Por The New York Times | Amanda Hess
¿Qué se le regala al hombre que lo tiene todo? ¿Qué tal un mundo de fantasía vívido diseñado por él mismo?
La semana pasada, durante una presentación en la conferencia anual de realidad virtual de Facebook, Mark Zuckerberg apareció en un video de larga duración en el que detallaba sus planes para el “metaverso”, un mundo digital envolvente impulsado por sus propios productos. En el reino imaginado por Zuckerberg, los humanos se teletransportarán por todo el mundo en forma de holograma. Los peces virtuales nadarán en el cielo. Tendrás un gran telescopio virtual en casa y una chimenea flotante de hierro fundido, y David Attenborough estará allí. Seguirás teniendo que pasar tus días en videoconferencias de trabajo, pero ahora algunos de tus colegas parecerán dibujos animados.
El metaverso de Zuckerberg estará influido por sus intereses financieros y sus impulsos estratégicos, pero también por sus gustos. En su mundo, podría convertirse en nuestro arquitecto, decorador, promotor de conciertos, distribuidor de películas, gurú de fitnes, comisario y estilista, o al menos en su jefe. Es hora de evaluar a Zuckerberg no solo como líder empresarial, sino también cultural.
¿Cuál es la estética de Mark Zuckerberg? ¿Qué le gusta? Sus casi veinte años de vida pública ofrecen pocas pistas. Sabemos que ha expresado su interés por la voz de Morgan Freeman y la obra de Vin Diesel. En 2015, organizó un club de lectura en Facebook con un enfoque absurdamente amplio para el que seleccionó obras tanto de Michelle Alexander como de Henry Kissinger. Se ha retransmitido a sí mismo ahumando carne en Facebook Live.
Su estilo personal es expeditivo. Como un personaje de cómic, parece tener un armario lleno de uniformes indivisibles, puros pantalones de mezclilla oscuros y camisetas de cuello redondo sutilmente caladas. Lleva más de una década con el pelo cortado de la misma manera, con el flequillo diminuto de un escudero medieval. A sus 37 años, su rostro pálido y extrañamente suave le confiere una cualidad vampírica. Hay algo desconcertante en la naturaleza estática de su imagen, en su impermeabilidad al paso del tiempo y a su propia fortuna creciente. Es como si siempre se hubiera movido por el mundo como un avatar.
Sin embargo, algunas cosas sí han cambiado. Cuando conocimos a Zuckerberg por primera vez, era un hacker encapuchado en un dormitorio que había ascendido al poder de manera improbable. “Red social”, la interpretación que David Fincher y Aaron Sorkin hicieron en 2010 de la fundación de Facebook, lo presentaba como un ñoño frustrado con problemas para socializar con chicas. No obstante, a medida que la empresa fue adquiriendo influencia mundial, empezó a ser visto como una especie de oscuro príncipe en línea, y se esforzó por reestructurarse como un líder cívico plausible. Empezó a citar a Abraham Lincoln. Su porte podía ser rígido y sin encanto, pero ahora también era amable, como un androide programado para un puesto de custodio.
En Instagram, se presenta como un padre agresivamente normal, llenando su cuenta con imágenes de su esposa, Priscilla Chan, sus hijos y su perro melenudo. Ha publicado dos veces selfis nocturnas borrosas y demasiado cercanas frente al Louvre. Su estilo de pies de foto es mecánico: “¡Feliz día de la madre!”; “¡Por un gran 2019!”; “¡Esperamos que hayas tenido un Halloween espeluznante!”.
Ya en 2017, Zuckerberg publicó un manifiesto en el que señalaba que Facebook se dedicaba a elaborar la “infraestructura social” para una “comunidad comprometida cívicamente”. Escribió sobre “difundir la prosperidad y la libertad”, “luchar contra el cambio climático” y “prevenir pandemias”. (¡Ups!) Cuando se refería a “construir el mundo que todos queremos”, hablaba del mundo real. Ahora se ha retirado a un lugar en el que no se ocupa principalmente de la democracia o la supervivencia del planeta, sino de lo que él llama “alegría”: asistir a conciertos virtuales, jugar ajedrez virtual y asentir ante los colegas en oficinas virtuales.
