Por The New York Times | Sabrina Imbler

Los trópicos son un paraíso para todos, menos para un esqueleto. La humedad mantiene el verdor de las selvas tropicales, pero no ayuda a conservar los cuerpos, lo que provoca una escasez de restos óseos antiguos en regiones neotropicales como Centroamérica.

No obstante, en las profundidades de las selvas de Belice, bajo el seco cobijo de dos refugios rocosos, los esqueletos de personas que murieron hace casi 9600 años se han conservado en condiciones extraordinarias. Sus huesos nos dan un panorama inusual de la historia genética de la región, que se desconoce en gran medida.

Un grupo de científicos extrajo el ADN de estos antiguos pobladores, lo cual ofrece un entendimiento nuevo sobre la historia genética de los pueblos de la región maya. El estudio se publicó el martes en la revista Nature Communications. Los investigadores identificaron una migración masiva desde el sur, desconocida hasta ahora, que ocurrió hace más de 5600 años y que precedió a la llegada del cultivo del maíz en la región. Esta migración de personas, que tienen un vínculo más estrecho con los hablantes actuales de las lenguas chibchas, contribuyó con más del 50 por ciento a la ascendencia de los pueblos de habla maya de la actualidad.

Lisa Lucero, antropóloga de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, quien es especialista en los mayas ancestrales y no participó en la investigación, señaló que los resultados nuevos “tienen el potencial de actualizar y reescribir la historia temprana de los primeros habitantes de América”.

Xavier Roca-Rada, doctorando de la Universidad de Adelaida, aseveró que los resultados “llenan un vacío de información entre los habitantes más antiguos de la región maya que se estudiaron anteriormente y la época previa al asentamiento de Mesoamérica”.

El estudio nuevo surgió de excavaciones continuas dirigidas por los autores Keith Prufer, arqueólogo medioambiental de la Universidad de Nuevo México, y Douglas Kennett, arqueólogo de la Universidad de California en Santa Bárbara. Los investigadores han excavado en dos refugios rocosos en la Reserva Natural de Bladen, una zona remota y protegida de Belice que preservó esos sitios, usados como cementerios, intactos durante miles de años. “La gente volvía a ellos una y otra vez y enterraba a sus muertos”, explicó Prufer.

Los refugios también estaban ocupados por los vivos, que fabricaban herramientas y cocinaban, como lo demuestran los huesos enterrados de armadillos, ciervos y un tipo de roedor llamado paca, dijo Prufer. Añadió que el fondo de la fosa excavada contenía un fragmento de un perezoso gigante, que incluso podría ser anterior a la ocupación humana del refugio.

Las excavaciones también revelaron una capa protectora secreta, que solía ser viscosa, bajo tierra. Entre 5000 y 6000 años atrás, antes del periodo clásico de los mayas, la gente recolectaba pequeños caracoles Pachychilus para alimentarse. “Los hervían, les cortaban el extremo del caparazón y se comían la carne”, relató Prufer. Quienes habitaban estos refugios se daban un festín con estos caracoles, y con las conchas que desechaban protegían a los cuerpos enterrados bajo tierra. “Esta capa de conchas de caracol protegía las tumbas subterráneas cuando los mayas excavaban en el lugar”, explicó.

Kennett y Prufer estudian estos primeros entierros para entender cómo la región pasó de la caza y la recolección al desarrollo de la agricultura intensiva del maíz, el chile y la mandioca (también llamada yuca). En un artículo de 2020, presentaron pruebas del consumo de maíz en los huesos de los habitantes que vivieron entre 4000 y 4700 años atrás.

David Reich, genetista de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, dirigió el proceso de extracción de ADN antiguo a 20 personas enterradas en los refugios a lo largo de 6000 años. El análisis reveló varias migraciones humanas hacia la región maya, en lo que hoy es el sureste de México y el norte de Centroamérica.

Encontraron tres grupos distintos: uno que vivió entre 7300 y 9600 años atrás, otro que vivió hace unos 3700 o 5600 años y un tercer grupo de mayas modernos. El primer grupo parece estar relacionado genéticamente con una migración hacia el sur a través del continente americano durante el Pleistoceno, pero el segundo grupo tenía un vínculo genético con los ancestros de los hablantes de chibcha que vivían más al sur.

Los autores plantean la hipótesis de que esta sustitución poblacional procedió de una migración masiva desde el sur. “Ese fue el resultado espectacular”, afirmó Kennett.

Este hallazgo anula la antigua suposición de que la tecnología agrícola se extendió por las Américas mediante la difusión de los cultivos y las prácticas, es decir, la difusión del conocimiento y no la propagación de las personas, señaló Reich. Los resultados recientes sugieren que esta migración fue fundamental para la difusión de la agricultura, como un escenario en el que los hablantes de chibcha emigraron hacia el norte con variedades de maíz, que luego cultivaron y difundieron en las poblaciones locales, de acuerdo con lo que escribieron los autores.

“En realidad las personas se trasladaban a la región desde el sur y llevaban consigo estos cultivos y también los conocimientos agrícolas”, aseveró Kennett.

David Mora-Marín, antropólogo lingüista de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y autor del artículo, hizo un análisis de las primeras lenguas chibchas y mayas. Descubrió que un término para referirse al maíz se había trasladado de la lengua chibcha a las lenguas mayas, lo que apoya aún más la teoría de un origen chibcha del maíz.

Los temas relacionados con el ADN antiguo han recibido críticas por una falta de ética o de un compromiso apropiado con las comunidades que podrían ser descendientes de los antiguos humanos estudiados.

Kennett y Prufer llevaron a cabo su investigación arqueológica con el Ya’axché Conservation Trust, una organización no gubernamental de Belice que está formada en gran parte por descendientes de comunidades mayas. Los investigadores consultaron a estas comunidades, presentaron los resultados de los estudios y tradujeron resúmenes de los hallazgos a las lenguas mopan y q’eqchi’ a petición de los lugareños. En las conversaciones, las comunidades expresaron su deseo de saber más sobre las dietas y los núcleos familiares precolombinos de los antiguos habitantes de la cueva. A raíz de estas conversaciones, los autores hicieron mayor hincapié en estos temas dentro del estudio, comentó Kennett. Kennett y Prufer visitaron Belice por última vez en enero de 2020 para presentar los resultados preliminares del estudio nuevo a las comunidades mayas. Desde entonces, la pandemia ha impedido el regreso de los investigadores, pero Prufer señaló que esperaban regresar este verano para seguir excavando y así “cumplir nuestra promesa de volver cada año que trabajemos y mantener a todos informados”. Un acantilado que cubre un refugio rocoso en la selva tropical de la Reserva Natural de Bladen, en Belice. (Keith Prufer vía The New York Times). Keith Prufer, arqueólogo medioambiental de la Universidad de Nuevo México, con Asia Alsgaard, a la izquierda, y Emily Moes, ambas investigadoras de campo, en el lugar de sepultura en Mayahak Cab Pek, en Belice. (Erin Ray vía The New York Times).