplo, Gregory Retallack, paleontólogo de la Universidad de Oregón, y algunos colegas recorrieron un famoso conjunto de pinturas rupestres indias. Después, anunciaron que acababan de descubrir algo que los visitantes anteriores habían pasado por alto: un fósil de 550 millones de años llamado Dickinsonia, que databa de los albores de la vida animal.
El asombroso hallazgo atrajo la atención del público. El pasado diciembre, un equipo dirigido por Joseph Meert, paleontólogo de la Universidad de Florida, estudió el mismo yacimiento. “Cuando nos encontramos con el fósil, se encendieron algunas alarmas en mi cabeza”, dijo Meert.
En primer lugar, el espécimen tenía un aspecto diferente al que tenía en las fotografías de 2020: parte de él se había desgastado. En segundo lugar, el equipo observó nidos de abejas gigantes en las rocas circundantes.
Luego se le prendió el foco a Meert: esto no era un Dickinsonia en absoluto. Tampoco era un fósil. El patrón de la pared de la cueva no era más que un trozo de material ceroso que había dejado un nido de abejas, según informó el equipo en diciembre, en la misma revista arbitrada que había aprobado el hallazgo original. Otro estudio, aceptado recientemente en el Journal of the Geological Society of India, llegó al mismo resultado.
Retallack ahora está trabajando en una corrección formal. “Es raro, pero esencial, que los científicos confiesen sus errores cuando se descubre evidencia nueva”, escribió al equipo de Florida, una vez que los investigadores se pusieron en contacto con él para comunicarle su análisis nuevo.
Este descubrimiento fallido se une a una larga e ignominiosa historia de errores paleontológicos. Estos van desde clasificaciones erróneas hasta pseudofósiles (en los que un proceso no biológico creó un patrón que solo parece biológico) y dubiofósiles (rocas extrañas y ambiguas que probablemente no son tan importantes como se dice).
Como las familias infelices de Tolstói, cada fósil mal identificado tiene su propia historia infeliz. Muchas rocas que parecen salidas de la naturaleza pero no lo son —como los nódulos minerales que parecen coprolitos y los supuestos “huevos de dinosaurio” y “huellas de dinosaurio”— se descartan la primera vez que las observa un paleontólogo profesional. Algunos no son más que viejos errores, reliquias de un pasado científico más primitivo. Aun así, otros errores o interpretaciones erróneas persisten en fuentes marginales. Sin embargo, en ocasiones se insertan en la industria científica moderna, incluso si se hace la revisión por pares, especialmente cuando la evidencia clave es ambigua.
Cada uno de los ejemplos siguientes es ambiguo también en otro sentido, pues son a la vez un fracaso científico y una demostración de que la ciencia avanza si se corrigen públicamente los errores.
‘Scrotum humanum’
En la década de 1670, el químico inglés Robert Plot realizó quizá la primera ilustración científica de un fósil de dinosaurio. Sospechaba que el espécimen era parte de un fémur. Pero era grande: tal vez, razonó Plot, perteneciera a un elefante de guerra de los romanos, o a un humano gigante que se describe en la Biblia.
Casi un siglo después, la ilustración se reimprimió en un volumen de historia natural compilado por un médico, junto con un nuevo epígrafe, bastante esclarecedor, que lo comparaba con las partes colgantes de un antiguo humano. Pero no era un órgano reproductor: aunque el espécimen se ha perdido, sabemos que en realidad formaba parte del fémur de un dinosaurio carnívoro, tal vez un megalosaurio.
Un mal año para las especies viejas
En 1981, se demostró que dos especies antiguas diferentes nombradas por el paleontólogo alemán de principios del siglo XX, el barón Friedrich von Huene —por suerte, ya fallecido para entonces— eran casos de identidad errónea. Un supuesto diente de mamífero era en realidad un trozo del mineral calcedonia y el otro, una mandíbula de dinosaurio, resultó ser un trozo de madera petrificada en el que los moluscos habían hecho sus madrigueras.
Un relleno en el registro de fósiles
En 1864, unos geólogos canadienses anunciaron el descubrimiento del Eozoon canadense, el “animal auroral de Canadá”, un conjunto ondulado y estriado de patrones rocosos que, según ellos, procedían de las conchas fosilizadas de organismos celulares gigantes. El hallazgo llenaba un vacío en la teoría de la evolución: hasta la aparición del Eozoon canadense, no había pruebas fósiles de la existencia de vida en la Tierra anterior a los 540 millones de años.
Empero, en las décadas siguientes se multiplicaron las pruebas de que los patrones no eran más que rocas plegadas y estratificadas, forjadas por altas temperaturas y presiones. Los defensores del Eozoon nunca dejaron de argumentar que se trataba de un fósil real, pero ellos finalmente murieron. Mientras tanto, aparecieron otros fósiles muy antiguos (como ejemplares auténticos de Dickinsonia) que llenaron el vacío en el registro fósil.
Descubrimiento decapitado
En 2019, un equipo anunció el descubrimiento de una nueva especie del Triásico parecida al cangrejo herradura. Pero los investigadores fueron corregidos al año siguiente: lo que había parecido un animal distinto era en realidad la cabeza cortada de una cigarra fósil ya conocida.
La vida en Marte
Diferenciar los fósiles impostores de los auténticos a veces tiene consecuencias más serias. En 1996, unos científicos afirmaron haber encontrado un microfósil en un meteorito marciano. El presidente Bill Clinton incluso dio una rueda de prensa para hablar de las implicaciones del descubrimiento, cuyo metraje se incluyó editado en la película “Contacto” de 1997.
Desde entonces, los científicos han documentado numerosos procesos químicos y geológicos que pueden “hacer crecer” estructuras intrincadas y diminutas sin que haya vida en ese proceso. Algunos de los fósiles más antiguos de la Tierra entrarían en esta categoría, y patrones similares podrían aparecer en las primeras rocas que se recojan de Marte. Imagen de microscopio electrónico de las estructuras halladas en el meteorito marciano ALH84001 en 1996. (NASA vía The New York Times) Friedrich von Huene, paleontólogo alemán, alrededor de 1926. (vía The New York Times)
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