Por The New York Times | Franz Lidz
En el suelo del desierto costero, las marcas poco profundas parecen simples surcos. Pero desde el aire, a cientos de metros de altura, se transforman en trapecios, espirales y zigzags en algunos lugares, y en estilizados colibríes y arañas en otros. Incluso hay un gato con cola de pez. Miles de líneas saltan acantilados y atraviesan barrancos sin cambiar de rumbo; la más larga es recta como la trayectoria de una bala y se extiende a lo largo de más de 24 kilómetros.
A mediados de la década de 1920, un científico peruano descubrió las enormes incisiones mientras caminaba por las estribaciones de Nazca. Durante la década siguiente, los pilotos comerciales que sobrevolaban la región revelaron la enormidad de las obras de arte, que se cree que fueron creadas entre el 200 a.C. y el 700 d.C. por una civilización anterior a los incas.
“Se ha llevado casi un siglo en descubrir un total de 430 geoglifos figurativos”, dijo Masato Sakai, arqueólogo de la Universidad de Yamagata, Japón, que lleva 30 años estudiando las líneas.
Sakai es el autor principal de un estudio publicado en septiembre en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences que encontró 303 geoglifos desconocidos hasta entonces en solo seis meses, casi el doble de los que se habían cartografiado hasta 2020. Los investigadores utilizaron inteligencia artificial junto con drones que volaban a baja altura y cubrieron unos 629 kilómetros cuadrados. Sus conclusiones también proporcionaron información sobre el enigmático propósito de los símbolos.
Las imágenes recién encontradas —de una media de 9 metros de ancho— podrían haberse detectado en sobrevuelos anteriores si los pilotos hubieran sabido dónde mirar. Pero la pampa es tan inmensa que “encontrar la aguja en el pajar resulta prácticamente imposible sin la ayuda de la automatización”, dijo Marcus Freitag, físico de IBM que colaboró en el proyecto.
Para identificar los nuevos geoglifos, más pequeños que los anteriores, los investigadores utilizaron una aplicación capaz de discernir los contornos a partir de fotografías aéreas, por tenues que fueran. “La inteligencia artificial fue capaz de eliminar el 98 por ciento de las imágenes”, dijo Freitag. “Ahora los expertos humanos solo tienen que confirmar o rechazar candidatos plausibles”.
Ese 2 por ciento marcado por la inteligencia artificial ascendía a 47.410 sitios potenciales de la llanura desértica. A continuación, el equipo de Sakai examinó minuciosamente las fotos de alta resolución y redujo la lista a 1309 candidatos. “A continuación, se clasificaron en tres grupos en función de su potencial, lo que nos permitió predecir la probabilidad de que fueran geoglifos reales antes de visitarlos”, explicó Sakai.
Hace dos años, los investigadores empezaron a explorar los sitios más prometedores a pie y con drones, y finalmente “comprobaron sobre el terreno” 303 geoglifos. Entre las representaciones había plantas, personas, serpientes, monos, gatos, loros, llamas y un espeluznante cuadro de una orca blandiendo un cuchillo y cortando una cabeza humana. De las nuevas figuras, 244 fueron sugeridas por la tecnología, mientras que las 59 restantes se identificaron durante el trabajo de campo sin ayuda de la IA.
Los nazca tallaron los diseños en la tierra raspando la superficie compuesta de guijarros de color óxido para dejar al descubierto el subsuelo amarillo-grisáceo. Poco se sabe de esta misteriosa cultura, que no dejó registros escritos. Aparte de los grabados, casi todo lo que existe de la civilización son piezas de cerámica y una ingeniosa red de riego que aún funciona.
Los antiguos geoglifos han atraído teorías que van desde lo religioso (eran homenajes a poderosos dioses de la montaña y la fertilidad) a lo medioambiental (eran guías astronómicas para predecir las poco frecuentes lluvias en los cercanos Andes) o lo fantástico (eran pistas de aterrizaje y aparcamientos de naves extraterrestres).
Sakai dijo que los geoglifos se dibujaban cerca de las rutas de peregrinación a los templos, lo que implica que funcionaban como espacios sagrados para rituales comunitarios, y podrían considerarse arquitectura pública planificada. Los geoglifos recién descubiertos se encuentran principalmente a lo largo de una red de senderos que serpenteaban por la pampa. Lo más probable es que fueran realizados por individuos y pequeños grupos para compartir información sobre ritos y cría de animales.
Aunque el yacimiento arqueológico es una zona restringida y protegida, las líneas se han visto amenazadas por actos vandálicos ocasionales. En 2014, activistas de Greenpeace dejaron huellas cerca del colosal geoglifo del colibrí durante una protesta dirigida a los delegados de las negociaciones sobre el clima de las Naciones Unidas en Lima. Cuatro años más tarde, tres geoglifos resultaron dañados cuando, al parecer, un camionero evitó un peaje atravesando la arena con un remolque.
Sakai señaló que las marcas en lugares expuestos a inundaciones repentinas y deslaves son especialmente vulnerables. Cuando esos geoglifos “quedan parcialmente destruidos por el agua, resulta difícil determinar su forma original”, explicó.
De los 1309 candidatos originales, Sakai calcula que hay al menos otras 500 figuras sin detectar.
“Creo que surgirán más hechos sorprendentes”, dijo.