Por The New York Times | Shira Ovide

Los estadounidenses tratan a las empresas tecnológicas como un sustituto del gobierno representativo eficaz. No debería ser así.

Después de que la Corte Suprema revocó el derecho constitucional al aborto, muchos defensores del derecho al aborto centraron su atención en cómo las huellas digitales de las aplicaciones y de internet podrían incriminar a las personas si solicitan el procedimiento y en lo que las empresas tecnológicas y de telecomunicaciones como Facebook, Apple y Verizon podrían hacer para protegerlas.

Esto era comprensible. En nuestra economía basada en el acaparamiento de datos, las empresas tienen información sobre casi todo el mundo. Eso las convierte en fuentes potenciales para las autoridades que tratan de actuar contra quienes faciliten abortos.

Por otra parte, fue otro ejemplo de cómo la gente pasa por alto a los funcionarios electos y recurre más bien a las poderosas empresas tecnológicas para que resuelvan sus inquietudes sobre la ley, la política y la responsabilidad.

Mucha gente cree que Donald Trump y otros funcionarios republicanos no dejarán de hacer afirmaciones falsas de que se cometió fraude en las elecciones presidenciales de 2020. Por ello, gran parte de la atención se ha centrado en lo que Twitter, Facebook o YouTube podrían hacer para impedir que esas mentiras se propaguen.

A los políticos les molesta que algunas grandes empresas no paguen ningún impuesto federal sobre la renta, pero en lugar de cambiar las deducciones y exenciones que se permiten por ley, vociferan contra Amazon y otras grandes empresas por no pagar los impuestos que les corresponden. La gente está molesta por la laxa aplicación de las normas de Facebook que prohíben la venta de armas, pero hay más restricciones de armas en Facebook que en gran parte del Estados Unidos de la vida real.

Las empresas son una fuerza importante en nuestras vidas y un puñado de superpotencias digitales se desempeñan como actores globales importantes, a veces a la par de los gobiernos. Les guste o no, su responsabilidad va más allá de sus beneficios.

Pero también es extraño preocuparse de que las grandes empresa tecnológicas tengan demasiado poder y, al mismo tiempo, exigirles en ocasiones que arreglen lo que no nos gusta del mundo. La acción de las empresas no es un sustituto de un gobierno eficiente.

Entiendo por qué ocurre esto: muchos estadounidenses no confían en que el gobierno sea capaz de resolver con eficacia los grandes problemas, como la seguridad pública, la atención médica y el cambio climático. Las empresas suelen ser más responsables y receptivas a las demandas de la gente que nuestros líderes electos.

También es cierto que las empresas tecnológicas, entre ellas Facebook, han rechazado la regulación gubernamental a la vez que decían que era necesaria para solucionar los problemas que ellas habían contribuido a crear.

Sigo pensando en una conversación que sostuve hace un par de años con Zephyr Teachout, una abogada de izquierda que en la actualidad es asesora especial de la fiscal general de Nueva York, respecto a la aberración histórica de las personas que ahora solicitan a las empresas un cambio social y político.

Hablamos de una protesta masiva en el Reino Unido a finales del siglo XIX sobre la que Teachout ha escrito. Los manifestantes, enfadados porque los productores de azúcar usaban esclavos, exigieron que el gobierno aboliera la esclavitud, no que las empresas cambiaran su comportamiento.

La falta de fe de los estadounidenses en el gobierno crea espectáculos extraños. La preocupación por el uso de los datos de las empresas en casos judiciales relacionados con el aborto (y el temor a que el gobierno chino aproveche los datos de los estadounidenses provenientes de la aplicación TikTok) podría ser un impulso para los líderes electos y la ciudadanía. Podríamos tener restricciones nacionales en Estados Unidos sobre los datos que las empresas recopilan sobre nosotros y cambiar la facilidad con la cual las empresas pueden vender o compartir esos datos casi con cualquiera.

Google dijo la semana pasada que empezaría a eliminar la información de localización cuando las personas visiten ciertos lugares sensibles, como centros de tratamiento de adicciones y proveedores de abortos. La empresa matriz de TikTok, con sede en China, ha tratado de aislar la aplicación de las fronteras digitales de China.

Las laxas restricciones de datos de Estados Unidos no han cambiado todavía, pero las de TikTok y Google, sí. Los estadounidenses tratan a las empresas tecnológicas como un sustituto del gobierno representativo eficaz. No debería ser así. (Erik Carter/The New York Times)