En el año 1987, casi una veintena de granjas introdujeron en el Uruguay la rana toro, incentivadas por el propio Estado a raíz de una experiencia similar que se llevaba a cabo en Brasil. La motivación era la oportunidad de negocios que brindaba criar y vender las ancas de rana al exterior.
Varios expertos advirtieron entonces que la Lithobates catesbeianus es una de las especies invasoras más dañinas del mundo, por su gran capacidad para prosperar y desplazar anfibios nativos, lo que la convertía en un riesgo serio de no controlarse estas poblaciones (como lo indica la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Sin embargo, el plan siguió adelante y tuvo consecuencias negativas, y no solamente ambientales. Económicamente el proyecto fue un fracaso, los criaderos cerraron y las ranas, liberadas, comenzaron a expandirse en unos pocos puntos.
"Podríamos haberlo evitado simplemente con alguien que supiera de negocios, no se precisaba un biólogo", dijo a Montevideo Portal el biólogo Gabriel Laufer.
Laufer fue uno de los primeros en advertir los problemas de la presencia de la rana toro en el país, ya en el 2005. En el 2008, en una publicación realizada junto a Andrés Canavero, Diego Núñez y Raúl Maneyro, recomendaba tomar medidas para evitar su expansión, luego de comprobar que en los alrededores de uno de los criaderos cerrados (en Rincón de Pando) había ejemplares en estado salvaje, reducidos a uno o dos estanques. En la última década, Laufer siguió investigando, publicó otros trabajos junto a sus colegas y pidió a la Dirección Nacional de Medio Ambiente que tomara medidas, tras comprobar que el animal prosperaba en zonas de Canelones, Soriano y Cerro Largo. En el caso de Canelones y Soriano no volvieron a registrarse ejemplares, aunque según el biólogo pueden persistir en densidad muy baja.
El problema central con la rana toro no es que muerda al ganado o a los humanos, como se difundió incorrectamente en los últimos días, sino el daño que ocasiona a nivel ambiental, al desplazar a muchas especies nativas en su rol de depredadora y competidora. No sólo comparte la dieta con anfibios nativos, sino que también actúa como reservorio del hongo Batrachochytrium dendrobatidis, que causa una enfermedad que ha sido asociada a una mortandad importante en anfibios, al menos en países como Costa Rica y Australia (en Uruguay aún no hay estudios específicos).
Este año, el biólogo publicó junto a sus colegas Noelia Gobel, Claudio Borteiro, Álvaro Soutullo, Claudio Martínez Dabat y Rafael O de Sá un nuevo artículo en la revista Biological Invasions en el que hace una actualización del estado de la invasión de esta especie. Destaca especialmente la situación en Aceguá (Cerro Largo), donde la rana toro continúa expandiéndose, y revela que se detectó algún ejemplar suelto incluso en Montevideo (nada menos que dentro del propio Instituto Clemente Estable, probablemente al "escaparse" de manos de los científicos). Aunque pasaron 30 años de la introducción de esta especie, aún estamos a tiempo de controlarla o erradicarla, advierte Laufer. Y de hecho, es a lo que se está dedicando actualmente.
Escape en Aceguá
En los últimos días se difundió en medios la situación de Aceguá, luego de que el Comité de Emergencias de Cerro Largo anunciara que "se mantiene alerta ante una posible invasión de las ranas toro, luego de que varios ejemplares se escaparan de la planta de una empresa que se dedicaba a su comercialización".
La situación, en realidad, no es nueva ni los ejemplares se acaban de escapar, explicó Laufer a Montevideo Portal. La posible invasión es una realidad y la Dinama, ahora, tuvo una apertura mayor para encarar el problema, lo que también colaboró en la difusión del fenómeno.
En Aceguá, la rana toro fue detectada en 23 cuerpos de agua permanentes. "Básicamente la idea es pescarlas, sacarlas de ahí, y sacrificar adultos y renacuajos. En algunos casos, se puede hacer un secado temporal y drenar el agua para controlar la expansión", dijo el biólogo.
En estos casos no hay lugar para romanticismo, considerando los riesgos que implica para la conservación de la biodiversidad nativa. "Cuando hay una invasión biológica en esta fase, se usa la fuerza bruta y se da un buen golpe al problema. Con una invasión más expandida hay que ver qué técnicas se usan", aclaró el biólogo. En Aceguá, los biólogos no sólo han dado charlas en la escuela y la UTU, en colaboración cercana con la alcaldía y la Comisión de Cultura, sino que también instan a la población a cazar y comer estas ranas, a fin de evitar su propagación. "Son absolutamente dóciles. No muerden ni tienen comportamiento agresivo", aclaró el especialista.
Laufer aclaró que las invasiones de especies exóticas suelen tener una fase en la que quedan estables y luego se empiezan a expandir. En el caso de Aceguá, esta "estabilidad" se quebró a partir del 2012. Si bien ya no hay criaderos abiertos de ranas toro en Uruguay, Laufer dijo que en otro punto sensible, como San Carlos (Maldonado), pueden quedar algunos ejemplares en forma privada.
En el artículo de Biological invasions, los autores recuerdan que el hecho de que estemos en una etapa temprana de la invasión en áreas restringidas (menos de 6 kilómetros cuadrados en Aceguá y un kilómetro cuadrado en San Carlos) "proporciona una oportunidad única para una erradicación exitosa".
Ahora y siempre contra el invasor
¿Cómo fue posible que el propio Estado, ya no sólo emprendedores privados, fomentara la introducción de un animal que podía convertirse en un problema?
"El argumento era que la especie no tenía una afinidad climática con Uruguay, lo que era incorrecto incluso con la información que se tenía. Es una especie muy usada en producción y como modelo de investigación y se conoce bien, ya había estudios. En realidad el clima acá era óptimo para las ranas", explicó Laufer.
Es decir, la información necesaria ya estaba disponible en el país en 1987, pero se decidió seguir adelante. "Después de eso, Uruguay siguió introduciendo especies categorizadas como las más peligrosas del mundo. El visón para pieles, por ejemplo, o la tilapia, un pez que se convierte en plaga", señaló el biólogo.
La decisión no sólo enojó a los especialistas sino a los criadores, por el fracaso económico que representó. "Lo mismo ocurrió con la tilapia y el visón. Es diferente con el esturión, que puede convertirse en un problema pero al menos hay beneficios económicos. En estos otros casos, en que se introdujo especies peligrosas sin beneficios, fue una estupidez gigante ", sentenció Laufer.