Por The New York Times | Apoorva Mandavilli
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) desde hace tiempo han gozado de respeto por su enfoque científico metódico y meticuloso. Agencias de otros países tomaban como ejemplo a la autoridad de salud pública más admirada del mundo, e incluso adoptaban el mismo nombre.
Cuando estalló la pandemia, los CDC actuaron al ritmo acostumbrado. Por desgracia, como en este caso se trataba de un virus nuevo de propagación tan rápida, el país pagó el precio: las pruebas y las acciones de vigilancia se rezagaron cuando la agencia intentó poner en marcha enfoques anticuados con infraestructura destartalada. Las autoridades se tardaron en recomendar el uso de cubrebocas, en parte porque los científicos federales tardaron demasiado en reconocer que el virus se propagaba por el aire.
Ahora, la contagiosa variante ómicron fuerza a los CDC a atravesar territorio desconocido. Puesto que es necesario tomar decisiones con gran rapidez, la agencia ha emitido recomendaciones con base en pruebas que en otras circunstancias se habrían considerado insuficientes, y entre el público hay cada vez más inquietud en torno a los posibles efectos de estos lineamientos en la economía y la educación.
La directora de la agencia, Rochelle Walensky, en algunos casos ha omitido gran parte del proceso tradicional de revisión científica. El ejemplo más reciente se dio cuando recortó la duración del aislamiento para los estadounidenses infectados.
Tras el patrón de interferencia del gobierno de Trump, el presidente Joe Biden asumió el poder gracias a sus promesas de restituir la reputación de independencia y ciencia rigurosa de los CDC. Ahora, el reto para Walensky es encontrar la manera de transmitirle este mensaje al público: la ciencia está incompleta, así que, por ahora, estas son nuestras mejores recomendaciones.
Para una burocracia conformada en su mayoría por médicos de profesión, el cambio no ha sido fácil.
En entrevistas recientes, algunos empleados de los CDC describieron en privado las decisiones como desmoralizantes, y expresaron preocupación por la creciente dependencia de Walensky de un pequeño grupo de asesores y una postura que, en su opinión, muestra una gran influencia política de la Casa Blanca en sus acciones.
Sin embargo, otras personas ajenas a la agencia elogiaron a Walensky por saltarse un proceso laborioso y adoptar un enfoque pragmático para manejar una emergencia nacional, y opinaron que hizo lo correcto al seguir adelante aunque los datos no fueran muy claros y los investigadores de la agencia no estuvieran convencidos.
Existen consideraciones de política en una pandemia que “no dependen tan solo de los CDC”, aseveró Richard Besser, quien fungió como director interino de la agencia durante el brote del virus de la influenza H1N1 de 2009. Eso sí, añadió, “creo que necesitamos un poco más de claridad” cuando argumentos políticos y económicos motivan las recomendaciones de la agencia.
Según cifras recopiladas por The New York Times hasta el domingo, en promedio, más de 800.000 estadounidenses se infectan a diario. Muchas escuelas y comercios batallan para seguir abiertos; los hospitales de unos 24 estados casi alcanzan su capacidad.
A finales de diciembre, Walensky anunció que los estadounidenses infectados tendrían que aislarse solo cinco días, en vez de diez, si ya no tenían síntomas, y que no se exigiría el resultado negativo de una prueba para ponerle fin al periodo de aislamiento.
Algunos críticos se quejaron por la posibilidad de que el virus se propague por permitirles a personas contagiosas regresar a las oficinas y las escuelas. Muchos señalaron que las investigaciones que muestran que es necesario un periodo de aislamiento más reducido en el caso de las infecciones por ómicron son escasas.
No obstante, la recomendación tenía una ventaja importante: podría ayudar a mantener a flote a los hospitales, comercios y escuelas durante el peor periodo de la oleada de ómicron.
Las recomendaciones correspondientes al aislamiento “básicamente son correctas”, señaló Thomas Frieden, quien dirigió la agencia durante el gobierno del presidente Barack Obama. “El problema es que no se explicaron”. La noche del domingo después de Navidad, Walensky convocó una reunión de emergencia con los encargados de la respuesta de la agencia a la crisis de COVID. Les informó que la agencia recortaría el periodo recomendado de aislamiento y eliminaría el requisito de contar con un resultado negativo para poder salir del aislamiento, según un funcionario al tanto de la videollamada que habló a condición de permanecer en el anonimato porque no contaba con autorización para hablar del asunto.
Las nuevas recomendaciones se darían a conocer al día siguiente, indicó, Walensky, y nadie debía hablar sobre ellas hasta entonces.
Sorprendidos, los científicos se apresuraron a recopilar los pocos datos que respaldaban esas recomendaciones y modificar los cientos de páginas del sitio de la agencia sobre cuarentena y aislamiento.
Por lo regular, antes de publicar una nueva recomendación, los investigadores federales analizan con detenimiento los datos, preparan un borrador y lo ajustan con base en los comentarios de otros. Había tan pocas pruebas para un aislamiento más corto (e incluso esas pocas en su mayoría se basaban en la variante delta) que el “análisis científico” que por lo regular se acompaña a las recomendaciones se redujo a un documento de “razonamientos”.
Algunos investigadores se molestaron al enterarse de que no los habían incluido en el proceso de toma de decisiones y los enfureció el comunicado público de la agencia al día siguiente, que afirmaba que el cambio estaba “motivado por la ciencia”.
Aunque algunos pensaron que el nuevo plazo de cinco días era arbitrario, también conocían datos que sugieren que las pruebas rápidas pueden no detectar algunas infecciones por ómicron, por lo que la mayoría concordó con la decisión de Walensky de no exigir una prueba con resultado negativo como condición para suspender el aislamiento.
Por desgracia, cuando Walensky informó al personal acerca de las nuevas recomendaciones en la reunión de emergencia del 26 de diciembre, no estaban listos en absoluto. La siguiente semana, los científicos de los CDC batallaron para ajustar cientos de documentos de orientación disponibles en el sitio web de la agencia.
Alrededor de 2000 funcionarios de salud, directores de laboratorios de salud pública e investigadores de salud pública de estados y ciudades participan en una llamada semanal con funcionarios de los CDC.
En la llamada del 27 de diciembre, solo unas horas antes de la divulgación del comunicado de los CDC, funcionarios estatales y locales ametrallaron a los científicos de la agencia con preguntas sobre los planes correspondientes a recomendaciones de aislamiento para el público en general.
Los empleados de los CDC, que tenían órdenes estrictas de no hablar sobre las nuevas recomendaciones, guardaron silencio.
“Hubiéramos preferido tener más oportunidad de hacer comentarios y estar sobre aviso”, comentó Scott Becker, director ejecutivo de la Asociación de Laboratorios de Salud Pública.
Quienes están de acuerdo con Walensky señalan que el cambio de los CDC era inevitable y que ha tomado las decisiones correctas. La agencia es un monstruo, lleno de investigadores acostumbrados a tomarse su tiempo, y la pandemia necesita soluciones más urgentes.
“Algunas personas de los CDC sencillamente no lo entienden”, dijo Frieden. Miembros de la Guardia Nacional trabajan en un sitio de pruebas COVID-19 en un estacionamiento en el Centro Médico Wexner de la Universidad Estatal de Ohio en Columbus, Ohio, el 13 de enero de 2022. (Maddie McGarvey/The New York Times) Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, y Rochelle Walensky, directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) en Estados Unidos, dan testimonio durante una audiencia de comité del Senado en Washington, el 4 de noviembre de 2021. (Stefani Reynolds/The New York Times)