El segundo debate preelectoral obligatorio en la historia del Uruguay dejó sabor a poco, e hizo realidad aquella frase de “no esperaba nada de ti, y aun así me decepcionaste”.
En rigor, no es justo atribuirles a los duelistas toda la responsabilidad en la baja intensidad del enfrentamiento verbal. De hecho, el propio formato escogido —rígido, pautado y propicio a las intervenciones guionadas— no permitía augurar algo diferente a lo visto en debates de la campaña de 2019, como el protagonizado por Ernesto Talvi y Óscar Andrade, o el que celebraran Carolina Cosse y Jorge Larrañaga.
Ese formato hizo que el resultado fuera una sucesión de exposiciones intercaladas, prescindente de una verdadera confrontación de ideas o proyectos. Así las cosas, el programa se convirtió en una tediosa exposición de bustos parlantes, algo que fue recibido con disgusto por buena parte de los espectadores.
Una vez finalizado el debate en cuestión llegó el turno de los analistas, quienes procuraron analizar el contenido de los discursos, el lenguaje corporal y —lo que es más difícil— determinar quién fue el “ganador” del debate, si es que lo hubo.
Por todo lo expuesto, resulta difícil anticipar si este debate —o mejor dicho, esta comparecencia televisiva simultánea— de Álvaro Delgado y Yamandú Orsi servirá para mover la aguja de la intención de votos. Sí demostró que en las redes sociales hay alquimistas capaces de hacer oro a partir de una materia prima tan pobre como el intercambio de anoche.