Por The New York Times | Hope Reese

El asombro puede significar muchas cosas y, aunque muchos lo reconocemos al sentirlo, no es fácil de definir.

“El asombro es la sensación de estar en presencia de algo inmenso que escapa a nuestra comprensión del mundo”, afirmó Dacher Keltner, psicólogo de la Universidad de California en Berkeley.

Es vasto, sí, pero el asombro también es más sencillo de lo que creemos… y accesible para todos, escribió en su libro “Awe: The New Science of Everyday Wonder and How It Can Transform Your Life”.

El asombro surge de lo que Keltner denomina una “percepción de inmensidad”, así como de algo que nos desafía a replantearnos nuestras ideas previas. Este puede provenir de momentos como admirar el Gran Cañón o presenciar un acto de bondad.

En su libro, Keltner comentó que el asombro es fundamental para nuestro bienestar. Sus investigaciones sugieren que tiene enormes beneficios para la salud, como calmar nuestro sistema nervioso y provocar la liberación de oxitocina, la hormona del “amor” que fomenta la confianza y los lazos afectivos.

“El asombro está en la vanguardia” de la investigación de las emociones, aseveró Judith Moskowitz, catedrática de Ciencias Médico-Sociales de la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern de Chicago. Moskowitz, quien ha estudiado cómo las emociones positivas ayudan a las personas a afrontar el estrés, escribió en un correo electrónico que “las experiencias de asombro deliberadas, como dar paseos por la naturaleza, moverse en grupo (al bailar o participar en ceremonias) e incluso el uso de sustancias psicodélicas mejoran el bienestar psicológico”.

Entonces, ¿qué es en el aspecto biológico? Según Keltner, el asombro no era una de las seis emociones básicas (enojo, sorpresa, asco, placer, miedo y tristeza) identificadas en 1972, pero las investigaciones nuevas demuestran que “tiene su propia definición”.

Keltner descubrió que el asombro activa el nervio vago (conjunto de neuronas de la médula espinal que regulan diversas funciones corporales) y ralentiza nuestro ritmo cardiaco, mejora la digestión y profundiza la respiración.

También tiene beneficios psicológicos. Muchos de nosotros tenemos una voz crítica en la cabeza que nos dice que no tenemos la inteligencia, belleza o riqueza suficiente. Según Keltner, el asombro parece acallar este discurso negativo al desactivar la red de modo predeterminado, la parte de la corteza cerebral que interviene en la percepción que tenemos de nosotros mismos.

No obstante, según Keltner, incluso sus propios experimentos de laboratorio subestiman su impacto en nuestra salud y bienestar.

Sharon Salzberg, destacada autora y profesora de atención plena, considera el asombro como un vehículo para acallar nuestra crítica interior. En su opinión, este es “la ausencia de preocupación por uno mismo”.

Keltner señaló que esto cobra mayor relevancia en las redes sociales. “Estamos en un momento cultural de narcisismo, autohumillación, crítica y exigencia de privilegios; la capacidad de maravillarnos nos saca de esa situación”, dijo Keltner.

El asombro es un elemento que puedes desarrollar con la práctica. A continuación te explicamos cómo hacerlo.

Presta atención. En 2016, Keltner visitó la prisión estatal de San Quintín, en California, donde escuchó a los reclusos hablar de asombrarse “del aire, la luz, el sonido imaginado de un niño, la lectura, la práctica espiritual”. La experiencia modificó cómo concebíamos el asombro, así que Keltner se asoció con otros dos investigadores para pedirles a personas de Estados Unidos y China que llevaran un diario donde registraran los momentos en los que se maravillaban y descubrió que las personas lo sentían dos o tres veces a la semana.

“Pensé: ‘Ah, puedo tomarme un respiro y mirar a mi alrededor’”, dijo. “No se necesita privilegio ni riqueza; el asombro está a nuestro alrededor”.

Concéntrate en la “belleza moral” de los demás. Keltner descubrió que una de las formas más confiables de experimentar el asombro es ser testigo de la bondad de los demás.

Salzberg, cuyo libro de próxima aparición incluye una sección sobre el acto de maravillarse, también cree en la importancia de este asombro interpersonal. Si nos fijamos en quienes nos rodean y están “dedicados a la bondad o a tener una vida familiar mejor que en la que se criaron o a ser buenos con sus vecinos”, dijo, podemos reforzar nuestro sentido del asombro.

Practica la atención plena. Según Keltner, la distracción es enemiga del asombro, pues impide la concentración, que es fundamental para alcanzarlo. Cultivamos el asombro a través del interés y la curiosidad”, aseveró Salzberg. “Y si nos distraemos demasiado, en realidad no estamos prestando atención”.

La atención plena nos ayuda a concentrarnos y disminuye el poder de las distracciones. “Si trabajas la atención plena, el asombro llegará”; y algunos estudios demuestran que las personas que meditan y rezan también lo experimentan con más frecuencia.

“El asombro tiene mucho de la misma neurofisiología que la contemplación profunda”, dijo Keltner. “Meditar, reflexionar, hacer una peregrinación”.

Por lo tanto, dedicar tiempo a tomar las cosas con calma, respirar profundo y reflexionar, además de sus propios beneficios, tiene la ventaja añadida de prepararnos para el asombro.

Elige el camino desconocido. El asombro suele surgir de la novedad, de modo que inclinarnos por lo inesperado puede prepararnos para experimentar el asombro. Algunas personas lo hacen más que otras, un rasgo de la personalidad que los expertos denominan “apertura a la experiencia”, explicó Keltner.

Podemos trabajar para desarrollar esta apertura a través de nuestras decisiones cotidianas. Elije un restaurante que no acostumbres visitar, toma un camino diferente para ir al trabajo o escucha música con la que no estés familiarizado.

En su libro, Keltner escribió que las personas que se asombran con su entorno “están más abiertas a nuevas ideas, a lo desconocido, a aquello que el lenguaje no puede describir”. Los expertos afirman que el asombro es una emoción humana fundamental y un bálsamo para las mentes turbulentas. (Irene Servillo/The New York Times)