Aunque el término “metaverso” sugiere un reino de ciencia ficción totalmente articulado, Zuckerberg lo utiliza para dar glamur a una red de aplicaciones y equipos de realidad virtual y aumentada, como auriculares, que jura que un día crearán la ilusión perfecta de una “profunda sensación de presencia”. Destinará 10.000 millones de dólares este año a esos proyectos (y más en los próximos años), asignará 10.000 trabajadores a ellos y cambiará el nombre de su empresa por “Meta”. Y también está reestructurando su imagen en la red, pues está asumiendo otro papel improbable: el de empresario virtual.
En los últimos meses, la cuenta de Instagram de Zuckerberg se ha profesionalizado con elegancia. Aparece como un deportista que practica aficiones de élite: florete, esgrima, remo, lanzamiento de lanzas. En un video de Instagram publicado el 4 de julio, atraviesa el agua en un hidrodeslizador, ondeando una bandera estadounidense al ritmo de “Take Me Home, Country Roads” de John Denver. Este verano, los paparazzi captaron a Zuckerberg en extrañas escenas de ocio: adentrándose en la selva para cazar jabalíes con un grupo de amigos, con equipo táctico y zapatos de punto; haciendo surf en el océano, con la cara cubierta de crema solar blanca y opaca como una especie de mimo tropical. Hace poco publicó una serie de videos grabados con los nuevos lentes inteligentes de Facebook, invitando al espectador a ver a través de sus ojos mientras maneja una embarcación o se lanza a un combate de esgrima en el patio trasero. Ahora, en esta presentación, Zuckerberg se convierte en nuestro avatar para experimentar todo el metaverso.
El video comienza en una casa, se puede suponer que la de Zuckerberg. La música de fondo retumba mientras Zuckerberg recorre una extensión de color beige salpicada de adornos de madera sin tratar, vasijas de cerámica y erizos de mar fosilizados. Cuando nos invita a entrar en el metaverso (en realidad, imágenes simuladas de un producto de realidad virtual que no existe), su sala se disuelve en una cuadrícula y aparece una versión de fantasía informatizada de su casa. En ella aparecen varios globos terráqueos, un bonsái que crece en una urna y una hilera de trajes: un espartano, un astronauta. Unas enormes ventanas ofrecen vistas con el tipo de imágenes de la naturaleza que se utilizan en los salvapantallas que vienen precargados en la computadora: islas tropicales a un lado, montañas nevadas al otro.
El elemento más llamativo de la casa de fantasía de Zuckerberg es un televisor delgado montado en la pared. “Podrás hacer todo lo que imagines”, dice Zuckerberg. “Experimentarás el mundo con una riqueza cada vez mayor”, promete. Pero, sobre todo, prevé que consumiremos contenido de formas cada vez más antisociales. El retrato de Zuckerberg en “Red social”, impulsado por el resentimiento romántico, nunca resultó ser del todo preciso. Parecía demasiado humano. Incluso sus aficiones y hábitos personales apestan a transacción. En su cuenta de Instagram, encarna el espíritu de “trabajar mucho y jugar mucho”, convirtiendo despiadadamente el tiempo de ocio en oportunidades de dominio técnico. Cuando publica imágenes de sus hijos en la plataforma, le asegura al pueblo que no hay nada problemático en enchufar sus vidas privadas a sus productos. Ha dicho que se pone lo mismo todos los días “para tener que tomar el menor número posible de decisiones sobre cualquier cosa, excepto cómo servir mejor a esta comunidad”, como si actuar menos como una persona pudiera beneficiar al resto de la humanidad.
Teniendo en cuenta los inquietantes acontecimientos que se ha acusado a Facebook de haber facilitado, algunas personas son escépticas por naturaleza ante la idea de transformar la plataforma en un patio de recreo envolvente en el que podamos experimentar, por ejemplo, gritos racistas o dismorfia corporal de forma aún más vívida. En su lugar, Zuckerberg ha ofrecido un tipo de horror diferente: un mundo sin fricciones en el que nunca ocurre nada imprevisible o que no se pueda monetizar. Su metaverso está habitado por figuras de dibujos animados suavizadas y quizá castradas que conversan con frases como “Ey”, “Qué loco” y “Reunámonos un momento para tener un informe”. Y si todo eso se vuelve abrumador, asegura Zuckerberg, podemos “teletransportarnos a una burbuja privada para estar solos”. A solas en una burbuja: ese es el sueño del futuro. La realidad seguramente será mucho peor. Una imagen sin fecha proporcionada por Meta. Los líderes de la tecnología, el entretenimiento y la moda se han apresurado a reclamar su lugar en el metaverso, aunque pocos parecen ponerse de acuerdo sobre qué es exactamente. (Meta vía The New York Times)