Por The New York Times | Shira Ovide
Rechino los dientes cada vez que se usa la metáfora de “una carrera” en conversaciones sobre la tecnología de los automóviles de conducción autónoma.
Se suele describir a las empresas que desarrollan tecnología automotriz de conducción controlada por computadora, entre ellas Tesla, la compañía china Baidu y Waymo, una firma hermana de Google, como caballos en una carrera para fabricar vehículos autónomos listos para un uso generalizado. Algunas organizaciones políticas y funcionarios electos de Estados Unidos señalan que su país debe demostrar “liderazgo” para vencer a China en el ámbito de la tecnología autónoma.
Desarrollar con lentitud una tecnología que podría mejorar la vida de la gente conlleva riesgos, pero no deberíamos dejar de cuestionar la narrativa que retrata una tecnología que tardará muchos años en perfeccionarse —y que podría tener beneficios profundos y defectos mortales— como una carrera.
El peligro es que una falsa sensación de urgencia o un afán por “ganar” podría crear riesgos de seguridad innecesarios, darles permiso a las empresas de acaparar más de nuestra información personal y priorizar los intereses de las corporaciones por encima del bienestar público.
Cuando leas que una empresa o un país está acelerando el paso, trabajando a toda marcha, adelantándose o ganando en un campo tecnológico emergente, es útil que te detengas y preguntes: ¿por qué es una carrera para empezar? ¿Cuáles son las posibles consecuencias de esta sensación de urgencia? ¿A quién está dirigido este mensaje?
Hoy en día, la mayoría de los tecnólogos dedicados a los vehículos autónomos piensan que podrían pasar décadas antes de que los autos conducidos por computadora sean algo común. Es poco probable que un mes, un año o dos de más hagan mucha diferencia y no está claro que valga la pena ganar todas las carreras.
Entonces, ¿por qué existe esta narrativa sobre los vehículos autónomos? En primer lugar, a las empresas les conviene que sus empleados, inversores y socios comerciales, así como los reguladores y el público general, perciban que están a la vanguardia del desarrollo de una tecnología de transporte autónomo segura, útil y lucrativa. Todos quieren respaldar a un ganador.
Los pioneros tienen la oportunidad de marcar el rumbo de una nueva tecnología y construir una red de aliados comerciales y usuarios.
Sin embargo, ganar una “carrera” en el sector tecnológico no siempre es significativo. Apple no fue la primera empresa en fabricar un teléfono inteligente. Google no desarrolló el primer motor de búsqueda en línea. Taiwan Semiconductor Manufacturing Co. no produjo el primer chip de computadora avanzado. Son superestrellas de la tecnología porque fueron los mejores (podría decirse), no los primeros.
En segundo lugar, la narrativa de la “carrera” se siente como un truco para convencer a la sociedad o a los funcionarios electos de apresurarse con la elaboración de normas y reglamentos, justificar las regulaciones laxas o exponer a las personas a riesgos innecesarios con el objetivo de “ganar”.
La semana pasada, The Wall Street Journal informó sobre las preocupaciones de que la empresa de camiones autónomos TuSimple estaba poniendo en riesgo la seguridad de las personas “en un afán por lanzar camiones autónomos al mercado”. The Journal reportó que, la primavera pasada, un camión equipado con la tecnología de TuSimple dio un giro repentino en una interestatal de Arizona y se estrelló contra una barricada de hormigón. TuSimple le dijo a The Journal que nadie salió herido y que la seguridad era su prioridad.
Los vehículos autónomos de prueba de Apple han chocado en aceras cerca de las oficinas centrales de la empresa en el área de la bahía y, a principios de este año, uno casi atropella a una persona que iba corriendo y tenía preferencia para cruzar la calle, según informó The Information el mes pasado.
Es posible que, en algún momento, los autos sin conductores hagan más seguras nuestras calles, pero cada uno de esos incidentes fue un recordatorio de la amenaza que suponen estas empresas mientras resuelven los defectos de los vehículos autónomos. El desarrollo de una aplicación de emisión en continuo no pone en peligro la vida de nadie.
“Estamos permitiendo que estas empresas definan las reglas del juego”, mencionó Cade Metz, reportero de The New York Times que escribe sobre la tecnología automotriz de conducción autónoma.
Cade sugirió redefinir la narrativa de la carrera. En lugar de tratar de ganar una carrera para que los vehículos autónomos sean ubicuos, la competencia podría basarse en orientar esta tecnología hacia el bien público, opinó.
Caracterizar el desarrollo de una tecnología emergente como una “carrera” contra China tampoco es ideal. El hecho de que una empresa estadounidense sea la primera en comercializar una nueva tecnología tiene sus ventajas, pero también es peligroso plantear todo como una competencia entre superpotencias.
El año pasado, en una entrevista con Kara Swisher, entonces anfitriona de un pódcast de Opinión del Times, la directora ejecutiva de 23andMe, Anne Wojcicki, lamentó que Estados Unidos estuviera “por detrás” de China en una “guerra de información que se está librando con respecto a la comprensión del genoma humano”. Luego, Swisher le preguntó: “¿Esa es una guerra que queremos ganar?”.
Buena pregunta. Si China recaba enormes cantidades de ADN de las personas, ¿eso significa que Estados Unidos también debe hacerlo?
Además, enfocarse tanto en los vehículos autónomos también podría dejar de lado ideas alternativas para mejorar el transporte.
Tal vez la metáfora de carrera que necesitamos es la de la fábula de la liebre y la tortuga de Esopo. Poco a poco, con constancia, sensatez y un conocimiento claro de los beneficios y las desventajas, así es como se gana la carrera de la tecnología de conducción autónoma. (Pero no es una carrera). Las empresas que desarrollan la tecnología de vehículos conducidos por computadora no deberían competir en una carrera, a veces la seguridad es más importante que ganar. (Charles Desmarais/The New York Times).