Por The New York Times | Shira Ovide
Por eso puede parecer sorprendente que tantos productos digitales excelentes de esta generación hayan surgido de malos negocios.
Spotify ha transformado la música, pero la empresa todavía está tratando de averiguar cómo obtener ingresos de manera constante. Uber ha revolucionado las ciudades y se ha convertido en un estilo de vida para algunos pasajeros y conductores. La empresa también ha gastado mucho más dinero del que ha ganado en sus trece años de existencia.
Empresas de aplicaciones como DoorDash, Instacart y Gopuff han enganchado a algunos estadounidenses a las entregas de comida de restaurantes, abarrotes o artículos de conveniencia, pero casi ninguna empresa que lleve alimentos frescos a nuestras puertas ha logrado funcionar en el aspecto financiero. Robinhood ayudó a que la inversión fuera accesible y divertida, pero no ha conseguido que las operaciones bursátiles gratuitas sean rentables. Twitter es una fuerza cultural, pero nunca ha sido una buena compañía.
Hay algunas estrellas tecnológicas que también son (posiblemente) grandes empresas, como Facebook, Airbnb y Zoom Video. Pero, ¿cómo tantas empresas con tecnologías transformadoras han roto la regla de que un negocio muere si no puede equilibrar su chequera?
El punto de vista optimista es que queremos que empresas como Uber y Robinhood tengan tiempo y dinero para perfeccionar sus productos, captar tantos clientes como sea posible y resolver los problemas de dinero más tarde. Y algunas de estas estrellas digitales son rentables, dependiendo de cómo se defina el término “ganancias”.
El punto de vista pesimista es que podemos estar viviendo en un espejismo tecnológico y la persistencia de negocios que no deberían sobrevivir nos ha robado la innovación verdadera y duradera. Analicémoslo:
Quizá así son las revoluciones.
El año pasado, Uber gastó casi 500 millones de dólares más en efectivo de lo que generó y eso fue una gran mejora. Si Uber fuera una empresa familiar, probablemente ya no existiría. La fe en que la innovación tecnológica apenas está comenzando y las esperanzas de los inversores de sacar provecho de eso han mantenido a Uber con vida.
Los partidarios de la compañía dicen que Uber es una canoa con agujeros por elección. Uber se expandió a muchas ciudades y países a la vez en lugar de ir lentamente y aprovechó su popularidad al convertirse en un centro de transporte y entregar comidas, abarrotes, bebidas alcohólicas y otros productos a nuestra puerta.
La esperanza es que este sea el Paso 1 en el viaje de Uber hacia algo más grandioso, mejor para todos y rentable. Una transformación similar está ocurriendo en Spotify, que está tratando de superar los números deficientes de la transmisión de música al expandirse a pódcast posiblemente lucrativos. Instacart quiere pasar de ser un intermediario de entrega de abarrotes a vender software a los supermercados para administrar sus negocios. (El software tiende a ser muy rentable; la entrega de abarrotes no lo es).
En muchos sentidos, eso es exactamente lo que deberíamos desear. Debido a que los inversionistas han creído en sus planes de negocios, las empresas con buenas ideas tienen tiempo y dinero para soñar en grande, expandirse y descubrir cómo brindarles a los clientes lo que desean y, finalmente, también generar ganancias reales.
Amazon es un ejemplo famoso de una empresa que gastó más efectivo del que obtuvo durante algunos de sus primeros años, una condición temporal hasta que tuvo un buen producto y un gran negocio. Hasta hace un par de años, Netflix también necesitaba seguir pidiendo dinero prestado para mantenerse a flote. Y algunas empresas, incluyendo DoorDash y Spotify, no son rentables según las medidas contables convencionales, pero generan más efectivo del que gastan.
O tal vez la esperanza ha oscurecido el sentido común.
La otra posibilidad es que esas ideas digitales nunca hayan tenido sentido económico en primer lugar y hayan sido respaldadas por las esperanzas equivocadas de los inversores.
Desde ese punto de vista, esa generación de empresas digitales que no se preocupan por las ganancias son como un propietario que intenta ampliar una casa con los cimientos podridos.
En el boletín informativo Margins, el escritor financiero Ranjan Roy y su colaborador Can Duruk han argumentado en repetidas ocasiones que las ideas digitales ganadoras de la última década no necesariamente han sido las más inteligentes, sino las que han tenido más dinero para intentarlo (y seguir intentándolo).
“Cuando hay tanto capital destinado a la idea equivocada, puede que nunca encontremos colectivamente la idea correcta”, me dijo Roy. “Es una perversión del capitalismo”.
¿Qué oportunidades estamos perdiendo para explorar modelos de negocio alternativos de entrega de comida que podrían funcionar mejor para los usuarios, los propietarios de restaurantes, los repartidores y las empresas de entrega?, se ha preguntado Roy. Tal vez Uber haya gastado el dinero de otras personas y haya eliminado la posibilidad de que otras empresas y gobiernos mejoren el transporte. En lugar de que Spotify haya implantado un modelo de pago que no ha funcionado para la mayoría de los músicos, podrían haber prosperado enfoques alternativos.
Esas empresas, que no han encontrado la manera de hacer que sus productos funcionen económicamente, se han convertido en un bosque al que no le han limpiado los árboles muertos ni la maleza. La nueva vida no tiene el oxígeno necesario para florecer.
Me parece desorientador que, tras más de una década de profundo cambio digital, todavía no esté claro cómo reflejarán los libros de historia ese momento. ¿Estamos en el comienzo de una alteración duradera del mundo que nos rodea, impulsada por la tecnología? ¿O todo esto ha sido un sueño bien financiado? ¿Cómo es que tantos productos digitales excelentes de esta generación han surgido de malos negocios? (Stephan Dybus/The New York Times)
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