Por The New York Times | Sabrina Imbler

La nieve comienza como motas, que se agrupan en copos densos y floculantes que poco a poco se hunden y pasan por las fauces (y los aparatos bucales) de los animales carroñeros que están más abajo. No obstante, incluso la nieve marina que es devorada muy probablemente se volverá a convertir en nevada; las tripas de un calamar no son más que una parada de descanso en este largo tránsito hacia las profundidades.

Aunque el término nos sugiere el color blanco de los paisajes invernales, la nieve marina suele ser más bien café o grisácea y está formada sobre todo por cosas muertas. Durante eones, estos restos han estado formados por los mismos componentes —motas de restos de plantas y animales, heces, mucosidad, polvo, microbios, virus— y han transportado el carbono del océano para almacenarlo en el fondo marino. Sin embargo, cada vez más, los microplásticos se están infiltrando en las nevadas marinas: fibras y fragmentos de poliamidas, polietileno y tereftalato de polietileno. Además, esta nieve falsa parece estar alterando el ancestral proceso de enfriamiento de nuestro planeta.

Cada año, decenas de millones de toneladas de plástico entran en los océanos de nuestro planeta. Los científicos supusieron en un principio que el material habría de flotar en los parches de basura y los giros oceánicos, pero las prospecciones de la superficie solo han dado cuenta de aproximadamente el 1 por ciento del plástico que se calcula que hay en el océano. Gracias a un modelo reciente se descubrió que el 99,8 por ciento del plástico que ha entrado en el océano desde 1950 está hundido en las profundidades, por debajo de los primeros centenares de pies de altura del mar. Los científicos han encontrado 10.000 veces más microplásticos en el fondo marino que en las aguas superficiales contaminadas.

La nieve marina, una de las principales vías de conexión entre la superficie y las profundidades, parece estar ayudando a que los plásticos se hundan. Los científicos apenas están empezando a desentrañar cómo interfieren estos materiales en las redes alimentarias de las profundidades y en los ciclos naturales del carbono en el océano.

“No es solo que la nieve marina transporte plásticos o se agrupe con ellos”, comentó Luisa Galgani, investigadora de la Universidad Atlántica de Florida. “La cosa es que se ayudan entre sí para llegar al océano profundo”.

La formación de la nieve marina

La superficie del mar, iluminada por el sol, reverdece con fitoplancton, zooplancton, algas, bacterias y otras formas de vida minúsculas, que se alimentan con los rayos del sol o unos de otros. A medida que estos microbios se metabolizan, algunos producen polisacáridos que pueden formar un gel pegajoso que atrae los cuerpos sin vida de organismos diminutos, pequeños fragmentos de cadáveres más grandes, conchas de foraminíferos y pterópodos, arena y microplásticos, todo lo cual se adhiere y forma copos más grandes. “Son el pegamento que mantiene unidos todos los componentes de la nieve marina”, explica Galgani.

Los copos de nieve marina caen a diferentes velocidades. Los más pequeños descienden con más lentitud, “apenas un metro al día”, explica Anela Choy, oceanógrafa biológica del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego.

Las partículas más grandes, como los restos fecales densos, pueden hundirse más rápidamente. “Caen en picada hasta el fondo del océano”, afirma Tracy Mincer, investigador de la Universidad Atlántica de Florida.

El plástico en el océano se degrada constantemente; hasta algo tan grande y flotante como un bote de leche acabará deshaciéndose y rompiéndose en astillas de microplásticos, que forman biopelículas de comunidades microbianas distintas: la “plastísfera”, explica Linda Amaral-Zettler, científica del Real Instituto de Investigación Marina de los Países Bajos, quien acuñó el término.

“Pensamos que el plástico es inerte”, comentó Amaral-Zettler. “Pero una vez que entra en el medioambiente, los microbios no tardan en colonizarlo”.

Los microplásticos son capaces de albergar a tantos microbios pasajeros que llegan a contrarrestar la flotabilidad natural del plástico, por lo que “la balsa” se hunde. Pero si las biopelículas se degradan al descender, el plástico puede volver a flotar, lo que da lugar a un subir y bajar incesante de microplásticos en la columna de agua. La nieve marina es todo menos estable; mientras los copos caen al abismo, se congelan y se deshacen constantemente, desgarrados por las olas o los depredadores.

“No es tan sencillo como: ‘Todo está cayendo todo el tiempo’”, afirma Adam Porter, ecólogo marino de la Universidad de Exeter, Inglaterra. “Es una caja negra en medio del océano, porque no podemos quedarnos ahí abajo el tiempo suficiente para averiguar qué es lo que pasa”.

Para explorar cómo se distribuyen las nieves marinas y los plásticos en la columna de agua, Mincer ha empezado a tomar muestras de aguas más profundas con una bomba del tamaño de un lavavajillas llena de filtros que cuelga de un cable sujeto a un barco de investigación. Los filtros están dispuestos de malla grande a pequeña para filtrar los peces y el plancton. Con estas bombas funcionando durante 10 horas seguidas, se han detectado fibras de nailon y otros microplásticos distribuidos por la columna de agua bajo el giro subtropical del Atlántico Sur.

