Por The New York Times | John Herrman
Esto no se detuvo cuando Twitter aceptó su oferta. Musk pasó el miércoles 27 de abril arremetiendo contra los críticos, burlándose de la cobertura del acuerdo y publicando fotos de cohetes. Incluso atacó a Twitter, cuando amplificó las críticas de la derecha hacia la red social y señaló específicamente al abogado principal de la compañía (el trato aún podía desmoronarse).
A medida que el uso de Twitter se convirtió en una parte esencial del negocio de Musk, a menudo fue percibido como una práctica de alguna manera humanizante, como parte del atractivo populista de Musk, o como una debilidad o un vicio. La frase de Andy Warhol de que “ninguna cantidad de dinero te puede dar una mejor Coca-Cola” podía aplicarse en este caso a ratos: el hombre que está en el centro de un imperio comercial de un billón de dólares, que se ha forjado una identidad de audaz constructor del futuro, miraba el mismo iPhone que cualquiera podía comprar, abría la misma aplicación de Twitter que todos los demás podían descargar, y ajustaba cuentas o simplemente decidía publicar frases como “soy el ‘arte’ en ‘mearte’”.
Esta visión ilustra el plan de Musk para la compra de Twitter como una historia simple: un hombre rico que ama Twitter decide comprarlo. Si bien esto no es del todo incorrecto, ignora dos cosas. Una de ellas es obvia: alguien con recursos e intereses tan vastos como los de Musk tiene una gran cantidad de usos prácticos para una poderosa plataforma de comunicaciones que ha permeado la política, los medios y los asuntos económicos; durante años, Twitter lo ha ayudado a salirse con la suya.
La otra no es tan visible. Si bien Musk toca el ícono del pájaro azul como todos nosotros, eso con lo que realmente interactúa —y que ahora quiere controlar y modificar— no es el Twitter que todos conocemos.
Twitter tiene que funcionar para la mayoría de las personas que lo usan, es decir, usuarios que tienen pocos seguidores y que rara vez, por no decir nunca, tuitean. Es, principalmente, un servicio para consumir información de forma pasiva, para sumergirse en las conversaciones que suceden a tu alrededor, y tal vez unirse a ellas.
La empresa ciertamente sirve a sus usuarios de alto perfil, quienes brindan contenido que la gente quiere seguir. Pero más allá de algún punto de visibilidad en la plataforma, muchos usuarios encargan a un tercero la gestión de su presencia en línea, se vuelven reacios al riesgo y se alejan, o parecen perder la cabeza. Con regularidad, los usuarios destacados descubren cuán difícil de manejar se vuelve el servicio después de los 10.000, 50.000 o 100.000 seguidores.
Musk tiene más de 85 millones de seguidores. Esto lo convierte en la séptima persona más seguida del servicio. Sin embargo, según la firma de análisis SocialTracker, su cuenta produce, por mucho, la mayor cantidad de interacciones en comparación con cuentas similares.
Para el momento en que Musk hizo su oferta, el 1,86 por ciento de los seguidores de Musk interactuaban —a través de me gusta y retuits— con sus publicaciones, según SocialTracker. Puede que eso no suene a mucho, pero la única cuenta con números similares que se le acercó en el análisis fue la del jugador de fútbol Cristiano Ronaldo, con una tasa de interacción del 0,65 por ciento. La de Barack Obama fue de 0,03 por ciento. La de Katy Perry fue del 0,01 por ciento. La singular relación de Musk con el mundo que lo rodea se convierte en una singular relación con Twitter como empresa; su poder para mover los mercados y dar forma a la política es plausiblemente más valioso para él a nivel financiero que para cualquier otra persona. Su relación con Twitter como servicio es, en realidad, no menos remota. El Twitter de Musk, al igual que su dinero, funciona de maneras diferentes al de los demás. Musk solo sigue a 114 cuentas, pero sus tuits suelen recibir decenas de miles de respuestas individualmente, y a menudo muchas más. Cuando abre su aplicación de Twitter se encuentra con la que muy probablemente sea la pestaña de notificaciones más concurrida de todo el servicio, y que representa millones de palabras dirigidas a él, en gran parte sobre él.
Con cada movimiento de pulgar, la pestaña se repone de manera algorítmica de una reserva de más publicaciones nuevas de las que un solo humano podría esperar leer. Es un Twitter demasiado sobrecargado y movido como para parecerse al Twitter que la mayoría de las personas conoce, en el que cada burbuja de notificación posible muestra de forma perenne “99+”. Las maneras en las que Musk se ha aprovechado de Twitter para obtener poder en el mundo real se miden con diferentes herramientas y en una escala diferente que cualquier tipo de influencia que haya podido acumular dentro de la plataforma. Esas maneras de aprovechar Twitter son lo que más importará en el futuro, tanto para él como para el resto de nosotros. Es evidente que Musk ve valor en lo que Twitter ya hace y en lo que le ha permitido hacer a él, y su deseo de proteger o ampliar esas cualidades podría tener graves consecuencias más allá de la plataforma.
La experiencia de Musk con la plataforma podría ser instructiva para decodificar sus afirmaciones sobre cómo podría cambiar Twitter. Musk ha utilizado esa red social para promocionar sus compañías —en particular Tesla, pero también SpaceX, The Boring Company y otras— y ataca sin descanso a sus críticos y competidores.
Los tuits de Musk han impulsado decenas de miles de millones de dólares en actividad comercial. En mayo del año pasado, luego de que publicara el anuncio de que Tesla ya no tenía previsto aceptar bitcoins, CNBC estimó que Musk había removido brevemente hasta 365.000 millones de dólares de los mercados de criptomonedas. Del mismo modo, sus reflexiones sobre dogecoin han contribuido a que su precio aumente de forma considerable.
Sin embargo, la rareza intrínseca de su tiempo en Twitter también importará. Un hombre que tiene años participando en conversaciones en Twitter de alto riesgo financiero, a veces con cuentas anónimas, podría estar especialmente interesado en la “autenticación”. Es probable que alguien cuya cuenta recibe tanto material de otros usuarios, lo que puede confundir a la interfaz de Twitter, a sus filtros de calidad y a los algoritmos de clasificación de contenido, perciba la plataforma como “defectuosa” en aspectos muy específicos. Alguien que fue multado por la Comisión de Bolsa y Valores por tuitear y que vio como expulsaban de la plataforma al expresidente de Estados Unidos, otro multimillonario obsesionado con Twitter, trae consigo demasiado bagaje para la cruzada de restaurar la “libertad de expresión”, una iniciativa que, de por sí, ya está muy politizada.
Un usuario cuyos tuits antagónicos a menudo provocan una ola de acoso para cualquiera que sea mencionado en ellos decidirá qué es acoso y cómo se abordará. Un hombre cuya experiencia en Twitter ya está doblegada a su voluntad podría preguntarse porque no todo debería funcionar siempre de esa manera. Y ahora quizás lo haga.
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