Por The New York Times | Elizabeth A. Harris and Alexandra Alter
La llegada de Amazon reconfiguró el panorama del comercio de los libros. La aparición de los libros electrónicos amenazó la palabra impresa. Y el auge de la autoedición les brindó a los escritores un camino del éxito que dejó fuera a las casas editoriales tradicionales. Todas estas veces, la industria editorial ha tenido la capacidad de adaptarse.
Ahora, el mundo editorial está enfrentando una nueva sacudida que probablemente sea mucho más transformadora y de mucho mayor alcance: el surgimiento de la inteligencia artificial.
Algunas personas del mundo editorial ya están experimentando con programas de inteligencia artificial en campos como la mercadotecnia, la publicidad, la producción de audiolibros e incluso la escritura para sopesar su promesa de apoyar el trabajo realizado por los seres humanos y contrastarlos con la amenaza de que las máquinas se apoderen por completo de algunos de esos trabajos.
Para otras personas de esa industria, la amenaza ya está aquí. Los escritores se han unido a otros artistas, programadores y creadores de contenidos para demandar a las empresas de inteligencia artificial acusándolas de usar su trabajo para entrenar a los sistemas de inteligencia artificial. Los escritores no quieren que su trabajo se use sin permiso, sobre todo porque la tecnología puede hacer funcionar chatbots como el ChatGPT, el cual tiene la capacidad de generar textos sorprendentemente evocadores, imitar a autores famosos o incluso fabricar novelas completas tras seguir las indicaciones de un ser humano capacitado.
“Es urgente que los escritores participen en el asunto de la inteligencia artificial”, señaló el novelista Hari Kunzru, quien hace poco firmó un contrato con Knopf para sus próximos dos libros y especificó en el acuerdo que los libros no se podían usar para entrenar a la inteligencia artificial. “En este preciso momento, los escritores literarios están en un riesgo menor que algunas personas, pero no se puede decir que esto no vaya a cambiar con el lanzamiento de la siguiente generación de modelos”.
Parece que durante los últimos meses, la tecnología ha hecho rápidas incursiones en todas partes: en aulas, hospitales, salas de tribunales e incluso en Hollywood, donde los guionistas se pusieron en huelga en demanda de mejores salarios, pero también de protección contra el auge de la inteligencia artificial.
También en la industria editorial, es posible que la tecnología reconfigure casi cada aspecto del trabajo que implica producir un libro, incluso el acto mismo de escribir.
“Todo el mercado se va a ver afectado”, señaló Mary Rasenberg, directora general del Sindicato de Escritores. “No me sorprendería que, en un futuro no muy lejano, la inteligencia artificial se volviera bastante buena para algunos géneros de ficción”.
Mucha gente de la industria editorial está tomando medidas para proteger su trabajo. Hace poco, el Sindicato de Autores hizo una petición firmada por miles de escritores en la que exigían que las empresas solicitaran su aprobación antes de usar su trabajo para entrenar a los programas de inteligencia artificial. Las agencias que representan a los ilustradores también han modificado sus contratos para evitar que su trabajo se use para alimentar programas de inteligencia artificial. Penguin Random House, la editorial de libros más grande del país, señaló que considera que “el consumo no autorizado” de contenido para entrenar a los modelos de inteligencia artificial es una violación de los derechos de autor.
Al mismo tiempo, ya hay un aumento de empresas emergentes en la industria editorial que están recurriendo a la inteligencia artificial para crear, enviar, editar y comercializar libros, comentó Thad McIlroy, un analista de la industria que ha estudiado el impacto de la inteligencia artificial y hecho el seguimiento de casi 50 empresas de esa industria.
Entre las empresas emergentes está Sockimg, la cual produce portadas de libros; Storywizard, un programa que crea cuentos infantiles; Subtxt, que funciona como un asesor de redacción que ayuda a los escritores a ampliar un concepto o desarrollar personajes; y Laika, un programa de inteligencia artificial que dice imitar la prosa de escritores como Jane Austen y Edgar Allan Poe.