Pero incluso con un barco de investigación y su equipo costoso y poco manejable, no es fácil recuperar de las aguas profundas del océano real un trozo completo de nieve marina. Las bombas suelen agitar la nieve y dispersar los restos fecales. Y los copos por sí solos ofrecen poca información sobre la rapidez con la que se hunden algunas nieves, lo cual es fundamental para entender cuánto tiempo permanecen los plásticos más o menos en el mismo lugar o subiendo y bajando antes de hundirse en la columna de agua para de depositarse en el fondo marino.

“¿Son décadas?” preguntó Mincer. “¿Son cientos de años? Así podremos entender con qué estamos lidiando y qué clase de problema es realmente”.

Nieve marina instantánea

Para responder a estas preguntas, pero sin salirse de presupuesto, algunos científicos han fabricado y manipulado su propia nieve marina en el laboratorio.

En Exeter, Porter recogió agua de mar en un estuario cercano y la metió en botellas que rodaban continuamente. Luego, les espolvoreó microplásticos, como perlas de polietileno y fibras de polipropileno. La agitación constante y un chorro de ácido hialurónico pegajoso hicieron que las partículas chocaran y se pegaran para formar nieve.

“Obviamente, no tenemos 300 metros de tubo para que se hundan”, dijo Porter. “Al hacerlo rodar, lo que haces es crear una columna de agua interminable en la que las partículas se pueden desplazar”.

Después de que las botellas estuvieron rodando durante tres días, pipeteó la nieve y analizó el número de microplásticos en cada copo. Su equipo descubrió que todos los tipos de microplásticos que analizaron se agrupaban con la nieve marina, y que hasta microplásticos como el polipropileno y el polietileno, que normalmente flotan demasiado para hundirse solos, se hundían sin problemas una vez incorporados a la nieve marina. Además, toda la nieve marina contaminada con microplásticos se hundía mucho más rápido que la nieve marina natural.

Porter sugirió que este cambio potencial en la velocidad con la que cae la nieve podría tener repercusiones importantes en la forma en que el océano captura y almacena el carbono: las nevadas más rápidas quizás almacenen más microplásticos en las profundidades del océano, mientras que las nevadas más lentas podrían hacer que las partículas cargadas de plástico estén más al alcance de los depredadores, lo que en teoría podría ocasionar que las redes alimentarias de zonas más profundas pasen hambre. “Los plásticos son como una píldora dietética para estos animales”, afirma Karin Kvale, científica del ciclo del carbono de GNS Science en Nueva Zelanda. Un banquete plástico

A fin de entender cómo viajan los microplásticos por las redes alimentarias de las profundidades océanicas, algunos científicos han recurrido a las criaturas del mar en busca de pistas. En el cañón de la bahía de Monterrey, Choy quería saber si ciertas especies de animales filtradores ingerían microplásticos y los transportaban a las redes alimentarias de aguas más profundas. “La nieve marina es uno de los principales elementos que conectan las redes alimentarias en todo el océano”, señaló.

Choy se centró en la larva gigante Bathochordaeus stygius. Este larváceo se parece a un renacuajo diminuto y vive dentro de una palaciega burbuja de moco que puede alcanzar hasta un metro de longitud. “Es peor que el moco más asqueroso que jamás hayas visto”, sostuvo Choy. Cuando sus casas de mocos se obstruyen como consecuencia de la alimentación, las larvas salen y las pesadas burbujas se hunden. Choy descubrió que estos palacios de mocos están atestados de microplásticos, los cuales a su vez son canalizados hacia las profundidades junto con todo su carbono.

Se encuentran larváceos gigantes en todos los océanos del mundo, pero Choy subrayó que su trabajo se centró en el cañón de la bahía de Monterrey, el cual pertenece a una red de áreas marinas protegidas y no es representativa de otros mares más contaminados. “Es una bahía profunda en una costa de un solo país”, dijo Choy. “Súbele a la escala y piensa en lo vasto que es el océano, especialmente las aguas profundas”.

Los copos de nieve marina son pequeños, pero se les van sumando otras sustancias. Un modelo creado por Kvale estimó que en 2010 los océanos del mundo produjeron 340 mil billones de agregados de nieve marina, que podrían transportar cada año hasta 463.000 toneladas de microplásticos al fondo marino.

Los científicos siguen explorando cómo llega al lecho marino esta nieve de plástico, pero lo que sí saben con seguridad, según Porter, es que “al final todo se hunde en el océano”. Los calamares vampiro vivirán y morirán y a la larga se convertirán en nieve marina. Pero los microplásticos con los que se topan permanecerán y acabarán depositándose en el fondo marino en una capa estratigráfica que marcará nuestro paso por el planeta mucho después de que los humanos hayamos desaparecido. “Mesocosmos” experimentales creados por la investigadora Luisa Galgani y su equipo en la isla griega de Creta para imitar y observar la nieve marina. (Luisa Galgani, Chiara Esposito, Paraskevi Pitta vía The New York Times) Hundimiento de nieve marina y coprolitos en el mar de Bering. (Andrew McDonnell/Universidad de Alaska, Fairbanks vía The New York Times)