Por The New York Times | Shira Ovide
Nos imaginamos a los científicos locos dando vida a sus visiones de las primeras computadoras personales, el software que organiza todos los sitios web del mundo y los geniales vehículos eléctricos. Convertir una idea en un negocio viable y duradero es aburrido en comparación.
Que las empresas den más poder a los operadores comerciales que a los inventores es un temor constante entre los tecnólogos. La preocupación es comprensible. La innovación es esencial y difícil de mantener ahora que la tecnología es una industria gigantesca.
Sin embargo, la fijación en el ingenio de un individuo por encima de todas las demás habilidades es una memoria selectiva de la historia de la tecnología. El triunfo con frecuencia es el resultado de la imaginación combinada con una obsesiva habilidad para los negocios. Steve Jobs y Jeff Bezos son respetados por su imaginación técnica, pero también por su supremacía en la estrategia empresarial, la mercadotecnia o la capacidad de unir a la gente a partir de una misión compartida.
Las grandes ideas casi nunca son suficientes por sí mismas. Los líderes fuertes también necesitan pragmatismo y otras habilidades más allá de soñar. Además, la forma en que la tecnología lo está cubriendo todo ahora significa que el mito del genio inventor de la industria tecnológica se interpone en el camino del progreso.
He estado pensando en esto porque he empezado a leer el nuevo libro de mi colega Tripp Mickle, que explora las tensiones entre la cabeza y el corazón de Apple en la década transcurrida desde la muerte de Jobs.
El director ejecutivo de Apple, Tim Cook, es la cabeza, el genio de los detalles de fabricación. Jony Ive era el genio del diseño, el corazón, que ayudó a Jobs a hacer que las computadoras fueran divertidas y dio forma al teléfono inteligente moderno. Ive dejó de trabajar en Apple a tiempo completo en 2019 y, según cuenta Mickle, se quejó de que los tecnócratas y los “contadores” le estaban chupando el alma a Apple.
Esa es una consigna que aparece de manera periódica entre tecnólogos e inversores que dicen que Apple ha perdido su toque en la invención de productos y la creatividad. Hubo quejas similares sobre Microsoft bajo su ex director ejecutivo, Steve Ballmer, y lo escuchamos a veces ahora sobre Google, dirigida por Sundar Pichai, y Uber después de que su fundador, Travis Kalanick, fuera presionado para dimitir en 2017. El temor es que los burócratas corporativos estén ganando sobre las habilidades técnicas y el corazón.
Algunas de esas son preocupaciones naturales sobre las empresas a medida que crecen. Parte del sentimiento probablemente refleja la nostalgia de una época en que la invención tecnológica lo era todo. Pero esa es una lectura selectiva de la historia de la tecnología.
Los inventores célebres de Silicon Valley suelen ser a la vez corazón y cabeza. Jobs era un tecnólogo capaz, pero sobre todo un vendedor brillante y un genio de la marca. Amazon es un reflejo de las ideas inventivas de Bezos y de su magia financiera. Bill Gates y Mark Zuckerberg eran estrategas empresariales ultracompetitivos más que mentes maestras de la programación de software. Elon Musk es un gran inventor, pero su SpaceX es una gran empresa en parte porque trabaja con expertos en operaciones como Gwynne Shotwell.
La creencia de que el ingenio era la capacidad más importante de estos iconos de la tecnología “oscureció el conjunto de habilidades básicas que hicieron que esas personas fueran extraordinarias”, comentó Margaret O'Mara, profesora de la Universidad de Washington que investiga la historia de las empresas tecnológicas.
“El genio solitario es un mito poderoso porque tiene una pizca de verdad”, explicó, pero también ignora otras habilidades y la colaboración necesaria para dar vida a cualquier idea.
“Incluso Thomas Edison tenía mucha gente en su laboratorio”, aseguró O'Mara.
El libro de Mickle deja claro que Apple, tal y como la conocemos hoy, no existiría sin Cook y otros tecnócratas. Desarrollar el iPhone fue un logro único en la vida, pero se necesitaron ñoños obsesivos como Cook para garantizar que Apple pudiera fabricar cientos de millones de copias perfectas año tras año y no irse a la quiebra.
También es cada vez más evidente que las habilidades necesarias para las transformaciones posibilitadas por la tecnología están cambiando.
La tecnología ya no se limita a los brillantes inventos de Ive en una caja de cartón. Se ha convertido en un elemento que permite reimaginar sistemas como la atención sanitaria, la fabricación y el transporte.
Desde luego, para eso se necesita un pensador creativo que pueda idear un código de inteligencia artificial, mundos virtuales o satélites que transporten el servicio de internet a la Tierra. Pero, a riesgo de sonar excéntrica, también requiere una curiosidad por la complejidad de las personas y del mundo, una capacidad para sortear la inercia institucional y humana y la capacidad de persuasión para convocar la voluntad colectiva de buscar un futuro mejor. El poder de inventar es necesario, pero no es suficiente. La innovación es esencial y difícil de mantener ahora que la tecnología es una industria gigantesca. Pero la fijación en el ingenio de un individuo por encima de todas las demás habilidades es una memoria selectiva de la historia de la tecnología. (Jack Snelling/The New York Times)
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