Por The New York Times | Katrina Miller
El 8 de enero de 2014, una bola de fuego proveniente del espacio iluminó la atmósfera terrestre y se estrelló en el mar, al norte de la isla Manus, frente a la costa noreste de Papúa Nueva Guinea. Sensores del gobierno estadounidense registraron su ubicación, velocidad y resplandor y, sin más aspavientos, esta información quedó guardada en una base de datos de sucesos similares.
Esos datos permanecieron guardados cinco años, sin sembrar discordia, hasta que Avi Loeb, astrofísico teórico de la Universidad de Harvard, y Amir Siraj, quien en ese entonces cursaba estudios superiores en esa universidad, se toparon con ellos en 2019. A partir de los datos de velocidad y dirección registrados, Siraj identificó la bola de fuego como un caso atípico extremo.
El mes pasado, Loeb encabezó una expedición para recuperar fragmentos de la bola de fuego del lecho marino del Pacífico occidental. El 21 de junio, anunció que lo había hecho. Su descubrimiento, según relata, para disgusto de muchos de sus colegas, quizá sea la forma en que los científicos encuentren pruebas de vida extraterrestre.
“No criaturas biológicas como las que se ven en las películas de ciencia ficción”, señaló Loeb. “Lo más probable es que sea un artefacto tecnológico con inteligencia artificial”.
Sin embargo, para muchos astrónomos, este anuncio es la más reciente de las extrañas declaraciones de Loeb… que, en este caso, es demasiado fuerte y apresurada. En su opinión, los pronunciamientos de Loeb (y un video promocional en Times Square sobre la búsqueda de vida extraterrestre) distorsionan la percepción del público sobre la verdadera forma en que opera la ciencia.
“La gente está harta de escuchar las aventuradas afirmaciones de Avi Loeb”, señaló Steve Desch, astrofísico de la Universidad Estatal de Arizona. “Contamina la ciencia real, pues combina la verdadera ciencia que desarrollamos con este sensacionalismo ridículo y succiona todo el oxígeno de la habitación”.
Desch añadió que varios de sus colegas ahora se niegan a participar en el arbitraje del trabajo de Loeb, el proceso mediante el cual los académicos evalúan la investigación de sus pares para garantizar que solo se publiquen estudios de gran calidad. “Es un verdadero colapso del proceso de arbitraje y el método científico”, afirmó. “Es de lo más desmoralizante y exasperante”.
Durante gran parte de su carrera, Loeb ha sido un cosmólogo de lo más activo, ya que ha producido cientos de artículos sobre los agujeros negros, la materia oscura, las primeras estrellas y el destino de nuestro universo. Pero lo ha cautivado la investigación de extraterrestres desde que un objeto interestelar llamado Oumuamua pasó cerca de nuestro planeta en 2017. Mientras que el debate entre varios científicos fue si ese visitante era un asteroide o un cometa de otro sistema estelar, Loeb propuso que podría ser un artefacto de vida inteligente.
Loeb también comenzó a estudiar el catálogo de bolas de fuego del Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra de la NASA. Esa investigación lo condujo al objeto detectado en 2014. A partir de su dirección y velocidad al momento del impacto (45 kilómetros por segundo), Loeb y Siraj concluyeron que la bola de fuego se movía a una velocidad excesiva para un objeto afectado por la gravedad de nuestro astro solar. Así que, al igual que Oumuamua, debía ser interestelar.
Escribieron un artículo sobre el descubrimiento en 2019. En un principio, la revista científica The Astrophysical Journal lo rechazó, pero más adelante lo aceptó para su publicación en noviembre, varios meses después de que el Comando Espacial de Estados Unidos anunció en un memorando, que circuló en Twitter, que las medidas de la velocidad de la bola de fuego eran suficientemente precisas para inferir que era de origen interestelar.
Recurrir a esa autoridad no es suficiente, en opinión de Peter Brown, físico especializado en meteoros de la Universidad de Ontario Occidental. Se desconoce el nivel de precisión de los datos del Departamento de Defensa de Estados Unidos, lo que afecta las probabilidades de que el objeto viniera de fuera de nuestro sistema estelar.
“Por experiencia, y por la operación de redes ópticas y radares en tierra, sabemos que en general se descubre que un porcentaje considerable de los sucesos detectados parecen interestelares”, afirmó Brown. Agregó que, hasta la fecha, podría decirse que casi todos esos eventos se deben a un error de medición.
Brown y otros también cuestionan la falta de colaboración de Loeb con la comunidad de expertos dedicados al estudio de bolas de fuego de gran velocidad.
La reciente expedición de Loeb al océano para recuperar restos del meteoro en cuestión se financió con una aportación de 1,5 millones de dólares de Charles Hoskinson, empresario del sector de criptomonedas, y se organizó a través de EYOS Expeditions. El viaje se realizó a unas 60 millas náuticas al norte de la isla Manus, según la trayectoria esperada de la bola de fuego de 2014. Un grupo de científicos, ingenieros y marineros, así como un equipo de filmación y el propio Hoskinson, acompañaron a Loeb, quien documentó el viaje y los sucesos posteriores en una serie de 42 publicaciones propias (que podrían continuar) en un blog.
El equipo científico se dedicó durante dos semanas a arrastrar por el lecho marino un trineo construido especialmente para la tarea y equipado con imanes, cámaras y luces, que sacaban a intervalos regulares para revisar si tenía trozos metálicos de la bola de fuego de 2014 adheridos en su superficie. A fin de cuentas, recuperaron muchísimas esferas brillantes, cada una de menos de un milímetro de diámetro. Análisis preliminares realizados en la embarcación mostraron que estos glóbulos estaban compuestos sobre todo de hierro, con cantidades menores de otros metales.