McIlroy afirmó que algunas editoriales grandes también están experimentando con esta tecnología, aunque de modos menos evidentes. “La gente es muy hermética al respecto”, comentó. “A las grandes editoriales les inquieta mucho el aspecto legal y les preocupa su relación con los escritores si reconocen que utilizan estas herramientas”. Algunos escritores están usando la inteligencia artificial como un asistente de redacción y edición que puede ayudarles a tener ideas, organizar el material, desarrollar personajes o crear algún esbozo.
“Todos los escritores que conozco están explorando cómo puede ayudarles la inteligencia artificial”, comentó Josh Bernoff, un escritor sobre negocios que usa el ChatGPT para que resuma información y sugiera maneras de reformular algunos fragmentos. Pero, según él, nunca la usaría para generar textos enteros por una sencilla razón: “La prosa que resulta es aburrida”. Parte de la reticencia de los editores hacia los trabajos generados por la inteligencia artificial proviene de su situación jurídica: los textos escritos de manera automática no pueden estar protegidos por derechos de autor. Si después fueran modificados por los seres humanos, eso podría ser admisible, pero, de acuerdo con la Oficina del Derecho de Autor de Estados Unidos, cada caso se tendría que determinar por separado.
Algunos ejecutivos de editoriales señalaron que eso hace que los trabajos generados por la inteligencia artificial sean mucho menos atractivos para los editores, los cuales casi nunca quieren comprar un libro si no pueden tener la licencia exclusiva para venderlo.
Sin embargo, para los editores nunca ha sido ningún problema encontrar escritores (incluso escritores dispuestos a trabajar por muy poco dinero o de manera gratuita). El desafío más apremiante de la industria es que los lectores conozcan los libros que se publican, una tarea que se ha dificultado mucho más en los últimos años.
Las agencias de los medios noticiosos que cubren la industria editorial han disminuido y cada vez más lectores compran libros por internet, donde es menos probable que encuentren un título del que nunca hayan oído hablar. Mucha gente de la industria comentó que teme que una oleada de contenidos generados por inteligencia artificial haga más difícil que se descubran libros escritos por personas.
“El reto para los editores no es generar más contenidos, sino resolver el problema de que los descubran”, comentó Madeline McIntosh, exdirectora general de Penguin Random House de Estados Unidos. “Es ahí donde en verdad está la mina de oro”.
Los programas que funcionan con inteligencia artificial ya se están usando para intentar resolver el problema y ayudar a los lectores a encontrar una mayor variedad de libros. Open Road Integrated Media, la cual ofrece servicios de mercadotecnia a los editores, hace poco anunció que usará esta tecnología para optimizar continuamente los metadatos que hay detrás de cada título, de tal modo que aparezca de manera más destacada en los motores de búsqueda y en los sitios web comerciales.
Además, la inteligencia artificial está transformando la producción de audiolibros, un formato de rápido crecimiento y muy lucrativo para los editores.
Tanto Apple como Google cuentan con programas que convierten en audiolibros los libros electrónicos para usar de manera gratuita la tecnología de texto a voz. Las empresas más nuevas, entre ellas DeepZen y Speechki, están produciendo miles de audiolibros con narración sintética.
Judy Chang, directora de producto en Google Play Libros, explicó que su objetivo son los títulos que de otra manera no se convertirían en audiolibros, como los autoeditados o los publicados por editoriales académicas. Hay gente a la que le preocupa que los narradores de libros, al igual que todos los trabajadores de la industria, irremediablemente, estén en riesgo de ser sustituidos por máquinas.
“El peligro es que la gente pierda su empleo”, señaló Michelle Cobb, directora ejecutiva de la Asociación de Editores de Audiolibros. “La tecnología no se va a detener”. La inteligencia artificial ya se está usando en algunos ámbitos de la industria editorial y es posible que, con el tiempo, abarque casi todo el proceso. (Alex Eben Meyer/The New York Times)
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