No es común encontrar algo así en las aguas cercanas a la isla Manus, afirmó Maurice Tivey, geofísico marino de la Organización Oceanográfica Woods Hole, quien no participó en la expedición, pero utilizó en alguna ocasión robots submarinos para elaborar un mapa de esa región del lecho marino. Más bien, hay sedimentos y ceniza volcánica en abundancia, material que no se desplaza mucho una vez que se asienta en el fondo del océano.
Ese hallazgo, combinado con la forma esférica de los fragmentos recuperados (lo que sugieren que en algún momento fueron aerodinámicos), le pareció ciertamente concluyente a Tivey. “Así que sí me parece que encontró pedazos del objeto”, aseveró.
El escepticismo en torno a este trabajo se hizo evidente en una conferencia reciente sobre asteroides, cometas y meteoros celebrada cuando la expedición de mar profundo todavía estaba en curso. Ahí, Desch argumentó que, si la bola de fuego se hubiera movido a la velocidad registrada, no habría restos, pues el meteoro se habría consumido por completo en la atmósfera. Explicó que, incluso en las mejores condiciones, solo habría sobrevivido un miligramo de material que se habría dispersado en decenas de kilómetros cuadrados de lecho marino.
Brown también hizo una presentación en la conferencia, en la que describió un análisis reciente de datos de toda una variedad de instrumentos con el propósito de verificar las medidas de 17 de los objetos incluidos en el mismo catálogo de bolas de fuego de la NASA que usaron Loeb y Siraj. Sus resultados, que ya están aceptados para su publicación en The Astrophysical Journal, indican que los datos del catálogo con frecuencia contienen errores en el cálculo de la dirección y la velocidad, además de que el error en la medición de la velocidad es mayor para objetos que se desplazan más rápido.
Esos errores son de tal magnitud que es posible que la órbita de la bola de fuego de 2014, que se creyó no estaba regida por la atracción gravitacional, en realidad sí lo haya estado, explicó Brown. Esto quiere decir que quizá no haya sido interestelar, después de todo. Descubrió que una velocidad de desplazamiento más cercana a los 20 kilómetros por segundo al momento del impacto en realidad sería más lógica, dados los datos de brillo, densidad y resistencia aerodinámica del objeto, según los modelos teóricos de los meteoros.
Con fundamento en esta información, Brown concluyó que lo más probable es que la bola de fuego se haya desplazado a una velocidad menor al momento del impacto. “Si el cálculo fue de una velocidad mayor que la real, entonces el objeto cae más o menos dentro de los parámetros observados para otros objetos regidos por la gravedad del sistema solar”, aseveró.
Loeb expresó su desacuerdo con ese análisis.
“En mi formación como físico, algo que nos decían siempre es que, si tienes un modelo que no se ajusta a los datos, lo que tienes que hacer es revisar el modelo”, indicó, en referencia a las mediciones contenidas en el catálogo de la NASA.
Además, está convencido, a diferencia de muchos de sus colegas, de que los sensores militares de Estados Unidos son confiables, aunque no tiene acceso a sus lecturas crudas. “Son los encargados de la seguridad nacional”, comentó Loeb. “Creo que saben lo que hacen”. Haber encontrado, junto con su equipo, esferas que considera son fragmentos del meteoro de 2014 en la ubicación que marcan esas mediciones le da todavía más confianza.
Es poco probable que el gobierno desclasifique información sobre el nivel de precisión de los datos de esos dispositivos. Por lo tanto, Loeb decidió apostarle a otro tipo de prueba y envió las esferas a laboratorios de la Universidad de Harvard, la Universidad de California, campus Berkeley, y la empresa alemana Bruker Corp. para que realicen un análisis riguroso y determinen su antigüedad. Si las esferas son más antiguas que nuestro sistema solar o tienen una estructura isotópica distintiva, el objeto debe haber sido interestelar. Pero incluso si la bola de fuego en realidad provenía de otro vecindario cósmico, se requieren muchos más elementos para demostrar que las esferas están relacionadas con algún tipo de vida extraterrestre. Es posible que el público escuche más comentarios de Loeb sobre porciones adicionales de roca en el fondo del océano. Más adelante este mismo año, su equipo planea regresar a las aguas del norte de Papúa Nueva Guinea para buscar fragmentos más grandes de la bola de fuego de 2014. Además, en 2024, el equipo espera visitar un sitio frente a la costa de Portugal para buscar los restos de otro meteoro que Loeb y Siraj han dicho es de origen interestelar.
“Quizá esté equivocado”, aceptó Rob McCallum, cofundador de EYOS Expeditions y el principal organizador de la reciente expedición, y añadió: “Pero nunca lo sabremos si no buscamos”. Imagen producida por una microsonda electrónica de un glóbulo recuperado del fondo del océano Pacífico. Avi Loeb cree que estos glóbulos demuestran que un meteoro que se estrelló en esa área provenía de algún lugar fuera de nuestro sistema solar. (Stein Jacobsen y Avi Loeb/Universidad de Harvard vía The New York Times). Una pantalla muestra glóbulos en la imagen de microscopio de partículas magnéticas tras una sesión de recolección en el lecho marino. (Avi Loeb vía The New York Times).